lunes, 20 de abril de 2009

DIA DE LA POESÍA

Domingo 12 de abril de 2009
Día de la Poesia
Acto para celebrar el Día Mundial de la Poesía
Encuentro de poetas tachirensesEl Museo de Artes Visuales y del Espacio realizó un Encuentro de Poetas Tachirenses, en el marco de la celebración del Día Mundial de la Poesía, el pasado 21 de marzo, y en conmemoración a la vida y obra de Estefanía Mosca, pluma de la literatura venezolana, quien falleció el martes 24 de marzo, dejando un significativo legado en los distintos géneros de las letras venezolanas y del mundo.El evento fue propicio para que los poetas compartieran la lectura de poemas y abrieran un espacio al debate sobre el concepto de poesía, partiendo de su naturaleza espiritual y como creación intelectual, así como también ahondar sobre la proyección actual de la poesía en el Táchira y fuera de sus fronteras.Entre los poetas y poetisas presentes se encontraban: José Luis Oropeza, Julio Romero Anselmi, Manuel Rojas, Andrés Eloy León, Edgar Gómez, Jesús, Alberto Ramírez, Nelson Rondón, Homero Pérez, Emma Berti, Carmen Lucila de Paz, Rubén Darío Becerra, Pablo Mora y demás escritores de gran trayectoria. Igualmente hubo una importante participación de noveles poetas, como es el caso de Pedro León, quien compartió con los presentes sus poemas.La velada contó con la interpretación musical del cantautor tachirense Nelson Rondón, quien en compañía de su guitarra deleitó a los presentes con la canción “El poblado de las auyamas”, en lengua Quechua.Reflexiones sobre la poesía tachirenseBelkis Candiales, directora del MAVET, expuso su preocupación por la falta de motivación de la gente hacia la lectura de la poesía, la sesgada participación de la mujer en la producción bibliográfica y la búsqueda de estrategias que promuevan la integración de la poesía y sus artistas con los pueblos.“Qué debemos hacer para que la poesía trascienda, para que salga de un corazón y llegue a otro corazón. En estos tiempos de postmodernismo, cómo propinar un encuentro más concreto y real de la poesía con la gente de las calles, de los pueblos, en eso hay que reflexionar y actuar”, apuntó Candiales.Por su parte, el poeta Julio Romero Anselmi reflexionó que “la poesía no está desierta, pero parece, son los seres humanos, los poetas, quienes se han fragmentado, debemos dejar a un lado las discriminaciones, porque eso es lesionar a la poesía; entonces, el punto es la unión”.Homero Pérez resaltó la importancia de abordar en la poesía las cosas sencillas de la vida, recordando en ese sentido al poeta venezolano Aquiles Nazoa, igualmente apuntó: “para que la poesía trascienda, hay que leer poesía y hay que ser poeta”.El poeta Manuel Rojas, evocando sus experiencias con la gente de los campos tachirense, resaltó la importancia de concebir a “la poesía no como un producto academicista, sino como esencia y expresión de la gente sencilla, quienes en muchas oportunidades desconocen el valor de sus creaciones”.Rubén Darío Becerra recordó los tiempos en los cuales los artistas plásticos y escritores participaban en la Cueva Pictolírica, donde el caudal de la sensibilidad y creatividad se compartía, como miembros de una misma casa, de un hogar.

ENSAYOS

lunes 20 de abril de 2009

SUBURBIO
Suburbio es una novela de John Cheever. No nos interesa mucho saber quien es John Cheveer, nos interesa un poco más saber que nos transmite en esta novela. La ciudad, como centro geográfico de la trama, es el pueblo de Bullet Park. Bullet Park es una ciudad pequeña que cuenta entre sus habitantes con “legiones de arruinados espiritualmente que se dedican a intercambiar esposas, perseguir a los judíos y luchar contra el alcohol” (pág. 13). Los protagonistas de esta historia son dos personajes con apellidos tan curiosos y vidas disipadas que causan cierta impresión. El uno, un tal Eliot Clavo. El segundo: Paul Martillo. Y la escena es una verdadera ensalada de argumentos. Ambos por supuesto van por caminos distintos, pero todo gira en torno a la enfermedad de Tony, el hijo del señor Clavo. La enfermedad de Tony es de tipo siquiátrica. Es, utilizando las palabras del mismo Tony: “una honda tristeza”.

La convalecencia de Tony tiene que ver un poco con esa dependencia obsesiva hacia la televisión o el fútbol; por lo que requiere de sicoterapia y en eso se va la mitad de la trama. Por otro lado el señor Martillo sufre de algo que él se empecina en llamar “cafard” que no es otra cosa sino melancolía o como él la sintiera “…pero más o menos por esa época comencé a padecer melancolía – un cafard- una forma de desesperación que a veces parecía tener formas tangibles” cuyo símbolo o fijación (en trance o depresión crónica) es el cuarto de las paredes amarillas. El señor Clavo, en condiciones opuestas, no escapa a este flagelo y termina consumiendo cierta clase de drogas que no le permiten ver la realidad. El final es patético; el señor Martillo, después de recorrer el mundo de ciudad en ciudad, de país en país, en una dimensión etílica, intenta asesinar a Tony en una iglesia, quien a su vez es salvado por el Swami Rutuela, un sacerdote de “El Templo de la Luz”, un loco que se cree profeta y enviado divino para sanar a los “enfermos del alma”. La novela está llena de humor y sarcasmo. 253 páginas de entretenimiento sano, de literatura profunda, de denuncia social y toma de conciencia por esta sociedad, o por Bullet Park, que puede ser Macondo, o Santa María, ciudades imaginarias, o San Cristóbal.Suburbio es la realidad de un mundo comprimido y sin esperanzas. Es el trauma de la desesperación humana en medio del caos de la tecnología y sus fantasmas cibernéticos, por decirlo de alguna manera. Es ese otro lado humano que necesita atención y al cual conocemos como alma en nuestra tradición religiosa occidental.Llamémoslos “espíritu” a la vida emocional del individuo, a su honda consternación, a su depresión existencial, a su soledad y sed de Dios, a su “verdad” inamovible y su llama ardiente por conocerse a sí mismo. Bullet Park es una ciudad norteamericana, que se encuentra cerca del río Wekonsett, y a escasos kilómetros de Nueva York. El espacio geográfico es lo menos que nos importa; lo que más nos debe interesar es nuestra gente que vive y padece en carne propia las consecuencias de una mala administración de la justicia y la democracia. Allí, en la palabra, quedarán para siempre nuestras nostalgias, contagiadas por los vientos de cambio que nos aproximan a una propuesta estética que busca, además, un acomodo en la resonancia apocalíptica de finales del siglo XX y comienzos del próximo. Bullet Park está entre nosotros, en el suburbio agonizante de voces que gritan su delirio y su depresión en medio de la ciudad de todos los días, con sus típicas huelgas, protestas estudiantiles, persecución a buhoneros e indocumentados, y las tradicionales intervenciones de quienes manejan el estado desde las cúpulas no menos tradicionales y fiesteras…

POESÍA Y ANTIPOESÍA EN AMÉRICA LATINA


Roberto Fernández Retamar, poeta y ensayista cubano, quien dirigió durante muchos años la revista Casa de las Américas, dictó una conferencia en el Congreso Cultural de la Habana, en enero de 1968, sobre dos vertientes de la poesía que constituían para el momento la novedad de la literatura hispanoamericana. El autor nos ofrece un panorama de la generación en boga para ese entonces y cuyos representantes aún permanecen en nuestra memoria literaria. Voces como la de Vallejo, Huidobro, Borges, Guillén, Neruda; años después: Lezama, Paz, Diego, Nicanor Parra, este último quien sería el máximo representante de “antipoesía” y Ernesto Cardenal, a quien Fernández Retamar tildó de ponente de lo que él llamó “poesía conversacional”, abrieron el camino para que la crítica hispana se interesara en la esencia del trabajo poético de esa época en que se desarrollaba la masacre de Vietnam.

Las bases para tan honrosa búsqueda parten de la misma sensibilidad del investigador. La sensibilidad ante la palabra como acto de ficción o como figura estética, nos permite acercarnos a una definición más o menos parecida a la de Fernández Retamar. Dos cosas diferentes, aparentemente, podrían ser los hilos que nos lleva a la araña misteriosa que encierra el contenido per se del arte poética: abstracción y belleza. No obstante la poesía es por consiguiente el género que no acepta etiquetas; no se le pueda conceptualizar a través de teorías semiológicas; no acepta categorías ni clasificaciones ortodoxas; qué importa que el poema tenga o no sentido o fin concreto. Qué importa que cuestione o no el entorno social, la historia del hombre, el mundo como sistema de cosas, la religión como institución moral, la guerra, la pobreza, la bondad, la maldad, el conflicto termonuclear de China, el alunizaje blando de la luna visto desde un satélite norteamericano, el posmodernismo ruso, el avance tecnológico-científico de La India, el amor como solución metafísica para sobrevivir en medio de esta profunda maraña de incertidumbres; qué importa que sea “antipoesía” o “poesía conversacional” si lo que realmente vale del poema es su naturaleza abstracta, su estética, su capacidad de mantenerse en el tiempo para convertirse en texto obligado del buen lector.
La poesía puede o no contener todos los problemas del mundo en un mínimo número de palabras, puede abarcar todos los sentimientos del hombre frente al conocimiento de su propia muerte. Puede, sin rodeos, ser el “otro yo del Dr. Merengue” en nuestra cotidiana manera de vivir. En virtud, en el Concurso de Poesía en 1997, de la Coordinación de Literatura de la Dirección de Cultura, resultó ganador, por unanimidad, “El Guardián de la Salamandra” de Elsa Marlene Sanguino”; de cuyo trabajo viene a mi memoria el siguiente párrafo: “Esa noche inventaron una historia/ adornada con arabescos de piernas/ y brazos/ con tormentas luminosas / caminos sutiles / hoy / un mandala flota en la superficie / del lago / en calma / … ¿ se debería clasificar el anterior poema? Para la selección de este Primer
Lugar, no se pensó jamás en una separación entre dos formas aparentemente distintas, sino por el contrario se buscó ante todo un estilo que superara los límites académicos o las estructuras de moda, respetando ante todo la dimensión del trabajo como diseño poético y no como “poesía conversacional o antipoesía”.
La charla de Fernández Retamar, en el Congreso Cultural de la Habana, provocaría un sismo en los intelectuales de ese entonces que hasta el mismo Fidel, supongo, debió cargar con las consecuencias de producción de poetas de la generación actual.






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POESÍA


De niño me veo frente a ese espejo

donde mi rostro se vislumbra

en una creciente armonía

Recuerdo la dinastía de una familia lejana

que no sabía de navíos

ni de trenes bajo la lluvia

que había vivido entre las flores

y que jamás había visto el mar

También recuerdo los zócalos

de una pared blanca

El aroma del café y las canciones del abuelo

con quien jugaba en el río

amarillo

quizás

de los bosques y la aldea

La nieve afuera

y esa lámpara que iluminaba los caminos

por donde se nos iba la inocencia

Ahora

cuando regreso a la ciudad

me veo en ese otro espejo de la nostalgia

entonces creo que el recuerdo se fue

se ha ido

con la noche azul

de otros tiempos

..........................................................................................................................................................................

jueves 8 de enero de 2009

Canto a los que han de venir
Canto a los que han de conocer
Y respirar a pulmón pleno
Nuestro vasto cielo por fin libre…

SINFONÍA CHIPRIOTA
TEODOSIO PIERIDIS
(poeta griego)


¿Qué éramos al principio?
Sal de la tierra
Temblor de huracanes
Perenne soledad de la niebla
Sobrevivimos
en un espacio irreal
exiliados
condenados al asombro
................................................................................................................................................................................. De manzanas y cayenas
está hecha la casa
Los árboles bostezan a su alrededor
El río se oye bajo los aposentos
El río duerme
porque los espejos
anuncian la llegada del invierno
Sueña la maestra Gil
y el grito de su sueño
se escucha en la escuela
La orfandad
vestida de niebla
profana la alcoba
donde vive el alma
de la maestra Gil
con su lápiz de mil colores
para dibujarle un arco iris
a la lluvia
..........................................................................................................................................................................

De todo lo que dijimos e hicimos
en aquella despedida quedó la noche
y este silencio que me acompaña hoy

Cuánto tiempo ha
desde aquel adiós irrenunciable
desde ese momento cuando doblamos la esquina
y nos fuimos de bruces contra el mundo
apagando el último cigarro de la dicha
Frecuenté todos los bares de la ciudad
durmiéndome de tristeza en cada presagio nocturno
Bebía hasta el amanecer
Ebrio de tinieblas
rompí la estrella de la libertad
Tu conducías la noche
en una lejana palabra de despedida
Yo conducía un astro con ruedas de escarlata
pisoteado por las sombras
No supe en que plaza del infinito
anclé mi alma
El vendaval me consumió
en la espuma agria y pujante
del nuevo día
............................................................................................................................................................................................................................................................................................................
Cuando regresamos al silencio
en mutuo acuerdo con la noche
odiamos el pájaro nocturno
el sudor a huesos descompuestos
la herida de la fábrica
donde apenas acariciamos el pan
Regresamos a la oscuridad
del sueño
con el bolso de recuerdos
colgado de la sombra
Compartimos una ración doble de amor
o de odio
con sabor a sopa de cansancio
a café trasnochado
por la prisa
Repartimos el alma en la penumbra
y nos sentamos a contar las sobras
el último aroma de la cena
La llama se apaga finalmente
.........................................................................................................................................................................

Cuando era niño, hablaba como niño,
pensaba como niño, juzgaba como niño;
mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
Pablo, el apóstol.
Los muchachos sueñan con las tardes
Se cuelgan del sol a punto de ocultarse
y corren tras los gritos
tras la noche cercana
Corren presurosos
como ratones asustados
Los niños crecen entre el aire y la escuela
Entre saltamontes y cometas
En el agua
hacen sus casas de barro
cuyos habitantes son menudos
y resbalosos
Toman Coca-Cola mientras piensan
en las barbas de algún loco
Desandan en busca de perros callejeros
y se pierden bajo las ramas de los árboles
en el umbral del viento
Juegan con los duendes de la hierba
y las salamandras
Las niñas de afro y mejillas rosadas
aman sus boinas
y sus cohetes de papel


A Dexy Ruiz Rodríguez


Detrás de nuestras palabras
está el silencio
está la calle que nunca transitamos
la vereda aquella
con la que soñábamos
al bajar la cuesta de algún recuerdo
Escucha este grito
despierta
el invierno dormido en tu piel
la pocilga el reloj
el objeto que olvidamos en la vidriera
Detrás de la noche
está la caja de sorpresas
con sabor a blues latino
devaluado
que sirve de fondo
a nuestro espacio
de humana transparencia

........................................................................................................................................................................

Con este sueño
detengo mi andar
Descansaré
bajo la noche sin lluvia
Dormiré en el reflejo
de los almanaques
cuando la tarde prescriba
Sólo el tiempo
El inconcebible tiempo
me cubre de asperezas
y no encuentro palabras
para decir adiós
a las distancias


LAS NOCHES EN BAGDAD

Cómo pesan los sueños
de quien muere entre ráfagas de viento
Su rostro de luna y sangre
nos recuerda la marca de la bestia
Su número equidistante
el corazón de la tierra
Babel
donde se confundieron las lenguas
Volverán
tal vez
las blancas palomas
a sobre volar las grutas
sobre las piedras de Irak
en el cansancio de pies dormidos
de miradas sin fondo
Adónde irán los muertos del desierto;
la invasión cobró víctimas
que no sabían de acuerdos internacionales
de odios ajenos
No sabían de agendas preescritas
Ni de planes de economía
No sabían que más allá del Golfo Pérsico
ondeaban cortinas de mercurio
los perros de la guerra
¿Pero eso estaba escrito en alguna parte?
El Corán habla de Días de Gloria
Mahoma debe estar a la espera
del juicio de los impíos
Las noches en Bagdad ya no son noches
Son estrellas del norte que derriban casas
puentes
niños
mujeres
Las noches en Bagdad pesan como los huesos
arrastrados por la arena…
...............................................................................................................................................................................
A los caídos en abril…
Uno nunca sabe que hacer con tanta lluvia
acumulada en los ojos
con tanto desconcierto detrás de las bodegas
con tanta furia y tanto descontento
donde una flor crece al calor de un mediodía extraño
y allí
despierta a las distancias
una niña canta su canción preferida
bajo los árboles de abril
para no llorar
para no ir de prisa agitando palomas sobre una grama
La niña que tocaba un violín ayer
hoy arrastra una manta por las calles
El niño que jugaba con carritos de madera
y comía hamburguesas McDonald´ s
hoy porta un arma en medio de la noche
La flor y el espejo se nos marchan
con el último recuerdo de la infancia
.......................................................................................................................................................................


Aquellas tardes calurosas
recuerdan la Suecia inmortal de Hasso Krull
Cuando leí su poesía ¿qué decía de los arándanos?
de la música colonial de Rajasthan
de su extravagante manera de encender un cigarro
e irse por ahí bajo los árboles
silbando o cantando
como suelen hacer las personas que sueñan
¿Qué nos separa de Hasso Krull sino un tren
que va hacia el centro de la tierra?
La tierra de verde transparencia
Los vastos horizontes de arena rojiza sembrada de cocoteros
Pero lo importante de Hasso Krull es su poesía
La forma de decir que estamos solos en el universo
Que se nos hace pedazos la vida
cuando ocultamos algún secreto
que luego descubrimos en alguno de sus versos
Su poesía es como los árboles
Como la brisa que rodea las colinas de Finlandia
Mucho más tierna que el trigo al despuntar la mañana
El día está claro
y el cielo se derrama de luz
Hasso Krull nació en una de esas estaciones solitarias de la India
para recordarnos
en cada amanecer
que aún estamos vivos
..........................................................................................................................................................................
A GERTRUD, una desconocida hasta hoy...

Gertrud no fue mi amante,
pues no me conoció...
siquiera eso.
Luis A. Alcocer F.
Gertrud no era mi amante
pero juntos caminábamos por el bosque
tomados de las manos
Aprendimos a conocer la dirección del viento
en los pasillos de una cabaña legendaria
a bebernos el agua fresca de un amanecer cualquiera
en la neblina
a veces nos escapábamos fuera de la ciudad
recorríamos los pueblos
en busca de aventuras
nos contábamos anécdotas de nuestras parejas
ella hablaba de su marido con entusiasmo
y yo de mi mujer
Pero Gertrud no era mi amante
Nos embriagábamos de alegría
compartiendo las manzanas
los cereales y el buen vino de la tarde
bajo la lluvia
en la orilla de un río o en el comedor de una vieja posada
Pero Gertrud no era mi amante
En una ocasión hicimos un largo viaje de negocios
nos perdimos en las barriadas de Venecia
ante el inmenso lago inmortal de aguas inmortales
en los espejos de Italia
en la Grecia milenaria de Arquímides
entre hoteles miserables y calles pestilentes
De vez en cuando llamábamos desde algún teléfono remoto
para anunciarnos
para decir que estábamos vivos
Pero Gertrud no era mi amante
Con la llegada del invierno: la despedida
los años tristes
un hijo que la llamaba desde la noche
con la voz de quien nunca regresa en la distancia
El la consolaba como un padre
y fue para ella el mejor esposo del mundo
él entendía el giro del universo
su piedra angular
el momento histórico que nos tocó vivir
Pero Gertrud no era mi amante
Amábamos La Revolución
hablábamos del Che como si se tratara de un amigo cercano
de Marx como nuestro mejor camarada
de los pintores de Prusia
de Polonia y del Papa
Nunca más supe de ella cuando partió de este gran país
cuando éramos felices como antes
a nuestra manera
Pero Gertrud nunca fue mi amante
Nunca
Lo juro
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Estaban allí
como en las fotografías
Julio Mella y el Che con el asma entre las manos
Camilo Torres, Salvador de la Plaza, Tania Bunke
con su tabaco perfumado
sus escopetas y sus sueños
con la esperanza de regresar alguna vez
Habitaban en silencio la isla
Detrás de las cortinas de mar de una habitación secreta
Leían las cartas y los oráculos del fin del mundo
Se respiraba otro aire
Otra nostalgia nos llamaba desde la distancia
con sabor a vino tinto de goletas olvidadas
De palabras que se llevaba el viento
Tarde de caballos desbocados
de locos y borrachos
con golondrinas y espuma en los sombreros
Todos estaban allí
en el regreso insondable de las olas
contra los acantilados
..........................................................................................................................................................................
AFGANISTAN

Todo estaba escrito desde el principio
Así lo decían los papiros
Esa carta del porvenir donde los muertos caminan
por las sendas del mal
¿Podrán entrar al templo Los Hijos del Califa?
¿Profanar la tumba de Alí?
Caravanas del norte poblaron la ciudad
sobre calles polvorientas
Soldados infelices atraviesan las veredas
contra un viento de sueños milenarios
que se niega a morir
Sobreviven al calor en grandes multitudes
bajo el sol de otoño
en el país
donde duele ser hijo de la tierra
hijo del desierto
hermano de Mahoma
del sol y la luna
para arrancarle un grito a la noche
..........................................................................................................................................................................

Yo nunca me quejé de haber nacido pronto
Nazin Hikmet


Estoy hecho de barro y púrpura
Me aferro a la piedra filosofal
como quien se aferra a la mano de Dios
Soy como un ermitaño que recién aprendió a leer
como esos sacerdotes de órdenes secretas
como esos mendigos de las plazas
que se alegran cuando llueve
Pertenezco a una raza indómita
de caballos negros
de perros de caza con centellas en los ojos
de marineros al atardecer
bajo el clarín de los relámpagos
Estoy hecho para el fuego
para las revoluciones y las tormentas
Ese que está ahí no soy yo
es mi sombra de años
mi carne
mi sangre
la piel que entrego en pedazos
para el sacrificio
por ahora
..........................................................................................................................................................................
Mucho más temprano que tarde, de nuevo,
se abrirán las grandes alamedas,
por donde pase el hombre libre.


Salvador Allende


En el reino de Itaca
las noches son demasiado oscuras
los astros titilan a lo lejos
como centauros dormidos
Una silenciosa esperanza
crece en la remota bahía
Los viajeros de la isla
contemplan el mundo
desde la mirada triste de Odiseo
el griego pescador
En montañas rocosas y legendarias
la música se oye
como una campana
que anuncia la creación del nuevo mundo
Sobre la arena
en la vesperal playa del mar Jónico
las mujeres danzan al ritmo de las olas
con palmas y flores en el pelo
Homero descubrió a Itaca
una fría mañana de septiembre
entre las ruinas de una tumba heroica
al oeste de Grecia
Ulises también soñó con sus barcos y sus costas
Un día regresaremos a Itaca
con el viento del sur
Allí construiremos una casa
un puerto
y un sueño

GAJES DEL OFICIO (cuento)

GAJES DEL OFICIO

Tributo a Ray Bradbury

- Hoy le compramos un televisor de pulsera a la niña para que se entretenga en las horas de ocio, dice la Sra. Patri a su marido.

- Es necesario comprar uno portátil para el auto, mejor, instalar uno en el puesto delantero y otro en el trasero, agrega el Sr.Franz.

Al penetrar en la oficina, el Sr. Franz enciende la luz mostaza del centro; a su vez las innumerables pantallas del fondo se iluminan presentando en cada una de ellas diferentes escenas. Allí pasa el tiempo, mientras le dura la crisis de soledad, después, con la caída de la tarde, regresa a casa, levemente excitado. Desde que entra va encendiendo todas las pantallas hasta llegar a la cocina. Los niños están entretenidos con la T.V. del jardín, la Sra. Patri con el de la recámara. Una vez más se siente solo, entonces le sube el volumen al televisor más cercano. El actor del momento es entrevistado y nadie puede perderse esa actividad (porque mirar la televisión es una actividad de los sentidos, recuerda haberlo oído en alguna parte). Los demás se acercan, reuniéndose fraternalmente. Los muchachos intentan imitar al entrevistado, mas, el acto resulta fallido. Ríen. ¡Al menos se intentó! Grita alguien. La imagen se ve clara. Ese único ojo mecánico, tan grande como la luna, desborda escenas de tiempos inmemoriales: la rubia del bikini azul, la cápsula para el olvido ¡cómprela! el auto espacial...La música ya no entretiene a nadie, al menos la que no está de moda y puede verse en la pantalla. Debe quedarse en casa en vista de la ola de violencia colectiva y... sin embargo anuncian en secreto pues no les es permitido hablar públicamente sobre el tema...

Arturito reparte los platos - nadie habla, están atentos en una escena de pistoleros de la década del 20 en Texas - y regresa al procesador de gas nacarado, que es el que más le gusta. Dos pastillas verdes (la de los vegetales) y una roja, a cada uno, de las cuales dejan la mitad. Terminan el almuerzo y se tienden cómodamente para ver el final de la película. Arturito sale al patio y contempla las dalias, los filamentos púrpura y otras flores; las aves le parecen extrañas, le atraen de tal manera que se propone curiosear en su pantalla algo de la memoria de un siglo. Piensa un instante, con esa facultad electrónica de los nuevos robots, que le confieren una gran información a los humanos. Luego atraviesa el jardín y se dirige a la mesa, levanta los platos y regresa a la cocina. Se dispone a controlar el lavador de platos, cuando escucha un ¡HURRA! Que lo saca del éxtasis. Ve con asombro como el Sr. Franz y la Sra. Patri están felices. Sonríen. Sus hijos al fin pudieron imitar al actor ¡Gracias a Dios! Sin duda alguna ganaron los pistoleros del oeste, piensa Arturito y continúa en la cocina.

domingo, 19 de abril de 2009

CEREMONIA DEL OCASO (poesía)

Ceremonia del ocaso
Manuel Rojas
Rinde homenaje a los caídos. A aquellos que no volvieron a ver la llegada del crepúsculo. Sus versos frescos y citadinos nos invitan a ese vivir y morir al que nos enfrentamos tras cada paso: “Uno nunca sabe que hacer con tanta lluvia/acumulada en los ojos/[…] La niña que tocaba un violín ayer/hoy arrastra una manta por las calles/El niño que jugaba con carritos de madera/ y comía hamburguesas McDonald´s/Hoy porta un arma en medio de la noche/ La flor y el espejo se nos marchan/con el último recuerdo de la infancia…” La ausencia de signos de puntuación en algunos poemas son muestra de una poesía libre y actual que nos hace ver escenarios en los que se mezcla la calle, la vida en el barrio y otros episodios que nos harán festejar tanto la vida como la muerte.

domingo, 12 de abril de 2009

Día de la Poesia

Acto para celebrar el Día Mundial de la Poesía

Encuentro de poetas tachirenses
El Museo de Artes Visuales y del Espacio realizó un Encuentro de Poetas Tachirenses, en el marco de la celebración del Día Mundial de la Poesía, el pasado 21 de marzo, y en conmemoración a la vida y obra de Estefanía Mosca, pluma de la literatura venezolana, quien falleció el martes 24 de marzo, dejando un significativo legado en los distintos géneros de las letras venezolanas y del mundo.

El evento fue propicio para que los poetas compartieran la lectura de poemas y abrieran un espacio al debate sobre el concepto de poesía, partiendo de su naturaleza espiritual y como creación intelectual, así como también ahondar sobre la proyección actual de la poesía en el Táchira y fuera de sus fronteras.

Entre los poetas y poetisas presentes se encontraban: José Luis Oropeza, Julio Romero Anselmi, Manuel Rojas, Andrés Eloy León, Edgar Gómez, Jesús, Alberto Ramírez, Nelson Rondón, Homero Pérez, Emma Berti, Carmen Lucila de Paz, Rubén Darío Becerra, Pablo Mora y demás escritores de gran trayectoria. Igualmente hubo una importante participación de noveles poetas, como es el caso de Pedro León, quien compartió con los presentes sus poemas.

La velada contó con la interpretación musical del cantautor tachirense Nelson Rondón, quien en compañía de su guitarra deleitó a los presentes con la canción “El poblado de las auyamas”, en lengua Quechua.

Reflexiones sobre la poesía tachirense

Belkis Candiales, directora del MAVET, expuso su preocupación por la falta de motivación de la gente hacia la lectura de la poesía, la sesgada participación de la mujer en la producción bibliográfica y la búsqueda de estrategias que promuevan la integración de la poesía y sus artistas con los pueblos.

“Qué debemos hacer para que la poesía trascienda, para que salga de un corazón y llegue a otro corazón. En estos tiempos de postmodernismo, cómo propinar un encuentro más concreto y real de la poesía con la gente de las calles, de los pueblos, en eso hay que reflexionar y actuar”, apuntó Candiales.

Por su parte, el poeta Julio Romero Anselmi reflexionó que “la poesía no está desierta, pero parece, son los seres humanos, los poetas, quienes se han fragmentado, debemos dejar a un lado las discriminaciones, porque eso es lesionar a la poesía; entonces, el punto es la unión”.

Homero Pérez resaltó la importancia de abordar en la poesía las cosas sencillas de la vida, recordando en ese sentido al poeta venezolano Aquiles Nazoa, igualmente apuntó: “para que la poesía trascienda, hay que leer poesía y hay que ser poeta”.

El poeta Manuel Rojas, evocando sus experiencias con la gente de los campos tachirense, resaltó la importancia de concebir a “la poesía no como un producto academicista, sino como esencia y expresión de la gente sencilla, quienes en muchas oportunidades desconocen el valor de sus creaciones”.

Rubén Darío Becerra recordó los tiempos en los cuales los artistas plásticos y escritores participaban en la Cueva Pictolírica, donde el caudal de la sensibilidad y creatividad se compartía, como miembros de una misma casa, de un hogar.

ACTO PARA CELEBRAR EL DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA

Acto para celebrar el Día Mundial de la Poesía
Encuentro de poetas tachirenses
El Museo de Artes Visuales y del Espacio realizó un Encuentro de Poetas Tachirenses, en el marco de la celebración del Día Mundial de la Poesía, el pasado 21 de marzo, y en conmemoración a la vida y obra de Estefanía Mosca, pluma de la literatura venezolana, quien falleció el martes 24 de marzo, dejando un significativo legado en los distintos géneros de las letras venezolanas y del mundo. El evento fue propicio para que los poetas compartieran la lectura de poemas y abrieran un espacio al debate sobre el concepto de poesía, partiendo de su naturaleza espiritual y como creación intelectual, así como también ahondar sobre la proyección actual de la poesía en el Táchira y fuera de sus fronteras.

Entre los poetas y poetisas presentes se encontraban: José Luis Oropeza, Julio Romero Anselmi, Manuel Rojas, Andrés Eloy León, Edgar Gómez, Jesús, Alberto Ramírez, Nelson Rondón, Homero Pérez, Emma Berti, Carmen Lucila de Paz, Rubén Darío Becerra, Pablo Mora y demás escritores de gran trayectoria. Igualmente hubo una importante participación de noveles poetas, como es el caso de Pedro León, quien compartió con los presentes sus poemas.

La velada contó con la interpretación musical del cantautor tachirense Nelson Rondón, quien en compañía de su guitarra deleitó a los presentes con la canción “El poblado de las auyamas”, en lengua Quechua.

Reflexiones sobre la poesía tachirense

Belkis Candiales, directora del MAVET, expuso su preocupación por la falta de motivación de la gente hacia la lectura de la poesía, la sesgada participación de la mujer en la producción bibliográfica y la búsqueda de estrategias que promuevan la integración de la poesía y sus artistas con los pueblos.

“Qué debemos hacer para que la poesía trascienda, para que salga de un corazón y llegue a otro corazón. En estos tiempos de postmodernismo, cómo propinar un encuentro más concreto y real de la poesía con la gente de las calles, de los pueblos, en eso hay que reflexionar y actuar”, apuntó Candiales.

Por su parte, el poeta Julio Romero Anselmi reflexionó que “la poesía no está desierta, pero parece, son los seres humanos, los poetas, quienes se han fragmentado, debemos dejar a un lado las discriminaciones, porque eso es lesionar a la poesía; entonces, el punto es la unión”.

Homero Pérez resaltó la importancia de abordar en la poesía las cosas sencillas de la vida, recordando en ese sentido al poeta venezolano Aquiles Nazoa, igualmente apuntó: “para que la poesía trascienda, hay que leer poesía y hay que ser poeta”.

El poeta Manuel Rojas, evocando sus experiencias con la gente de los campos tachirense, resaltó la importancia de concebir a “la poesía no como un producto academicista, sino como esencia y expresión de la gente sencilla, quienes en muchas oportunidades desconocen el valor de sus creaciones”.

Rubén Darío Becerra recordó los tiempos en los cuales los artistas plásticos y escritores participaban en la Cueva Pictolírica, donde el caudal de la sensibilidad y creatividad se compartía, como miembros de una misma casa, de un hogar.

sábado, 11 de abril de 2009

domingo, 5 de abril de 2009

sábado, 4 de abril de 2009

LOS ESPACIOS SOCAVADOS


Obra: Los Espacios Socavados/1994
Autor: Manuel Rojas
Diseño de Portada: Freddy Pereira
Editador por: Tipografía y Litografía
"La Artística"
San Cristóbal - Estado Táchira - Venezuela/1994

LA MANO DEL MORIBUNDO Y OTROS CUENTOS


Obra: La Mano del Moribundo y Otros Cuentos
Autor: Manuel Rojas
Editado: Fondo Editorial "Simón Rodríguez"
Ilustraciones de Portada y Contraportada
Obra: El Monstruo de Mi Armario/2004
Obra: El Insecto Mutante/2005
Autor: Odeyser Rojas Ruiz
Maquetación y diseño: Elkin Javier Calle
San Cristóbal - Estado Táchira- Venezuela/2006


SABER-ULA, Universidad de Los Andes - Merida - Venezuela > Revistas > Contexto > Contexto - Segunda etapa. Volumen 013, No. 015 >
Título:
Muerte y soledad en La mano del moribundo y otros cuentos, de Manuel Rojas
Otros Títulos:
Death and loneliness in La mano del moribundo y otros cuentoss by Manuel Rojas
Autores:
Lemus García, Alexander
Correo Electrónico:
allemus67@hotmail.com
Fecha:
15-Sep-2009
Resumen:
En este trabajo se trata de asomar una interpretación del libro de cuentos La mano del moribundo y otros cuentos, del escritor tachirense Manuel Rojas, en el que se concibe a la muerte no solo como un fenómeno natural, sino como un fenómeno social y cultural proveniente del pensamientomítico-religioso, en el cual se le atribuye a la existencia el don de la inmortalidad a través de una trascendencia ectoplasmática. Esta inmortalidad puede tomar muchas formas, pero en este ensayo sólo se abordará el tema en relación con la condición espectral de ese modo de existencia. En el proyecto narrativo de Rojas se encuentran cinco formas de manifestación de lo espectral: lo fantasmal, el sueño, lamagia, la posesión, y la tecnología. En él se concibe a la noche y a la soledad como el contexto idóneo para su manifestación, y al extravío y a la posesión como las consecuencias de su contacto con el mundo real de los vivos.
ISSN:
1315-9453
Resumen en otro Idioma:
This article aims to present an interpretation on the volume of short stories by Manuel Rojas entitled La mano del moribundo y otros cuentos, in which the death is conceived not only as natural phenomenon but as a social and cultural one coming from mythic-religious thought where immortality is attributed to life and makes it capable of transcending time through ectoplasm. This kind of immortality can take several shapes; however, this article will be focused just on the spectral condition of the previously referred way of existence. In Manuel Rojas’s narrative the spectral or super natural has five shapes, such as the phantasmatical, the dreaming, themagic, the possession, and technology. InRojas´swork night and solitude are conceived as a perfect context where the spectral can appear while possession and misplacement are the consequences of any contact between that ghostly realm and the real ambit of living persons.Dans ce travail nous essayons de montrer une interpretation du livre de contes La main du moribond et d’autres contes, de l’écrivain du TáchiraManuel Rojas où lamort est conçue, pas seulement comme un phenomène naturel,mais comme un phenomène social et culturel provenant de la pensée mythico-religieuse, où l’existence est attribuée du don de l’immortalité à travers d’une transcendance ectoplasmatique. Cette immortalité peut prendre beaucoup de formes, mais dans cet essai nous aborderons seulement le thème ayant relation avec la condition de spectral de ce moyen d’existence. Dans le projet narratif de Rojas nous trouvons cinq formes demanifestation du spectral: le fantomique, le rêve, lamagie, la possession et laTechnologie. Le projet conçoit aussi la nuit et la solitude comme le contexte convenable à samanifestation, et à l’égarement et à la possession comme les conséquences de son contact avec le monde réel des vivants.
Colación:
65-79
Periodicidad:
anual
Palabras Claves:
MuerteSoledadEspectralNochePosesión
Palabras Clave:
DeathSolitudeSpectralNightPossession
Palabras Clave:
MortSolitudeSpectralNuitPossession
Publicación Electrónica:
Contexto.
Sección:
Contexto: Artículos
Aparece en colecciones:
Contexto - Segunda etapa. Volumen 013, No. 015
LA MANO DEL MORIBUNDO


Lo que se hace por amor
acontece siempre más allá
del bien y del mal.

Nietzsche

(sentencias e interludios)

A lo mejor esto sólo quede entre líneas, el papel aguanta todo, no obstante una fuerza incontrolable me lleva a escribir, y al igual que Belsasar (quien vio los dedos de una mano de hombre escribir sobre el encolado de una pared del palacio real: “Mene, Mene, Tekel, Uparsin”), confieso que este enunciado simbólico me produjo una terrible confusión. Desde ese entonces las noches se convirtieron en perennes pesadillas; noches largas y tediosas teñidas de asombro, de personas cercanas y lejanas, de sombras fantasmales rondando alrededor de mi alcoba. Imagino rostros labrados de llanto, de fuego, rostros dibujados en el espejo de la habitación de Marien, palabras, las mismas palabras ensangrentadas, arañadas sobre el desván, la pared, el cuadro de Armenteros, como rasgadas por la mano de un moribundo...

“Mene”

En la candente mañana de un lunes de abril supe que Marien se hallaba hospitalizada. No lo podía creer. El día anterior había encontrado una carta doblada metódicamente. La misiva era para ella. En carácter de intruso aproveché para leerla. Entre las cosas que decía, trivialidades al fin, lo único interesante era una sentencia que le auguraba un mal designio. Inmediatamente lo comparé con la interpretación que Daniel le hiciera a Belsasar sobre el arcano Mene: “contó Dios tu reino y le ha puesto fin.” Traduce. -A estas horas ya estará rumbo a la montaña, pensé mientras lanzaba la carta al basurero. Trataré de reconstruir la escena.

Lo primero que noté, si mal no recuerdo, fue que el aire se transformaba lentamente en ceniza. El incesante y vasto movimiento mecánico del automóvil la precipitaba (a juzgar por la premonición), a un vacío de infinita y pavorosa carrera hacia la muerte. Sin duda alguna el Universo vira en remolinos órficos, en círculos misteriosos, en llamaradas desafiantes que sólo los espíritus sensibles pueden captar. No debería continuar con este relato pues me embarga una imperiosa agonía, y sin embargo, el hecho de hacerlo, y saber que lo puedo hacer, me llena de una arrogante vanidad.

Al considerar la posición debo asumir gran parte de la responsabilidad en tan nefasto drama, mientras una vana y exasperada devoción me levanta sobre los hombros de una luz matinal. El difuso enigma se torna fulminante. Marien reposa plácidamente en el puesto delantero del Nova y el rostro de ella se repite en el espejo retrovisor. Recordé sus ojos de almendra, tal como aparecen en las fotografías que revelaba emocionado.

La Polaroid aún conserva su perfecta nitidez. En la primera, Juan Carlos la toma de un brazo. Ambos ríen acariciando el viejo pekinés de Merli. Al otro día me enteré que Marien se había ganado un resfriado por correr bajo la lluvia. El torrencial aguacero acabó con parte de nuestros barrios marginales. Tomé el álbum y examiné cada foto, las que le regalé el día de su cumpleaños: M. En traje de baño, de perfil, en la estación de una línea de taxis, dentro de una cabina de teléfonos disfrazada de conejita a los cuatro años, y a los dieciséis graduándose de bachiller, luego aparece en el Pico Bolívar, envuelta en una ruana a rayas; en fin, toda una filmación para películas de...

Las toallas de baño sobre la cómoda, los blúmeres en la butaca, las sandalias con piel de puma africano colocadas minuciosamente a un lado de la cama; todas esas cosas le dan al ambiente un aspecto pequeño burgués vanamente erótico. Imagino las sensaciones y las clasifico de acuerdo a la forma, dimensión e intensidad emocional:

PRIMERA SENSACIÓN

Estar frente a ella, inclinado, amordazado ante el silencio, conforme a la decisión de los astros (creo ciegamente en la astrología)

SEGUNDA SENSACION

De no estar o estar pero en forma invisible para observarla detenidamente. Ella no es muy alta, más bien es de regular estatura, frágil, mueve el brazo derecho hasta rozarse el montecillo de Venus. Envuelta en el humo del cigarro, brilla su piel canela en el ébano del recinto cual si fuera una alondra bajo la luna de marzo.

TERCERA SENSACION

Miedo, sí, créanlo, o no, me da miedo esta impresión, temo al éxtasis, aunque al aceptarlo me estalle de risa; pensar que en la ausencia, en la soledad del vestíbulo y detrás del sonido de respiración, ella me esconda graciosamente en el anonimato.

CUARTA SENSACION

Imagínenme tratando (sin apuros y de acuerdo al Control Silva), de controlar mi actividad mental para intentar lo inconmensurable del orgasmo. El revés de la otra fase, la del sentido ilógico, análogo al ocio o al desperdicio. Sé que no me entienden. Cabalgar en los caballos rosados del Eros, y por fin, al fin carajo, sudorosas, extenuadas, sus manos largas y afiladas me desmenucen en la intimidad, en los carros de fuego y golondrinas que se ciernen en la humareda de la piel.

QUINTA SENSACION

Vivir remotamente muerto tras la figura de su rostro. Vivir y morir en el instante de la duda. ¡Vaina! Merezco un brindis! Durante algún tiempo soñé con esta invasión de absurdas sensaciones, porque todo por muy descabellado que sea es necesario para sobrevivir, aunque vale la pena vivir. Permítanme agregar que en tal circunstancia brindé en nombre del 27 de febrero, por la sublevación del pueblo. ¿Cómo definir esa situación? Propongo un brindis por la nostalgia de compartir esta habitación con mi sombra. “El hombre moderno debe amoldarse a las nuevas formas de la razón y no a las supersticiones contemplativas”, escribí en alguna parte de la memoria. Nunca pensé que ella pudiera transmitirme tan raras sensaciones. Me senté en el orillo de la cama. Guardé las fotografías. “Una fotografía es un secreto acerca de un secreto” recordé las palabras de Diane Arbus. Para ustedes las cosas deben resultar borrosas, sin embargo si imaginan la escena podrán comprenderme. El color es inversivo. El plano es astral. Fuera del encuadre sólo hay una ventana. El revelado es cromógeno con ciertas curvas sensibles. Procederemos a la interpretación del enigma. Nuestra amiga va en el auto, como dije antes. Prescribo la inutilidad que significa montar para entregarla al acto de viajar. Inepta disposición. Ridícula actitud, pomposa y banal ¿Cómo ubicarla a ella en el tiempo y en el espacio? Esta percusión de sonidos imprecisos me exponen a la crítica de artistas frustrados. Censuro a los escritores y sus figurados argumentos, sus fábulas mediocres. Odio a los poetas farsantes, a los estudiosos del arte. Ustedes preguntarán: ¿¿¿por qué escribe??? Prefiero la fotografía, los astros y la filosofía de lo transitorio. Sostengo que el papel aguanta todo. Henos aquí, apoyados en el báculo de la soledad. Marien se queda dormida dentro del auto. Bosteza. Gira su mano derecha hacia la manigueta de la puerta y se acuerda de Juan Carlos, de las palabras que le dijera antes de partir, sus últimas palabras. Y lo desprecia con todas las fuerzas, sus malditas premoniciones ¡vaya manera de chantajear!

“Tequel”

Arribo a la segunda parte del relato. Me ha costado – ustedes no se imaginan cuánto – moldear la perspectiva definitiva del episodio, del sello que en sentido figurado ha de armonizar los elementos de la creatividad: inteligencia, constancia, conceptos, músicasonido de los símbolos, coreografía de adverbios indispensables para la continuidad del proceso. Opino, si me es permitido, que el academicismo y la dialéctica lo único que hacen es generar dudas. Pues bien, ya ni siquiera sé que voy a hacer con Marien. Esta deliberación tiende a humanizar mi espíritu. La falta y el error según lo considera Juan Carlos ha perturbado un tanto la fe que él tenía por ella. Francamente me asombran. Incondicionalmente ya formo parte de esa estúpida treta. Nada diré al respecto que me comprometa con el secreto de las facultades parapsicológicas de J.C. Cuando me arriesgué a penetrar en la habitación de Marien para hurtar las fotografías nunca pensé que alguien se empeñara en hacerle daño. En la carta no estaba del todo definida la situación. El texto que a continuación vamos a interpretar corresponde a una visión de extraño y pésimo sentido. Y en caso que se cumpla afirmo ser un ignorante en asuntos de la mente y del psicotropismo, sin embargo no deja de ser interesante. Comprendo una vez más la intención del autor de este meollo.






El centro de la frase según el profético libro traduce literalmente: “pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto”. Es una necedad conceptuar el simbólico y profuso enunciado; sólo Nostradamus podría desentrañarlo. Que Juan Carlos a través de los llamados por él, elementos extrasensoriales, haya decidido el destino de Marien, es anticientífico. Que los libros de carácter profético aún se entiendan con nuestras modernas formas de razonar, no tiene lógica. Que dicha visión fuera admisible por el azar, da otro giro a la historia. Volvamos al principio. Observo inexactamente una secuencia de elementos mecánicos, telégrafos, teléfonos públicos, calles sibaríticas, solitarias y legendarias vías que pululan en esta zona fría de Los Andes. Las casas pasan ligeras frente a las ventanas del automóvil. Marien aspira el aire puro de las montañas. La neblina empaña los vidrios. De pronto se sintió falsa, vacía, recriminada (tal como lo reza el milenario enunciado) Lamentó la relación con Juan Carlos. Su oculto misticismo. La obsesión de él la había llevado al extremo de la locura y ésta la había arrastrado hacia el abismo. Recordó el día en que se despidieron, tan mediocre como el mismo Juan Carlos. Ahora lo imaginaba en la oscuridad de la habitación consultando la tabla de ouija, las cartas zener, los dados, el péndulo... ¡A mala hora lo recordaba! La carretera parecía una larga serpiente calcinada por la luna. Ojeó el paraje y una enorme lágrima rodó por sus mejillas. No encontró una excusa para justificar su semblante y sólo atinó a decir que se sentía mareada.

“Uparsin”
Cuando llegué al hospital inmediatamente me informaron en qué habitación se encontraba. Detesto el olor a medicina y todo lo que tenga que ver con ella. La frialdad de los pasillos, los tétricos espacios en donde se pasea la muerte, la muda y sorda ventilación que hacen más denso el ambiente, todo eso componía a simple vista, la macabra figura del dolor.

Al encontrar a Marien quedé suspendido en el letargo, en los siglos que nos unían a tantas vivencias. Estaba envuelta en sábanas blancas y el rostro lo tenía débilmente pálido con el ojo izquierdo vendado. Recogí al instante todas las incógnitas en una sola sensación. Su único ojo al descubierto, lloraba. No obstante aún así abordó en su mirada todas las ironías posibles. Merli dice que ella nació rebelde. Asumo la posición de quien se queda detenido ente un cuadro (como cuando compré el cuadro de Armenteros y después no sabía si conservarlo o no, por la terrible impresión que me causaba la mano que resbalaba rasando la pared de un bar), como la gente que va y viene por los pasillos como si estuvieran en un museo y cuyos motivos fueran espectros mutilados, heridos, desahuciados...

¡Cómo expresar abiertamente el contenido de esta escena!

“Es algo así como una foto dentro de una foto que a su vez es otra foto. Una historia dentro de una historia que a la larga es otra historia. Un cuento dentro de un cuento o una novela dentro de un cuento que es en suma otra novela”.

Las voces y los murmullos y las confesiones de los recluidos me seguían en la mente. Venían inundando los solitarios y alargados ángulos del espacio. De cuando en cuando asomaban rostros apenas definibles para desaparecer luego entre los habitáculos. Mis pasos violaban con el silencio aquel ensordecedor ruido de gritos. Aquello me pesaba como un fardo de pieles sobre la piel. Y de pronto ella me descubrió en el umbral de su conciencia. Me acerqué; de sus labios despegó algo así como un lamento (ya no irónico) que se fue perdiendo lentamente en la estancia. Alargué el brazo y acaricié su cabeza. Noté que estaba empegostada de sangre. Sin palabras asió mi mano y de repente recordé las fotografías. Su rostro se redujo en mi cerebro a una simple copia de negativos, a un recuerdo para el archivo del olvido. La miré estúpidamente, creo, pues aunque no lo quisiera, ya tenía el final de este drama: algo que era supremamente misterioso, más allá del bien y del mal. Me mantuve inmóvil, observándola dentro de un sueño, un sueño tan desnudo y doloroso como una calle húmeda de lluvia de la lluvia de marzo, morena...

“Peres”

“Tu reino ha sido roto y dado a los medos y a los persas”. La noche se moría en la cúpula de la montaña, se moría en el estero, abajo, entre la neblina, mientras la carretera se hundía en profusas praderas. En la radio se oía una canción comercial, demasiado aguda para la gravedad del silencio. El viento apenas silbaba, luego se oyó otra canción y otra, que decían lo mismo. Nada nuevo. Sonidos silábicos (silepsis del tedio) que empañaban el espacio de hostilidad. Llegamos al fin a la conclusión final. Callaba Marien en la intimidad de su absoluto secreto. Juan Carlos consultaba sus elementos paranormales. Hacía gráficos en un pizarrón. Calculaba a través de los astros. Últimamente la había asediado demasiado, la seguía a todas partes, a prudente distancia. Lo peor del caso es que yo también había caído en semejante estupidez. Llené mi cuarto de litografías ampliadas en donde sólo ella era el motivo para escribir. Comprendí que la amaba (como en las novelas rosa de la televisión, cursis de veras, pero ¿cómo decirlo de otra manera?). Aquí está el centro del laberinto, el misterio de este acertijo. ¿Podría acaso Juan Carlos por medio de sus experimentos extra-sensoriales, luchar con mi lúcida creatividad? El paradigma se bifurca. Prefiero ver a Marien en la habitación, posar frente al espejo, semidesnuda, serena, en la media luz del recinto que invita al relax, y no así, postrada y envuelta en yeso y vendas. Intenté retenerla. Fue en esa mañana de febrero (en un día de duelo nacional) en que tomé la decisión de advertirle sobre el accidente. Estaba solo, oyendo una música suave de violín. Tomaba vodka. Al otro día me aparecí en su apartamento. Ella me esperaba. Quería que la liberara de Juan Carlos. ¡Qué ironía! Librarla de él para encarcelarla en mis fotografías, en los astros, en mis terribles pesadillas e insomnios, en la miseria ¡bah! O entre mis manos que rasgan la penumbra y la soledad. Juan Carlos no dejaba de atormentarla despiadadamente, con insistencia, con sus premoniciones. La amenazaba en darle muerte si no volvía con él. Ella hablaba con frases entrecortadas. Dos meses fueron suficientes para aferrarme a ella, hasta el momento en que sucedió el accidente. El auto avanzaba alocadamente por las campiñas del sur, valles al principio, declives montañosos después. Al conductor no le importó el supuesto mareo de ella. El panorama era por demás rústico, ocre, tal vez por causa de la neblina; sin casas, sin postes, sin cables de electricidad, sin nada, como si los objetos hubieran desaparecido. La noche llegó con su manto de ébano mientras la luna de abril se posaba en sus ojos de alondra.

SEXTA SENSACION

De estar en una dimensión donde soy un dios que va a trazar el límite que nos separa: Imprevistamente los ocupantes del vehículo empezaron a girar en torno al universo. O fue el cinismo de Juan Carlos o fue mi imaginación la que produjo el desenlace de este paradigma.

SEPTIMA SENSACION

De escuchar, un domingo por la noche, voces y gritos que se perdían en el eco de la montaña. Y sobre los pastizales, en las fuentes, sobre las almenas, y a lo largo de la carretera –serpiente calcinada por la luna- una voz desanda perdiéndose en el acuoso aire de Los Andes, mientras en el espejo, en la pared del adusto palacio, en el silencio de mis escritos, una mano con dedos de hombre (probablemente la de Juan Carlos) araña la ausencia, rasga el cristal, asesina el secreto, como si fuera la mano del moribundo...


URBANIZACIÓN SINARAL


- ¿Adónde? Pregunta el hombre mientras enciende un cigarrillo.
- Al Sinaral, por favor.
- ¿El barrio o la urbanización?
- La urbanización, contesta la mujer.

El conductor da marcha al carro con cierta rapidez pues de noche no hay congestionamiento. Ella viste de negro, con abrigo y bufanda del mismo color y sobre el cuello luce un círculo de cadenas brillantes. Arquea el cuerpo con torpeza, apoyándose en la gamuza del asiento del chofer. Por supuesto se trata de una dama de buenos modales aunque por el aliento, se percibe que está ebria. La voz le sale gangosa, como suelen hablar los borrachos. Un aire fresco, de finales de julio, acaricia sus rostros. El hombre bosteza en señal de cansancio. Enciende la radio: Jhonny Albino se deja oír en el pequeño espacio del Aspen. El hombre sueña quien sabe con que, sin ser del todo viejo para el momento de la canción. Reflejos de luna se filtran a través de las ventanas. Vuelve la mirada al retrovisor y busca la mano sobre la gamuza, una mano blanca, delicada, con una sortija y un diamante. Él la observa como si se tratara de una fina porcelana. Calles levemente iluminadas, largas, solitarias, aparecen semejando una pantalla de cine. Canta a media voz en forma desafinada y pesarosa. Otra canción dispersa la monotonía. La mujer permanece quieta, meditabunda, como una estatua pulcramente ataviada. Un letrero, apenas visible, indica la entrada a la urbanización. De no haber un puente iluminado se presumiría que el rumbo a seguir es una quebrada frente a un túnel:

“PELIGRO
LA MUJER ACEC...”

La última frase no fue leída por el conductor. Iban por un sector a medio asfaltar, deprimente. Sin embargo al retomar una avenida, el pavimento, debido a la lluvia, lucía como un espejo negro. A los lados, erguidos, aparecen dos muros de piedra como plantados alrededor de las mansiones. Gallardas edificaciones parecen levantarse hacia el cielo; acaso esta manera y orden de las construcciones reflejen la grandeza de las familias que allí viven. Los oscuros umbrales hablan de una terrible soledad entre verjas que parecieran encerrar árboles gigantes, majestuosos.

- A la derecha, por favor.

El hombre aminora la velocidad. Hace un esfuerzo para coordinar y de pronto se acuerda de alguien que lleva en el asiento de atrás y que debería reflejarse en el retrovisor.
- Como usted ordene, señora. Responde el hombre. Cinco segundos, diez, un minuto, no sabe cuánto... considerable, eso sí, para un bostezo. Y mira la mano. La mano que ahora no está. Mira al espejo y la mujer tampoco está. Palidece. Hunde con fuerza el freno y en ese momento alguien le quita el paso, es un Fair Montt rojo que estacione al frente. El hombre emite gritos guturales:

- ¡Ignaaaaaaaaaaaaaaaaaaciooooooooooo!

El hombre del carro rojo se baja riendo pero al ver el rostro del otro se sorprende:

- ¡Hey, qué sucede!
- ¡No está, la mujer no está!
- A ver, cálmese, dice el interlocutor para quien la confusión es tan sólo un susto de principiantes.
- Vamos por partes ¿a qué mujer te refieres?
En efecto, tal como lo había imaginado el hombre del carro rojo, la mujer trataba de levantarse, medio dormida decía cosas ininteligibles. Ambos ríen al percatarse de la situación.
- ¡Fue sólo un susto – dice el afectado – para mí fue difícil no verla en el espejo.
- La ciudad es peligrosa de noche, tenga cuidado. Anoche asesinaron a uno por
los lados del sur, lo mutilaron horriblemente, unos maricas, dicen ¡puta madre! Y se lleva la mano a la boca en señal de respeto.

El hombre del carro rojo prosigue, y el taxista regresa a su objetivo. La mujer permanece fija, allí, proyectando una silueta de escultura humana, indemne como petrificada, semejante a esas muñecas de fililí señorial de los figurines.

- A la izquierda, por favor. Escuchará decir a la mujer, quizás.
- A la derecha, volverá a decir.
- Ahí, en esa casa, y la casa estará silenciosa, envuelta en neblina. Alguien la
esperará en la puerta, a lo mejor un viejo vestido con frac y abrigo de piel de foca.
- ¡Oh, mi tierna y siempre admirada esposa! ¿De qué estás hecha ángel mío? O por el contrario la entrará a golpes a su casa.
- ¡Gracias señor, es usted muy amable, y le dará una buena suma de dinero por la carrera.
- ¡No, por favor, es mucho... ! No, o estará contento el taxista. Así no debe ser, quizás imaginó. Tal vez se trate de una solterona adinerada y melancólica. La recibirán en la escalera un par de ancianos. Una vieja desgarbada le dirá: “Mi dulce y espiritual hijita, hemos estado esperándote, mira, tú sabes, por lo de la artritis y el insomnio, no he podido pegar los ojos y... la solterona que se quedó para vestir santos, pensará el conductor. La solterona ebria, eso no le gustará a mamá. Esas cosas pensaba el conductor mientras se escurría de cansancio en el asiento.

La oportuna presencia de Ignacio sólo servirá de burla para los demás. Pensando en esto se siente un idiota. Ha demostrado serlo ¡cómo se burlarán! Dirán lo de siempre. Se sentarán a conversar en las sucias bancas de la plaza: él les contará la última y se reirán con toda la desfachatez posible, con sus risas desdentadas, hediondas, miserables; se mofarán hasta decir basta. Así los ve dentro de su cabeza, fumando y rascándose las grasosas barrigas.

La mano de la mujer permanece en el mismo sitio. El hombre se hace una imagen abstracta de la fina porcelana y el diamante que refulge. La mano que observara hacía un instante ya no está. Recuerda los dedos, largos y filosos, las uñas plateadas, elegantes, y entre las penumbras la cadena de oro; el destello aumenta como una ráfaga de visión salvaje. Podría asaltarla y nadie lo descubriría, excepto Ignacio, a quien se le podría dar algo a cambio del silencio. Esta idea cruzó fugaz por su mente. Mira de soslayo la mano que no está, el cuello y la boca – línea rojiza y débil – de la escultura de ébano. Mira donde debía de estar el rostro de la mujer y sólo ve un hueco hondo y negro empañando el vidrio. Ríe. Con clientes así uno pasaría toda la noche sin saber adonde van, se dice en voz alta. Detiene el carro y mira hacia atrás, hacia el mueble donde debería estar la mujer. La mujer no está. La atmósfera le pesa en las espaldas como si llevara un busto de cemento. Un aire frío, tenso, perfora el espacio. Una crispación eléctrica ruge dentro de su cuerpo. ¡Dios mío, la mujer no está! Tiembla como una anguila e intenta abrir la puerta pero esta no cede. No obstante se ve obligado a continuar. Acelera el auto en una vereda angosta. Prosigue hacia una plaza rodeada de robles. Aturdido y pálido continúa por una avenida. Sabe que está cuerdo y para confirmarlo se toca, se pellizca, se da una bofetada. ¡Se burlarán de mí pero es verdad, Dios sabe que es verdad! Esta frase baila por largo rato en su cabeza.

En algún momento el hombre se había decidido a abandonar el carro, pero algo superior al miedo le hacía mantenerse en control. Pese al incidente, otras cosas lo tranquilizaban, pues se arrellanó en el asiento, automáticamente. Se estiró, respiró con vehemencia y cogió ánimo para continuar. Encendió un cigarrillo. La temperatura ha bajado más de lo normal. Busca una manta. A nadie se le hubiera ocurrido meterse en aquel lugar y menos a esa hora. Ignacio debió llegar hasta el principio, hasta las primeras quintas de la urbanización o hasta la plaza. Aminora la velocidad. La neblina no le deja ver más allá de treinta metros. Curiosamente le parecen iguales todas las calles, todos los jardines de las casas y todos los brocales.

-¡Cómo habré olvidado la salida, Dios mío! Se repite constantemente.
Por unos instantes debió haberse bebido el tiempo sin pensar en nada. Gira hacia la derecha para encontrarse de pronto en un turbio callejón repleto de basura y casas metálicas, inmersas en la oscuridad, de ventanas ovales y balcones ajedrezados. También se da cuenta que el depósito de gasolina no tarda en agotarse. Juraría que le falta el aire, porque un olor extraño le lastima, como si alguien quemara hierbas para santería o marihuana. La luna se oculta entre gasas grises y en las ramas de los olmos por encima del terrado de un pequeño edificio. Baja hacia lugares pestilentes, de calles angostas y cloacas abiertas. Desvía el carro por una esquina que da a otro sector igual de miserable al anterior, de latas y arbustos secos. Sale a otra barriada de edificios con torres de ladrillos pálidos. Cierra los ojos para no pensar. Irá por donde le lleven esas misteriosas encrucijadas. Vaga dentro de un laberinto de inscripciones grotescas; irrumpe nuevamente en una carretera en cuyo extremo hay un botadero de desperdicios químicos, sin salida. Considera que es un sitio despejado y sin ningún peligro para orinar. Basta la necesidad o el instinto de conservación para anunciarle la cercanía de los dóberman apostados detrás. Lo que más le tortura es su pésimo sentido de la cordura, la falta de memoria y fe; nunca se perdonará ese error. La sensación de estar solo a pesar de estar rodeado de gente que duerme y perros que lo persiguen, le aterroriza hasta la confusión. Intenta, aun así, abrir la puerta y nada. Acelera un poco para detenerse más adelante, en plena soledad y silencio de la madrugada. Las luces se apagan, para colmo. El cielo está cruzado de copas y ramajes, menos oscuro en esta zona, sin embargo pueden verse las estrellas, incluso ahora se siente algo de calor. Se queda ahí, absorto, impávido, y más, cuando oye el quejido de un niño. La voz retumba en las paredes y regresa contra el eco, con un grito desgarrado, sumido en las tinieblas, quejumbroso: ¡Maaaaaaaaaaaaaaaamiiiiiiiiiiiiiiiiii, veeeeennnnnnnnnnnnnnnnn!

Parte de allí a toda máquina. Cruza un parque y arriba a una explanada, suda frío. Toma una vereda corta y llega a una vivienda con aspecto de convento en ruinas. Una ráfaga de neblina se dispersa en la atmósfera. Sin darse cuenta, por poco enciende el auto al prender un cigarrillo. Apenas se quema parte de la alfombra. En un instante logra aplacar la espada de fuego que ya empezaba a alzarse. Como para consolarse emite un gemido que es respondido desde alguna parte de las penumbras. Un “¡ay!” de dolor se repite sorpresivamente. Prosigue hacia una vía moribunda, de piedras talladas. Cae en una avenida parecida a la anterior. Toma un atajo cuando se acuerda de la hora, mira el reloj y no funciona. Enciende la radio y tampoco funciona. Da un vistazo al marcador de gasolina y este le confirma que en cualquier momento se termina. Sigue en tinieblas hasta un lugar de hermosos chales. De pronto se encuentra frente a una hilera de casas prefabricadas y terrenos en remoción, con máquinas cual si fueran escombros de basura. Hace la retirada por un sector de campo abierto dirigiéndose, sin saberlo, a la primera ruta de hace un buen rato. Balbucea de rabia: “¡maldita sea, el mismo sitio!”. Deja un grueso chorro de smog cuando el carro empieza a rezagarse desmayándose poco a poco. Toma hacia la derecha y estaciona en la orilla de un cedro. Amanece. Ve como entre sueños una maraña de calles, plazas, pájaros y edificios que forzosamente quisieran asirse a la realidad. Naranjas pisoteadas sobre un suelo teñido de rojo, triste, donde un grupo de niños ríen mientras juegan con algo que le llama poderosamente la atención; el escenario le saca de sus cabales. Niños con peinados extraños, de cejas anchas sobre unos ojos grandes y espantosos, hacen filas y acrobacias maniobrando con soltura algo que le hace estremecer. Ve o cree ver una mano sangrante, larga, con dedos filosos y uñas plateadas que pareciera estar aún viva. Y en uno de esos dedos titila un anillo que semeja una terrible llama en medio de aquel arsenal, tupido de neblina.


LA EJECUCION

Todo predominio de la fantasía sobre la razón constituye una gran locura.

Samuel Jhonson

Escribo esto, ahora en que la noche se ha abierto como un loto y la lluvia no cesa, ahora en que las ranas croan en la oscuridad y los gatos se entumecen y se esconden bajo tejas partidas, ahora en que quizás estoy soñando o tal vez ande por ahí como un sucio metal con que se compran las cosas. Las imágenes se acercan a pasos agigantados, la luz y las tinieblas se invierten: no veo distancias, fin ni horizontes; estoy a merced del tiempo. La velocidad en que viajo me da vértigo. El experimento, querida Dedé, ha dado el resultado esperado. Bajo hacia un túnel de piedra, envuelto en incandescencias; encuentro unas gradas y desciendo por ellas... 19, 20, 21. La visión me empequeñece, por eso todo lo que suceda de aquí en adelante, aun cuando se trate de la muerte será agradable pues todavía no soy sabio en el dolor. La plataforma de una esfera, un ente cercano, a lo mejor una piedra, creo, se aproxima en el fondo de un grito. Será como una torre babilónica, una muralla china o quiché, un tótem irreverente, una botella anaranjada; qué sé yo, pero eso, sea lo que sea, y todas las demás cosas me arrojan a un estado de displicencia indescriptible. Aunque al principio hice mención de sentirme agradado, ahora esta breve derrota ha de acentuar en mí la desconfianza en este tipo de experimentos. Es natural que actuara con sigilo, entonces la cosa antes señalada toma forma: se trata de una casa grande, vieja, solitaria, rodeada de árboles frutales, situada en el extremo norte de una gran ciudad parecida a Londres.

Un anciano anémico pero bien vestido, con una rosa en el ojal, hace las veces de anfitrión. A su lado se halla sentada una señora que sostiene fervorosa un libro entre las manos, probablemente una Biblia. Permanece silenciosa, seria, sus facciones son pequeñas al igual que las de un colibrí. Posee un encanto particular que la hace semejarse al carisma que transmiten las beduinas cuando están alegres. A lo lejos de allí, en la semipenumbra, hay una cámara de televisión y en el uniforme de los camarógrafos como también en la pantalla se leen las siglas “BBC” que, indudablemente, me transmiten la sensación de encontrarme rodeado de personas importantes, pese a que tienen aspecto extraño, diríase que parecen personajes de novela, ficticios en todo caso. De hecho es una deducción personal: por el contrario resultan estar lo suficientemente vivas como para reír con estruendosas carcajadas. Palmotean a una joven que se presenta en la tarima. La llaman Dedé como tú, y qué modales, qué voz, qué brillo brota de sus ojos, qué léxico, qué diferente se torna la reunión con la presencia de ella. Dedé es un sueño invernal y no sé porque razón, ahora que me doy cuenta, ella tiene que estar en esta fría escena de mi espíritu, de veras no lo sé, es lo único que no entiendo del experimento. Llega la hora del brindis, pido la copa de plata y empiezo a detallar a los visitantes. El vodka me desgarra la garganta. El atuendo de la gente a mi alrededor parece estrafalario, curioso: Un tipo semejante a un alquimista francés, otro parece un legendario vikingo, vestido a la moda de la Edad Media; un agricultor acaudalado que vive en Kidderminster, según dijo el anfitrión después de la presentación de la muchacha, entona una canción del campo...

Me encuentro en Whitehall, 1649, descubro al fin. Montado en un caballo bermejo y entre la multitud de soldados de cabeza rapada, sobresale un joven a quien llevan hasta un cadalso. Eso aparece en la pantalla mientras el animador pide un brindis por la reencarnación de su hijo Zelz. En ese instante, el muchacho, de quien se dice es el Rey Carlos I de Inglaterra, es ejecutado en presencia del pueblo. Recuerdo vivamente el episodio, un hacha cae sobre él, en pleno cerebro, me estremezco y miro en otra dirección. Sin duda alguna, la ejecución me ha perturbado emocionalmente como si se tratara de mí mismo. Dedé sonríe.

EL LIBRO


Podría encender la televisión y tenderme largo a largo en el diván, buscar una Pepsi, pan y una rebanada de queso, y entregarme al deleite de la vista.

Por ventura encuentro un libro en esta casa vieja y desvaída, azotada por las lluvias y el viento.

Tía regresa del mercado y da ciertas advertencias; advertencias que por supuesto me parecen exageradas. Insiste en ser precavida.

Una de esas tardes de verano podría haberme esfumado entre los cafetales, sin participarle para no oír sus recomendaciones. Después de cruzar algunas cercas y quebradas, tal vez descubriera un paraje de hojarasca y hierba seca a ras de la colina. El sol caería de improviso, es decir, sus rayos luminosos, en forma perpendicular, iluminarían el bosque en toda su plenitud. Una lagartija huiría apresurada... y sentado allí, en el declive, parpadeando por la insolación, sostendría el libro entre las manos.

El libro: “los árboles, de columnas desnudas, esparcen hacia arriba una ramazón vigorosa, reparo de la frente del castillo”.

“Es un edificio parecido a una gran ciudad, hacia la parte del sur...”

El sol se va cerrando lentamente por esa ventana inmensa a la que llamamos mundo.

Es un templo.
Entro en silencio. Una voz fuerte me llega desde el fondo. El indefinido acento se parece más a un zumbido de hojas que al sonido de unas palabras.

Finalmente me identifico con el autor y trato de ser reconocido en la escena. Reflexiono sobre el estado de las cosas y de mi presencia allí. Alguien se acerca y al captar la forma, su figura, una llamarada de terror me cruza por las vértebras. Intentaré describir al extraño ser, veamos: “...y he aquí un varón, cuyo aspecto era como aspecto de bronce; y tenía un cordel de lino en su mano, y una caña de medir; y él estaba a la puerta, y empezó a medir el templo”.

Sentí sobre mi cabeza mil ruedas infernales girando alrededor; circuitos propios de una ley espacial, envueltos en fuego y ceniza. La visión de “El Valle de los Huesos Secos”, sin duda alguna... “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente...”

Volví con mis pocas fuerzas a la soledad de la casa, quizá mi vida cesaba por un momento en esa inalcanzable búsqueda. Recuerdo mi infancia. Recuerdo las sombras que me perseguían por los pasillos de esa casona. Los misterios que tanto llamaban mi atención, y que se discutían siempre a la hora de comer. Las tertulias sobre “El Leviatán” o sobre “El profeta Mudo”, o sobre la “Profecía contra el Neguev”. En fin, añoro en cierta forma aquellos instantes, aunque de ellos detesto las noches del insomnio, escuchando la lluvia que venía desde afuera, desde el jardín. Delante de mí, vibraba la profundidad del horizonte. Era como si mirara al sol y en él descubriera la mueca de Dios, sí, de un Dios esférico y ogro que retornara en un tropel de ansiedades. A pesar de todo allí me veía, a los siete años, en esa hora de la ternura que creo reconocer en las palomas, quizás azules, del jardín, o en la humedad de la tierra donde esperaba a la abuela.

Abuela, el pan huele a sangre amada, a manos suaves, al café de la mañana, al chocolate con que sueles alegrarme después del castigo, a todo, menos a la emoción fatal del ayuno, menos a eso.

Debía apoyarme en la certidumbre de estar vivo, aquí, sobre esta hierba nocturna, inmensamente verde, inmensamente deslumbrante. Han pasado treinta años desde aquel amanecer infructuoso y aún continúo condenado al dogma. Casi treinta y seis años desde aquel desagradable desayuno en casa de tío Lucifer, y todavía sus palabras me persiguen: “las marcas de la bestia en ti, y el número prohibido, 666, no te olvides, hijo de Satán. Y él sentado en el cetro. Y tú, hijo mío, suplica de rodillas la misericordia divina”, exclamaba.

El café está listo, dijo mi tía.

Entonces me cepillaba los dientes.

Yo había perdido la gracia delante de todos. Me sentía degradado. Miraba con angustia el borde de las margaritas allá en el jardín. Miraba las abejas y un mono que también era propiedad de mi tía. Yo estaba irremediablemente sentenciado al castigo. Parecía un cadáver, tenía los ojos brillantes, así me veía en el espejo. Regaba con lágrimas el vidrio de las persianas. Perdida la confianza en mí para qué acercarme a ellos, y menos ahora que la abuela ya no estaba. Jamás me entenderán.

Ese domingo fuimos a la iglesia.

Tía escuchaba con fervor el discurso del ministro.

A esto le llaman ayuno: soportar el hambre para alimentar el espíritu, pens0é. No lo comprendía. No lo podía comprender. Comencé a sentirme agotado, exhausto. Imaginaba cosas raras, monumentos de cal o almidón, seguro; ángeles, ángeles guardianes del alma... ¡Dios! Mordisqueaban manzanas, quesos dorados y pan de trigo... ¡qué espejismo absurdo! La boca se me hacía agua...

“Ezequiel, iluminado entre los profetas, a él se le concedió el privilegio de medir el templo – continuó el predicador –, a él por su gran devoción ¿ y a ti? Qué se te podría encomendar a ti, que ni siquiera puedes cumplir con un tonto sacrificio, no...”

El mono hacía morisquetas en el jardín, detrás del gallinero, recuerdo.

Mi tía levantaba el libro y sus tapas negras me transmitían una rigurosa reverencia hacia lo que leía.

“La tempestad invade la noche. El viento imita los resoplidos de un cetáceo y bate las puertas y ventanas. El agua barre...” A la ventana me he asomado para contemplar la vieja casa en ruinas donde discurrió mi infancia.

Estoy solo en medio del bosque.

Recién había pasado el verano. Arriba, las nubes amenazan lluvia. La hierba está fría y la madrugada cae al fondo de la quebrada. La voz de mi tía o de la abuela me llega desde los cafetales, como un zumbido de hojas.


EVOLUCION


Más allá la eternidad... y al final, un día después.


Esa tarde (en la mañana supe que mi esposa estaba embarazada) nos encontrábamos a bordo de la nave espacial WW-X0-90, en un viaje de excursión. De pronto, como a las tres, el espacio se cubrió de una densa sombra que nos envolvió de tal manera que era imposible la visibilidad. Poco después los conductores, de quienes sólo recuerdo los trajes plásticos, transparentes y blancos, de manos enguantadas, nos llevaron hasta unas cabinas amenazándonos con un arma extraña, que parecía de juguete. Obedecimos en silencio. Rodeados de botones y pantallas semejábamos actores de una vieja película de ficción. Escribo esto, ahora que por milagro he logrado sobrevivir. Estoy solo en medio de la catástrofe y quiero dejar constancia de lo que mis ojos, a duras penas, han visto. Dentro de los cubículos y a través de un vidrio, nos revisaron de pies a cabeza, minuciosamente, por medio de imágenes computarizadas. Debo agregar que, y aún lo recuerdo con estupor, a uno de los nuestros le practicaron una operación en el cerebro. Nos desmayamos. Después aparecimos en la ciudad, desnudos y hambrientos. El aspecto que ofrecían las calles era deprimente. Había, en todos lados, montañas de cadáveres de hombres, mujeres, niños y animales con la piel hinchada y brotada de pus. Abracé con vehemencia a mi esposa. Ella temblaba. Despertamos a los otros familiares, tres mujeres y dos hombres. Ellas también estaban embarazadas. Al ver el espectáculo prorrumpieron en gritos. El escenario parecía haberse tomado de un cuadro surrealista. La fetidez era insoportable. Caminamos a lo largo de las calles. Los abastos, almacenes, restaurantes, bancos y pare usted de contar, estaban abiertos con los muertos en sus sitios. Algunos tenían la mano en la nariz. Fuimos al apartamento y nos vestimos. Caminamos con los rostros llenos de asombro, de incredulidad, de angustia. En los barrios las casas estaban abarrotadas de cuerpos paralizados, con gestos que denotaban una fría y repugnante soledad. Pensamos en todo. ¿Qué había ocurrido? Aún no lo sabemos. ¿Fue, acaso, la bomba atómica, la responsable de tan semejante calamidad? ¿Qué pudo exterminar la humanidad? ¿Extraterrestres? ¿Algún desastre bacteriológico? ¿Radiación? En esta misteriosa pesadilla cualquier cosa podría ser la respuesta, es absurdo, la vida se nos escapa de repente, y lo único que le queda a una persona que haya sobrevivido, es suicidarse. Queríamos morir. Deambulábamos como zombis por las calles, pero después, poco a poco, nos fuimos resignando. Decidimos vivir en el sur de la ciudad, frente al río y en una casa grande y rodeada de naranjos.

Lanzamos los muertos al cauce junto con sus pertenencias y nos instalamos para comenzar una vida nueva, si a eso se le puede llamar vida.

Transcurrieron tres meses. A mi compañera el vientre le había crecido en forma exagerada. No supinos nada de la otra familia, sólo que algunos de ellos terminaron en la locura. En los días siguientes al arreglo de la casa, me dediqué a la siembra de legumbres, pero la tierra se había vuelto estéril y las aguas estaban contaminadas. Sabían a bebedizo, a estiércol. De vez en cuando íbamos al barrio más cercano y buscábamos lo que se nos antojara, sobre todo enlatados; ya hasta habíamos olvidado el sabor de las verduras y hortalizas. Los autos permanecían como viejas madejas de lata, totalmente inservibles. Recordé que antes de la destrucción de la raza humana, la vida se había hecho tan difícil. Vivíamos en una constante miseria y la crisis en el país era insoportable. Nos sentíamos encerrados en una perenne zozobra. Ahora, solos en el planeta, podíamos decir que éramos ricos, inmensamente ricos en un mundo desolado y deforme. A mi mujer continuamente le daban ataques de histeria. Se apoderaba lentamente de nosotros una cruel y espectral sensación indefinible; el abandono, la soledad y la incertidumbre nos hundían en una ola de resentimientos. El devenir de las sombras, de formas inimaginables, esotéricas, de fantasmas apocalípticas que sólo estaban en la imaginación, supongo, nos aterrorizaban a menudo confundiendo, en nosotros, la realidad con la fantasía. Esto, sin premeditarlo, me llevó a la antigua fe de mis padres.

Llorábamos por todo, hasta el cansancio, hasta caer en estados de sensibilidad superiores a la razón.

Creí, en medio del laberinto y la neurosis, que algo sublime podría remediar la situación. Como un ciego, en un recodo lóbrego de la vida, me postré ante un dios desconocido.

Parecía un autista a veces. Vivía sumido en una constante melancolía. No me importaba si el sol alumbraba o no; sospechaba que una fuerza inminente y peligrosa se apoderaba de la naturaleza, ésta, peor que la misma destrucción de la humanidad.

Y al fin llegó el día del parto. Fue un momento difícil. Los dolores le comenzaron a eso de las once de la noche de un lunes, según nuestro calendario occidental. Nació a las doce. Por primera vez me sentí ajeno, lejos de captar lo que pasaba, actuaba como un autómata. Era primeriza. Hice las veces de partero. Ella, abriéndose de piernas y con el rostro perturbado me imploró que halara al infante. Cuando agarré su cabecita me pareció que hubiera tomado una cresta de gallo e inmediatamente la solté. Quedé atónito, terriblemente consternado, se me erizó la piel, el pequeño, con esfuerzo, se libraba de la placenta para después caer al suelo envuelto en una babaza gelatinosa; reventando él mismo el cordón umbilical. Tenía la piel verde y transparente, las manos largas y filosas con uñas que sobresalían de sus dedos, la cara espantosa, en vez de labios, una protuberancia semejante a un pico de pelícano y los ojos le refulgían como dos focos incandescentes que inspiraban el peor terror del que fuera testigo un humano.

Maldije, en verdad maldije en voz alta, a gritos, esa infernal presencia. Mi mujer murió en aquel preciso instante. Yo, horrorizado, corrí hacia el río. Corrí con mi dolor a cuestas, corrí estrellándome contra todo, con los árboles, con las rocas, enredándome en la maleza, con la pena de ser, probablemente, el origen de una nueva especie. Acaso ¿esta era la única manera de terminar con la pesadilla? Interrogué al silencio, al viento, a la soledad, mientras la luna se escondía en el estero, en el fondo verde amarillo de las aguas.

Al cabo de un tiempo regresé.

El extraño espécimen había gateado, a traspiés, hasta los senos de la madre.


LA NUEVA CREACION

Año 6.000.000.000.001; del nuevo calendario órfico.

Entonces las aguas se contaminaron y la tierra no produjo hierba y el sol se eclipsó y no volvió a dar su resplandor; así mismo la luna y las estrellas, que para finalizar su obra en esta galaxia cayeron del cielo y todas las potencias fueron removidas y quedamos solos, él y yo, en medio del planeta hasta que el fuego incineró nuestros cuerpos mortales junto a todas las obras del hombre. Desde ese instante fuimos espíritus etéreos y conocíamos todas las verdades del Universo. Mi hijo y yo. Luego advertimos que estábamos encerrados en un círculo rojizo, inmenso, parecido a una burbuja. Por primera vez sentí que amaba a alguien y no me importaba que en su antigua materia hubiera sido un monstruo verde y transparente. Lo amaba así, era un antropoide especial; además lo amaba porque era el principio de la nueva creación.

Ya nada me importaba del pasado, ya no existía dolor ni hambre ni soledad. Ni siquiera existía el tiempo. Después nos encontramos vagando en terribles migraciones, en un murmullo de voces confundidas sin hallar en qué Universo de la Vía Latea instalarse. Cuando las oí recordé los vivientes del globo terráqueo. Ahora muertos, y me dije: probablemente, con aliento de muchas mutaciones, extrañan sus antiguas formas. En aquel momento sucedió el milagro. De pronto esas voces migratorias volvieron al seno de la palabra, emergieron de las alturas entre capas de fuego y humo, resultado del cataclismo anterior. Todo eso lo podíamos divisar desde una obertura que poseía el firmamento en un costado de las llamas y al cual fuimos trasladados por millones de espíritus. Al instante el fuego se juntó al agua y al aire y se formaron la tierra y el sol, luego la luna, las estrellas, astros, constelaciones... todos nuevos. Para ese entonces no sé cuantos milenios de luz-tiempo habían transcurrido desde nuestro primer nacimiento y de la última vida corporal hasta que escuchamos otra vez los latidos del alma, la tristeza y la alegría, el amor y el odio, el dolor y la salud... Un viejo pensamiento ardió en la conciencia y anhelamos por siempre aquellas cosas olvidadas, que allí, naturalmente, renacieron. Y volvimos a lo mismo. Otra vez oímos el sonido de los pájaros, el murmullo de las hojas al caer la tarde, el arrullo del río, las sombras de la noche y los relojes diluviamos, e incluso, añoramos el miedo como único signo de la vida.

Allí, no obstante, entre lo uno y lo otro, reconocimos la necesidad de habitar un cuerpo.

Y allí fuimos para siempre el bien y el mal, el Dios y el demonio, el hombre y la mujer; principio y fin de la física y de las matemáticas en un lenguaje que los nuevos seres llamaron “Órfico”.


FOBIA

(A mí mismo)


Después de mi muerte ocurrió lo más inaudito que haya visto en toda la vida. Creí que mi deceso había sido por embolia pero se comprobó que fue por otra causa. Es obvio que no sé de medicina. Mi mujer, que es enfermera, se encargó de averiguarlo. Empezó por estudiar el sistema nervioso. Por supuesto quiso saber el “por qué” le tuve tanta fobia a la sangre. En eso fui un perfecto cobarde, me avergüenza confesarlo. Le tenía pánico a cualquier herida, incluso – y no debería decirlo – a la menstruación de mi compañera. Cuando le venía me iba a dormir al mueble de la sala. Pues bien, ella descubrió que en los tejidos, es decir, dicho en términos anatómicos o patológicos: “triple punto embriológico y fisiológico” (así lo escribió en la libreta de apuntes) yacía el misterio de tan nefasto karma. Como es de suponer yo estaba en el medio de la cama, tendido largo a largo y bien muerto. Hasta tenía una tímida sonrisa burlona, casi de idiota. ¡Qué se le puede hacer! Mi mujer tomó el bisturí y abrió en pedazos mi carne, como se abre una res. En una ocasión había dicho que, como me conocía, externamente, digo, quería conocerme también por dentro. Me amó, me amó demasiado, con toda su alma, de eso estoy seguro. Yo, en espíritu, me encontraba en aquel instante en el umbral de la habitación. Como no podía verme ni hablar, sólo pensaba. A esto le llamábamos en la Escuela Magnético Espiritual, a la que pertenecí por algún tiempo: “cruzar la barrera del sonido a la velocidad de la luz, en una desmaterialización necesaria para hallar la verdadera razón de la existencia”, de la ausencia, opino ahora. Me preparaba, entonces, para contemplarme desde la oscuridad cuando de repente se encendieron las luces de la vecindad y oí las voces de los cobradores alzándose como el piar de las águilas sobre la presa. Está de viaje, aclaró la viuda en tono enfático. Respuesta que originó una enorme algarabía en la puerta. Es un viaje muy largo, reflexioné. Son – a juzgar por el estado de mi augusta presencia o ausencia (modestia parte) - muchos años, siglos, milenios, en la infinita transición del tiempo. La muerte es un sueño, es como el sueño de un ave congelada en las edades del poniente eterno. Todavía podía distinguir el color de las cosas, las formas y dimensiones de lo que me rodeaba, el suave aroma de la hierbabuena, pese a que el olfato se me podría lentamente. Mi mujer regresó al oficio. Vi la sangre correr a borbotones y no sentí nada, por primera vez no sentí nada. Luego, al abrir mi estómago y un poco más abajo, extrajo con sumo cuidado partes del aparato digestivo: hígado, páncreas, intestinos, riñones... se engrudó las manos de sangre y vísceras y arañó mas arriba, donde se encuentra mi corazón, grande y hermoso, y rosado como una dalia. Basada ella, en un libro de Cajal, logró descentralizar el conjunto de neuronas que habían generado el gesto juguetón y estúpido que me acompañó hasta el último día de la vida. Vi puertas de sangre abriéndose, tubos gelatinosos, esferas de color púrpura, fibras romboides, luminosas; vi – como Borges – algo similar al Aleph; mi mundo interno, que siempre había permanecido en secreto, hoy era descubierto por mi compañera. Ahora estábamos más unidos que nunca. Simbiosis perfecta. Después de conocerme profundamente tomó mis entrañas y las besó con ternura; pude ver sus ojos labrados de llanto. Juro, y lo digo con certeza, que jamás nadie me amó tanto como ella. Por último, y después de observarme detenidamente, al fin cerró la piel cociéndola con nylon, para luego enterrarme, justo debajo de la que fue nuestra cama matrimonial.

Ahora vago, mudo y sombrío, entre las siluetas de la etérea capa de ozono, más allá de la primera caterva de la muerte.



LA MASA


Veníamos de la montaña, Mara y yo. El frío nos arropaba mientras caía una lluvia granizada. Filamentos y hojas secas daban con violencia sobre nuestros rostros. Recién había llegado el invierno. Caminábamos rápido a lo largo del sendero, cuidándonos de no caer por los faldones. La noche advenía con premura. De vez en cuando se oía el canto triste de un búho o la estampida cercana de un animal. Se respiraba serenidad, pese a las sombras. Nos quedaba, después de todo, la satisfacción de culminar un buen día de campo. Hablábamos en susurros, como si nuestras voces tuvieran algún peso sobre las cosas. Poco a poco la noche crecía implacable, voraz. De pronto nos sentimos perdidos en medio de tan densas tinieblas. Una luz empezó a brillar en lo alto, por encima de unos pinos. Esta se agrandaba en forma circular, cada vez que nos acercábamos. Se desplazaba de manera lenta, inclinándose hacia la espesura de la cima de una montaña que amenazaba caer. Proseguimos a tientas. Mara me preguntaba con ternura y miedo, que si ya íbamos a llegar. En una curva, al pie de un cedro, observamos la luz que se había achicado. No mucho, le contesté señalando el punto en referencia. La luz titilaba con mucha más fuerza que antes. ¿Ves eso? Debe ser lo que iluminaba el cielo, me respondió con cierta afonía. A lo mejor se trate de un aerolito de dinero, dije. No te burles, me respondió con nostalgia. La noche no podía ocultar la mancha roja. Había árboles de grandes ramajes alrededor, en el vasto potrero de arbustos y vacas dormidas. Tuvimos entonces que pasar por otro lado para no despertarlas. Estábamos perdidos. El rumor de una quebrada se oía mezclado al ruido que hacíamos con los zapatos y los enseres. De pronto el cielo se iluminó y unos fogonazos blandieron a lo alto. El viento nos acariciaba la piel, como un bálsamo. Nos acercamos, yo un poco más que ella. Cuidadosamente, después de contemplar en silencio la aureola verdiazul, con pequeñísimas y filosas espadas de fuego, se me ocurrió meter las manos en el calor, por encima de la fogata natural, hasta sentirme sofocado. La cosa, semejante a un cuarzo o sílice, en ocasiones relucía con mucho más esplendor cuando me acercaba. No obstante logré penetrarla, la rocé sobre la parte plana, acariciándola, como se acaricia una entrepierna o un seno. A medida que frotaba esa cosa, algo aceitoso manaba. ¡Vámonos, por favor! Gritó ella. Se sentía consternada. Un murciélago cruzó la estancia rozando nuestras cabezas. El animal giró en círculo. Yo tenía las manos empegostadas de la sustancia. Los insectos coreaban en largos y extraños sonidos, en un concierto mágico. Dos horas rondando el mismo lugar, y mientras hacía todo lo posible al caminar, de soltarme de la cosa, ésta se adhería a mí como si fuese una goma viva. Tuve la sensación de que la cosa se transfundía a mi mano, haciéndola una sola esencia; incluso tornándose del mismo color de la piel. En la angustia intenté lanzar la cosa al monte; pero al ver allí, cercano al camino una naciente, me arrojé al centro en un pozo de agua verdosa. El charco empezó a brillar. Gracias al agua pude sacar las manos y frotármelas para quitarme los restos de ese elemento viscoso. La luz emergía desde el fondo por entre un remolino pardo con reflejos igualmente luminosos. La lumbre ascendió en forma de cilindro; aureolas fosforescentes se alzaban dentro del filo perpendicular; misteriosas imágenes flotaban, aros transparentes subían para encontrarse con otros que de la misma forma descendían, bifurcándose en finísimos tejidos parecidos un poco al destello de la luz de bengala. El corazón se nos quería salir. Un chillido espectral abominaba el espacio, fatigando la atmósfera y los árboles; el aire pesaba como un fardo... bajamos la montaña, rodando como piedras.

La vereda por la cual descendíamos de la montaña terminaba en un sembradío de café, frente a un roble, desde donde se podía ver el barrio. La ciudad se abría en un mudo reflejo de calles vacías, viejas, lineales. Es posible que a causa de la impresión recibida, Mara y yo actuáramos como robots. Debió crear en nosotros una especie de catalepsia temporal. A ella la despaché en un taxi hacia su casa y yo tuve que andar un trayecto largo, pensando, siempre pensando sin poder coordinar las ideas. Al llegar a la casa y pasar a la habitación, me sentí como un niño – el niño que se duerme contando ovejas, sin pensar en nada ni en nadie – inexorablemente sensible. Las pesadillas empezaron en ese momento. Llegué con el tiempo a temerle a las noches. Al atardecer, con la caída de los primeros fulgores de la luna, después de la cena, empezaba a sentirme solo, medroso e impotente para soportar la oscuridad. La otra cara del tiempo se perfilaba borrosa a mis ojos de niño pálido y enclenque, con cara de “vela partida”, decía mamá. Impasible, ella esperaba a que yo me durmiera, sin saber que para mí la noche era una tortura. Las tinieblas parecían albergar en su seno todos los espectros habidos desde la creación del mundo: huestes infernales invadían mi habitación, me halaban la cobija, tiraban de las cosas. Fantasmas enloquecidos huían por calles sangrantes, saltimbanquis viejos reían a carcajadas con ojos desorbitados, cofradías de lisiados, jorobados, mendigos, esqueletos vivientes, sayonas, brujas de manos horribles, sacerdotes del diablo, hacían sus ceremonias nocturnas con el sacrificio de una bella dama parecida a Marilyn Monroe; noches execrables, malditas, bajo una medialuna menguante, luna de agosto.

Aquel incidente tuvo un terrible comienzo: la masa.

Ocupaba entonces el lugar más humilde de la casa: la última habitación, el único sitio en donde podía sentirme a gusto, sin ventanas, sin cuadros, sin nada. Pues bien, allí caí como todas las noches, sobre el grueso colchón ortopédico. Oía y veía las mismas cosas; no obstante percibía algo asfixiante. Durante varios años estuve preparándome para escribir esta experiencia. Sufrí accesos de locura, lagunas mentales, ataques de histeria superiores a la razón, trastornos que los médicos han definido como esquizofrenia avanzada y paranoia. Y ahora, en este momento crucial de mi vida, después de una larga espera sin dolor alguno, procedo a revelar esta confusa experiencia. Mi caso merecía ser oído como tal, pero nadie me creyó; sólo Mara, a quien nunca más volví a ver en forma material. Hubo noches en que tuve que abandonar mi cuarto, presa de un espanto indescriptible. Corría por las calles, bajo la lluvia, en busca de luz. Me sumía poco a poco en un estado de parálisis en las extremidades inferiores, en desmayos sorpresivos, en depresiones constantes, hasta que acudí a las drogas para encontrar alguna estabilidad en los sentidos. Fue difícil soportar las primeras noches, me refiero, después de la ida a la montaña con Mara. Aquella impotencia e incomodidad en la habitación, aún la archivo en la memoria como derivado de una incomprensible angustia moral que aniquilaba la calma de un sueño apacible. Recuerdo que oía la gota en el grifo; veía al gato echado en la alfombra y nos observábamos como dos perfectos idiotas; a veces yo jugaba con él a quien sostuviera más la mirada. Esa noche lo hice. Escuché el tic-tac del reloj colonial del pasillo. Dio las tres de la madrugada, recuerdo. Encendí un cigarrillo para ver al humo dispersarse entre las sombras – esto me causaba un placer indescriptible -; zumbaban las otras cosas, golpeaban mi cerebro: la respiración se me aceleraba, las pulsaciones ¡Dios mío! Era insoportable la actividad del viento, los latidos o bombeos del agua, de la sangre, de la savia en el tallo de los árboles de afuera. Los extraños sonidos semejaban el palpitar de nervios en las manos del cirujano; el aleteo de una mosca, el chasquido de una hoja seca en el pavimento, la digestión en el estómago del niño, mi hermanito, la orina del perro allá en el patio, la lengua carrasposa del gato al frotarse... ruidos infinitos, miles de estallidos, de golpes repentinos, de silbidos y cornetas, lastimaban mi sensibilidad auditiva. Todo lo escuchaba como si estuviera dentro de mí, en la cabeza o en los oídos. Me sentía mareado. Las cosas giraban alrededor. Entonces traté de mantenerme de pie. No pude. Me fui contra el suelo y al caer, vi al gato levantar el vuelo, como si fuera un ave de cuatro patas. El maullido, acaso lastimoso, rasgó con súbita violencia el mecanismo interior de la mente, inmediatamente la masa empezó a manar entre mis manos, verdosa, maleable, suave. Esa cosa flácida brillaba en todo mi cuerpo... la extraña y luminosa forma cilíndrica me envolvía con lentitud. Lentamente fui perdiendo la noción del tiempo y del espacio donde me encontraba. Corrí hacia el espejo y noté que me fundía en la oscuridad, perdiendo la figura humana. Me fui descomponiendo molecularmente frente al cristal; lo demás es mucho más asombroso.
En un principio diré que no es fácil creer esta historia y que, aunque lo dijera jurando ante la Biblia, nadie me creería. Esto que afirmo jamás lo he visto o sentido bajo fuertes dosis de narcóticos. No soy escéptico, en el fondo soy un obstinado moralista y religioso, situación que no viene al caso. He ahí el dilema: “Ser o no Ser”; Hamlet se revolverá en la tumba por este atrevimiento. Alguien, al verme así, como soy ahora, dijo que el hombre, dentro de una sociedad que le cercena los ideales y lo somete a un tipo de vida, que jamás aceptó por su propia voluntad, termina ahogándose en el misterio, o en esa cosa que va ahí... dijo, y yo lo miré con odio. Presumo que mi vida es un ente más de ese cúmulo de individuos que se prostituyen entregándose a los vicios que por un momento lo sustraen de la realidad, eso soy yo ¡vaya filosofía! En verdad no sé si tenga o no, razón ese hombre. Aseguro que soy uno de esos pero no por consecuencia de los estupefacientes; no sé que dirán ustedes místicos del mundo, científicos y médicos que no se explican mi caso. Fue necesaria tal experiencia para aceptar la vida terrenal con veneración. A pesar de haber sufrido una desmaterialización corporal, valoraba, en un sentido amplio, la facultad de sentir. El cuerpo y tacto sólo son vestidos del alma. La vida humana sólo es un tejido, carne, huesos y sangre, y eso queda ahí, frente al espejo. Partía, entonces, al infinito de otra dimensión. Visité a Mara en su cuarto. Fue lo primero que hice. Me uní a una hueste de almas extraviadas, vibrantes, milenarias, tal vez. Desandé con ellas por toda la ciudad sin sentir nada, absolutamente nada, ni calor ni frío. Dialogué con los muertos en la misma forma como dialogan los vivos. Anhelaban – me confesaron – la vida terrenal. Imágenes de mujeres, de hombres, de niños, vagaban entre las tinieblas, ansiando reencarnar. Muchos de ellos simulaban ser felices en ese estado, quizás porque murieran de manera fatal a consecuencia del desenfreno humano; les rayaba el cuerpo o los brazos una marca singular, una herida en lo que antes fuese una carne fuerte. Alguien me comentó: fui sorprendido por un carro al final de la 5ª Avenida; yo decidí mi muerte lanzándome por un puente, dijo otro; yo fui violada por mi padre siendo todavía muy niña, gritó una joven; yo pertenecía al cuerpo de bomberos y pretendíamos salvar una anciana, cuando explotó una cocina y... con terror intenté huir, alejarme lo más pronto posible de allí. Alguien me tendió la mano: yo fui un mendigo que...

Fantasía ociosa, pensará usted, pero no es así. Yo ya formaba parte de esa comuna de desgraciados, en ese miserable submundo de muerte. Recorrí las calles, fui a los parques, entré en los bancos, a los sitios donde tantas veces quise estar, me senté a la mesa de costosísimos restaurantes, en las recámaras de hoteles lujosos; me arrellané en los puestos delanteros de los autos de moda, y regresé al cuarto de Mara, por última vez, pues luego intentaría suicidarme en espíritu.

La llamé a lo íntimo de nuestros recuerdos, rocé sus labios, le susurré al oído, grité su nombre una y mil veces y lloré. Lloré amargamente, mas no hubo respuesta. Ella dormía boca arriba. No sé cuanto tiempo estuve en ese estado. Cuando regresé a mi cuerpo todavía estaba frente al espejo. Mamá tal vez no se percató que estaba en casa. Al sentirme dentro de la piel, como si hubiera penetrado en un estuche blanco, la angustia se apoderó de mí. Atravesé el patio y me dirigí hacia la cocina; allí había una ventana que daba al jardín de la casa. La abrí para saber si ya amanecía y a lo lejos una luz flotaba en la colina. Sentí las manos aceitosas y un frío de terror me subió desde los pies hasta la cabeza, entonces advertí el vacío en el cerebro, como si de pronto me hundiera en una tiniebla profunda. A traspiés, logré encender la llama y derramé una sustancia líquida sobre el fuego, creo que era gasolina; convirtiéndome así en esta masa deforme, verdosa, flácida, que soy ahora.

Segunda etapa - Volumen 13 - No. 15 - Año 2009
MUERTE Y SOLEDAD EN LA MANO
DEL MORIBUNDO Y OTROS CUENTOS
DE MANUEL ROJAS
Alexander Lemus García
Universidad de los Andes, Táchira
allemus67@hotmail.com
¿Si no se conoce todavía la vida,
como será posible conocer la Muerte?
Confucio
RESUMEN
En este trabajo se trata de asomar una interpretación del libro de
cuentos La mano del moribundo y otros cuentos, del escritor tachirense
Manuel Rojas, en el que se concibe a la muerte no solo como un fenóme-
no natural, sino como un fenómeno social y cultural proveniente del pen-
samiento mítico-religioso, en el cual se le atribuye a la existencia el don de
la inmortalidad a través de una trascendencia ectoplasmática. Esta inmor-
talidad puede tomar muchas formas, pero en este ensayo sólo se abordará
el tema en relación con la condición espectral de ese modo de existencia.
En el proyecto narrativo de Rojas se encuentran cinco formas de mani-
festación de lo espectral: lo fantasmal, el sueño, la magia, la posesión, y la
tecnología. En él se concibe a la noche y a la soledad como el contexto
idóneo para su manifestación, y al extravío y a la posesión como las
consecuencias de su contacto con el mundo real de los vivos.
Palabras clave: Muerte, soledad, espectral, noche, posesión.
ABSTRACT
This article aims to present an interpretation on the volume of short
stories by Manuel Rojas entitled La mano del moribundo y otros cuen-
tos, in which the death is conceived not only as natural phenomenon but
as a social and cultural one coming from mythic-religious thought where
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immortality is attributed to life and makes it capable of transcending time
through ectoplasm. This kind of immortality can take several shapes;
however, this article will be focused just on the spectral condition of the
previously referred way of existence. In Manuel Rojas’s narrative the
spectral or super natural has five shapes, such as the phantasmatical, the
dreaming, the magic, the possession, and technology. In Rojas´s work night
and solitude are conceived as a perfect context where the spectral can
appear while possession and misplacement are the consequences of any
contact between that ghostly realm and the real ambit of living persons.
Key words: Death, solitude, spectral, night, possession.
RÉSUMÉ
Dans ce travail nous essayons de montrer une interpretation du
livre de contes La main du moribond et d’autres contes, de l’écrivain
du Táchira Manuel Rojas où la mort est conçue, pas seulement comme un
phenomène naturel, mais comme un phenomène social et culturel provenant
de la pensée mythico-religieuse, où l’existence est attribuée du don de
l’immortalité à travers d’une transcendance ectoplasmatique. Cette
immortalité peut prendre beaucoup de formes, mais dans cet essai nous
aborderons seulement le thème ayant relation avec la condition de spectral
de ce moyen d’existence. Dans le projet narratif de Rojas nous trouvons
cinq formes de manifestation du spectral: le fantomique, le rêve, la magie,
la possession et la Technologie. Le projet conçoit aussi la nuit et la solitude
comme le contexte convenable à sa manifestation, et à l’égarement et à la
possession comme les conséquences de son contact avec le monde réel
des vivants.
Mots-clés: mort, solitude, spectral, nuit, possession.
En torno a la muerte giran todas las culturas y organizaciones so-
ciales humanas. Así, su concepción de la muerte como fin o como trán-
sito, su creencia en una vida después de la muerte, en el Juicio Final,
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entre otros aspectos, funcionan como condicionantes para la actuación
de los individuos en un sentido u otro. La idea de inmortalidad y la
creencia en el Más Allá aparecen de diversas maneras en prácticamente
todas las sociedades y momentos históricos.
En este sentido, Ferrater Mora (1984:2282) observa que ya para
Platón “la filosofía es una meditación de la muerte” y concluye que “la
piedra de toque de numerosos sistemas filosóficos está constituida por
el problema de la muerte”.
Según Sartre (1976:650), tradicionalmente la muerte amerita dos
consideraciones: la primera como término final de la vida humana, y en
consecuencia, la segunda sería ver a la muerte como la puerta abierta
hacia el mundo de lo no-humano absoluto que rodea la vida. Es decir, la
muerte enfrenta al ser humano con “la nada de realidad-humana”.
En este último caso, la reflexión sobre la muerte supone un análisis
de los problemas relativos al sentido de la vida y a la concepción de la
inmortalidad, ya sea bajo la forma de su afirmación, o bien bajo el as-
pecto de su negación. En ambos casos resulta de ello una determinada
idea de la muerte.
Una de estas ideas sobre la muerte, con gran repercusión en el
imaginario colectivo e insertada en la cotidianidad del ser humano, es la
creencia en la inmortalidad del “alma” o del “espíritu”, como propone la
religión. Esta creencia obliga a hacer una nueva concepción de la natu-
raleza de la realidad, puesto que la afirmación de la inmortalidad del
alma debería admitir, en consecuencia, “una forma de muerte específica
para cada región de la realidad” (Ferrater, 1984: 2283). La creencia en
un alma inmortal se impone en la práctica social, a pesar de contarse
con una concepción científica de la realidad, según la cual ésta lleva
implícito el hecho de la mortalidad, de ser una naturaleza perecedera; y
por tanto la experiencia de la muerte causa, en el ser que la padece, un
proceso de disolución absoluta, es decir, de no retornabilidad.
La conciencia de la muerte desarrolla en el ser humano aprensión y
rechazo al carácter absoluto de la misma. Es por eso que el hombre
busca hacerle frente de diversos modos al hecho de que las personas
mueren, a lo irreparable de esa pérdida para lo cual no hay resignación,
lo que pone en evidencia que la muerte no es sólo un fenómeno natural,
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sino que a su vez es un fenómeno social y cultural. No es algo que sólo
le sucede al moribundo o al fallecido, sino también al sobreviviente.
Uno de esos modos de enfrentar la muerte es negar su carácter
absoluto afirmando la inmortalidad del alma, la posibilidad —sostenida
por la fe y la creencia— de que los seres que han fallecido sigan estando
en contacto con el mundo “real” de los vivos, aun cuando sea en otro
estado distinto al orgánico. Pero lejos de consolarse sólo con la espe-
ranza de inmortalidad que le brinda la muerte, el hombre busca y expe-
rimenta con otras formas rituales y epistemológicas que le permitan lo-
grar el mismo fin mientras aún se esté con vida; prueba de ello son la
magiaylatecnología.
El libro La mano del moribundo y otros cuentos, del escritor
tachirense Manuel Rojas, se alimenta de estas creencias y esperanzas
humanas, de la carrera del hombre por vencer el espacio-tiempo, lle-
vándolo incluso a la invención de leyendas que mantienen viva su espe-
ranza en la búsqueda encarnizada y obsesiva de su más querido y per-
dido atributo: La inmortalidad. La existencia de fantasmas sería la con-
firmación de esta creencia. En Rojas, esta búsqueda de inmortalidad se
abre camino en su obra, para dar paso a una de sus facetas: la inmorta-
lidad de lo espectral. En los relatos es recurrente el tema del contacto
del mundo de los vivos con el de los muertos y con la muerte, con lo que
está “más allá” de la experiencia cotidiana e inmediata de la realidad.
En todos los cuentos, Rojas pareciera acercarnos a la visión sobre cómo
los vivos experimentamos la muerte; pero no ese estado en que el cuer-
po se aquieta y desaparece toda actividad vital, sino a la muerte como
esa representación, permanentemente fenomenológica, espectral que
los vivos experimentamos. La muerte, más allá de lo biológico como
una construcción cultural que trasciende lo meramente ritual para con-
vertirse en una relación activa y presente entre lo físico y lo espiritual.
En el proyecto narrativo de Rojas se encuentran cinco formas de
manifestación de lo espectral:
1. Lo fantasmal, propiamente dicho, presente en “Urbanización
Sinaral”, “Fobia” y “La mano del moribundo”.
2. El sueño, fundamentalmente en “Adaza”.
3. La magia, en “El prófugo”.
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4. La posesión, en “El péndulo” y “La masa”.
5. La tecnología, en “La ejecución” y “Gajes del oficio”.
Ese anhelo de inmortalidad ha pasado por el tamiz de la moral
cristiana. Si bien el cristianismo postula el principio de la inmortalidad
del alma, este atributo no significa que el ser metafísico pueda estar en
contacto con el mundo humano, puesto que su destino es el encuentro,
o el retorno del alma a su origen divino, a su creador. De modo que
cualquier ser ectoplasmático que se manifieste en el mundo de los vivos
lo hace por una razón moral, generalmente de valoración negativa, dan-
do origen al término “alma en pena”, asignado a aquellos seres que en
vida no cumplieron con el código de ética de la Iglesia. Por ello esta
existencia fantasmal está asociada a la idea de pecado, a misión no
cumplida. Y se representa en el imaginario como maligna por lo sufrida
y maldita, por lo eterno del castigo. Ese castigo no es físico sino espiri-
tual. Se describe como físico (arder en las llamas del infierno, por ejem-
plo) porque sólo de esta forma el creyente puede comprender la mag-
nitud ejemplar del castigo moral. En “Adaza” el padre dice a la hija:
La desolación del alma, sin la redención, es la marcha hacia
lo antiguo, es volverse hacia el tiempo y caer en las garras
de Moloh, el diablo de la guerra… (Rojas, 1994: 21).
Este penar del alma también puede representar la tormentosa exis-
tencia metafísica de seres con una inconclusa existencia terrenal, como
la de la aparecida de la “Urbanización Sinaral”, cuya manifestación es-
pectral no tenía más fin que el de llevar al taxista hasta el lugar en que se
encontraba su cadáver.
La inmortalidad y la soledad del espectro
Estos seres espectrales están condenados a una absoluta soledad;
su deseo de ponerse en contacto con el mundo de los vivos se ve
opacado por lo terrorífico de su presencia. El miedo que su aspecto
despierta en los seres humanos pone de manifiesto la imposibilidad de
conciliación entre estos y aquellos. Siendo su presencia odiosa entre los
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hombres, estos sólo pueden darle un repudio eterno. No pudiendo en-
trar en contacto con su creador, y condenadas a un peregrinar por el
mundo metafísico sin esperanza, las almas de los muertos sólo anhelan
volver a la vida, como las almas errantes de “La masa”. Cualquier ser
humano que en vida haya faltado a la Ley Moral, su castigo al morir será
ser devuelto al mundo de los vivos, pero en una forma repulsiva, sinies-
tra, espectral, insoportable. Estas características lo condenan a la sole-
dad, al aislamiento. Es por ello que los espectros habitan en la oscuri-
dad, en sitios lejanos y solitarios. En “Urbanización Sinaral”, el encuen-
tro entre el taxista y la aparecida sucede en esas circunstancias. Siendo
de noche, la mujer toma el taxi e indica una dirección al conductor, y
durante el recorrido “De no haber un puente iluminado se presumiría
que el rumbo a seguir es una quebrada frente a un túnel” (pág. 10).
Además, su forma de actuar —apareciendo y desapareciendo ante los
ojos atónitos del taxista—, la forma aterradora de sacarlo del mundo de
la lógica objetiva para conducirlo al mundo de lo espectral, cerrado a
cualquier forma de comprensión si se observa desde lo humano hacen
más dramática la separación entre los dos ámbitos interactuantes y pro-
fundizan la idea de soledad.
Detiene el carro y mira hacia atrás, hacia el mueble donde
debería estar la mujer (…) ¡Dios mío, la mujer no está!
Tiembla como una anguila. No obstante se ve obligado a
continuar. Acelera el auto en una vereda angosta. Prosigue
hacia una plaza rodeada de robles (…) continúa por una
avenida. Sabe que está cuerdo y para confirmarlo se toca,
se pellizca, se da una bofetada.
-¡Cómo habré olvidado la salida, Dios mío! Se repite cons-
tantemente. (Rojas, 2006: 13-14).
Es el mismo caso de la bruja de “El Prófugo”, con la salvedad de
que el personaje no está muerto, en realidad ha vencido a la muerte.
Gracias a la magia se ha hecho inmortal. Participar de este atributo de-
safiando las leyes naturales, le confiere su condición de ser espectral,
lejano a la realidad humana y en consecuencia padece la soledad de los
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espectros: la casa que habita está derruida, desierta, con las “ventanas
cerradas, el patio descuidado, las cercas en el suelo…”, estaba en estas
oprobiosas condiciones porque era una “Casa abandonada” que desde
hace muchos años nadie visita. Lo paradójico es que el personaje po-
see un don que lo preserva del tiempo, pero este mismo atributo lo
condena a la soledad.
En “La masa”,el protagonista es afectado por una extraña ener-
gía proveniente de un meteorito. Este accidente le desarrolla sus capa-
cidades sensitivas más allá de las posibilidades humanas, y a su vez le
permite entrar en contacto con lo no-humano, con el mundo de los muer-
tos, el de las almas inmortales que desprecian esta suerte, anhelando
volver al mundo de los vivos. Esta condición le va imposibilitando de
forma progresiva su contacto con el mundo humano, al cual percibe de
manera simultánea en todas sus manifestaciones y esplendor. Puede es-
tar en contacto con los seres y cosas conocidas, pero en forma etérea,
ya no puede sentirlas. Poco a poco su apariencia física va dejando de
ser humana, hasta convertirse en una masa amorfa, y al igual que en los
cuentos anteriores, adquirir unos dones que no responden a la lógica de
la realidad humana condenan al protagonista a la soledad.
Por otra parte, lo espectral, lo paranormal o lo sobrenatural no
sólo se manifiestan como una expresión independiente y física del fenó-
meno. El retorno de los muertos también puede darse a través del sue-
ño, ese momento de absoluta soledad en que el durmiente se encuentra
con su yo inconsciente. Los muertos regresan como imágenes oníricas,
como recuerdos preservados en la memoria de quienes los conocían.
En el cuento “Adaza”, la protagonista tiene un sueño incestuoso con su
padre muerto. Sin embargo, ya despierta:
El miedo le devuelve con perfecta lucidez la fotocromía
del enigma. Es un hecho creado por los símbolos de la
razón, ilustraciones fotogénicas de la conciencia (…) La
silueta del padre emerge nuevamente. (…) Recuerda las
palabras, las últimas palabras del viejo (…) Recuerda con
estupor las normas, la disciplina, los ruegos… (Rojas,
1994:20).
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Siendo el sueño una puerta de comunicación con el mundo de lo
“otro”, que en la simbología especular representa de forma invertida lo
que en él se refleja, el sueño transgrede la norma impuesta en la realidad
y propone, en este caso, la proximidad carnal entre padre e hija en el
mundo onírico.
En todo caso, en la mayoría de los cuentos los personajes se
sienten invadidos por esa extrañeza o ambigüedad de estado entre el
sueño y la vigilia en el momento de entrar en contacto con el ultramundo.
En “Urbanización Sinaral” el chofer del taxi en el momento de iniciar su
travesía “bosteza en señal de cansancio”, en “Adaza” es evidente que la
protagonista está soñando; cosa que también parece suceder en “El
péndulo”, donde nuevamente queda la imprecisión ambigua del estado
vigilia/sueño en las impresiones o percepciones del personaje:
…claro está, las cosas emergen borrosas, con cierta fic-
ción, todo allí, detenido ahora, encerrado en el marco del
cristal o en la trasmigración de mi cuerpo… (Rojas,
1994:48).
Este regreso periódico de los muertos, como expresión de la con-
ciencia humana de la muerte, al decir de Edgar Morín (1994) es una
mezcla entre la memoria (el recuerdo) y la imaginación, alimentado por
la fe y la creencia. En “Adaza”, especialmente, la memoria del padre
impregna todos los objetos de la casa, todo el contexto que la rodea.
Noche, espectros y posesión del contexto de lo humano
La presencia de la muerte y de lo sobrenatural viene dada en un
contexto bien definido que preanuncia su aparición. Es recurrente en
todos los cuentos que la noche es el momento propicio de las aparicio-
nes, del trastrocamiento de las bases objetivas de la realidad, y de la
presencia de ese mundo “otro” que funciona con total ausencia de las
premisas que gobiernan el mundo “real” que, en la lógica binaria, ven-
dría a representar la luz en contra de la oscuridad de lo irreal. Es el
ámbito donde se presenta el encuentro vida/muerte, y el fin de la lógica
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de la vigilia. Ante la ausencia de las premisas con las que interpretamos
la realidad, el mundo “otro” de lo fantasmal se presenta como un labe-
rinto lleno de vericuetos incomprensibles para el hombre de la vigilia,
quien irremediablemente se pierde en ese nebuloso mundo de rarezas
espacio-temporales.
Cierra los ojos para no pensar. Irá por donde lo lleven esas
misteriosas encrucijadas. Vaga dentro de un laberinto de
inscripciones grotescas; irrumpe nuevamente en una carre-
tera en cuyo extremo hay un botadero de desperdicios quí-
micos, sin salida (Rojas, 2006:15).
De cierta manera, es lógico pensar que en un mundo como el es-
pectral, propuesto como la otra cara frente al espejo de la realidad
humana, cree confusión en quien ha establecido su “normalidad” dentro
del previsible mundo de la cotidianidad. La noche propone una nueva
lógica: la de lo espectral, que desajusta el orden establecido por el pen-
samiento lógico binario impuesto desde Platón que opone realidad a
idea. El fantasma estaría siempre en medio, jugando entre una y otra:
entre la vida y la muerte, entre la efectividad y la inefectividad, entre lo
presente y lo ausente, entre lo actual y lo inactual. Derrida (2003) pone
de manifiesto que el efecto de la espectralidad desbarata todo este jue-
go de oposiciones y nos permite pensar en otros términos: pensar lo que
no es, pensar en lo que existe pero a su manera.
Una vez que ha entrado en contacto con el mundo humano, la
lógica de lo espectral va posesionándose de todo lo real poco a poco,
lo invade y sojuzga: en “El péndulo” la posesión física y espiritual de
Asdrúbal es absoluta, un demonio lo gobierna. Las relaciones tempora-
les también se han llenado de ambigüedades y contradicciones por la
presencia de lo sobrenatural:
De pronto se echó a gritar, aullando, pataleando
convulsivamente, envejeciéndose en cada alarido, pero sin
perder el rostro de niño (Rojas, 2006: 49).
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En “Urbanización Sinaral” lo fantasmal se apodera del ambiente:
“La temperatura ha bajado más de lo normal”, “La neblina no le deja
ver más allá de treinta metros”; también del tiempo: “Toma un atajo
cuando se acuerda de la hora, mira el reloj y no funciona”; de los recur-
sos tecnológicos: “También se da cuenta que el depósito de gasolina no
tarda en agotarse” “Las luces [del carro] se apagan, para colmo”. En
“Adaza”, la imagen del fallecido reverendo Williams, padre de la prota-
gonista, presenta el mismo caso de posesión absoluta: “Él está en todas
partescomoDios,élesomnisciente,omnipresenteyomnipotenteyahora
él está en la cama en lugar de Adolfo” (Rojas, 2006:20). En este cuento,
el fantasma del muerto es en realidad su recuerdo. El recuerdo del pa-
dre que se proyecta en todas las cosas que conforman la vida de Adaza
y pone “en juego su libertad”. También en “El prófugo” la presencia de
lo sobrenatural toma posesión sobre la conciencia de lo real y lo va
difuminando, desapareciendo. Mientras permanece junto a la hechice-
ra, el problema económico del narrador deja de tener importancia, al
igual que la esposa y los hijos, se va dando una progresiva pérdida de la
memoria de la vida real del protagonista, para ser colmada por la “rea-
lidad otra” de lo sobrenatural:
Me volvió loco esa mujer con su belleza, con la locura que
se vivía allá, días de días, semanas y meses junto a ella (…)
mas cuando me acordé de los míos y quise marcharme, me
di cuenta que estaba preso dentro de una casa hermética-
mente cerrada… (Rojas, 1994: 30).
Otra manifestación de la posesión se da en “La masa”, con la sal-
vedad que aquí no es lo fantasmal lo que se presenta ante el narrador,
sino una extraña fuente de energía, de origen desconocido que transmuta
el orden de la naturaleza de la víctima:
Laextrañayluminosaformacilíndricameenvolvíaconlen-
titud. Lentamente fui perdiendo la noción del tiempo y del
espacio donde me encontraba. Corrí hacia el espejo y noté
que me fundía en la oscuridad, perdiendo la figura humana.
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Me fui descomponiendo molecularmente frente al cristal…
(Rojas, 2006:43).
Mientras su cuerpo se desintegra, el personaje va tomando con-
ciencia de la inmortalidad de su alma y del don de la ubicuidad que ella
posee a través de un viaje astral:
Me uní a una hueste de almas extraviadas, vibrantes,
milenarias, tal vez (…) dialogué con los muertos en la mis-
ma forma que lo hacen los vivos. Anhelaban (…) la vida
terrenal (Rojas, 2006:44).
La noche y el extravío
La noche es la alegoría de la sensación de extravío y extrañamien-
to. Ella convulsiona los sentidos, el pensamiento, desliga al entendimien-
to de la lógica lineal y lo proyecta a un orden oculto de la realidad. La
nocturnidad es, en Rojas, el cronotopo en que lo fantástico se revela
como desafío al orden conceptual y objetivo en que vivimos. En “La
masa” el narrador protagonista y su acompañante descienden de la
montaña y “De pronto [se sienten] perdidos en medio de tan densas
tinieblas” (Rojas, 2006:37). Pero además, relaciona la noche, la oscuri-
dad con la presencia permanente de lo siniestro, con aquello que “debía
haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado” (Freud,
1919):
Las pesadillas empezaron en ese momento. Llegué con el
tiempo a temerle a la noche (…) ella [la madre] esperaba a
que yo me durmiera, sin saber que para mí la noche era una
tortura. Las tinieblas parecían albergar en su seno todos los
espectros habidos desde la creación del mundo: huestes
infernales invadían mi habitación (…) Fantasmas enloque-
cidoshuíanporcallessangrantes,saltimbanquisviejosreían
a carcajadas con ojos desorbitados, cofradías de lisiados,
jorobados, mendigos, esqueletos vivientes, sayonas, bru-
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jas de manos horribles, sacerdotes del diablo… (Rojas,
2006: 40).
El rompimiento de la noción lógica de la realidad humana no se
produce sólo por un asalto de lo sobrenatural o de lo siniestro sobre el
mundo real; también se presenta como una acción voluntaria de los per-
sonajes, motivados por una “curiosidad” de explorar al mundo más allá
de los límites de la razón o de la previsible cotidianidad de la vigilia. En
“El prófugo”, por ejemplo, el narrador entra por su propio arrojo al
mundo de la hechicera:
Nisiquieraseinmutóalvermeallí,unintrusoenmediodela
noche, un ladrón o un criminal, podría suponer, sin embar-
go no se asustó con mi presencia, muy por el contrario me
dio la bienvenida a su mundo (Rojas, 2006: 27).
En “La ejecución” el protagonista habla sobre un “experimento”, el
que sin duda implica la deconstrucción del tiempo, su desdoblamiento.
Estar fuera del control y límites de lo espacio-temporal le permiten ver
la historia de la humanidad en su conjunto, de forma simultánea —como
quizás deben verla las almas inmortales—. Romper con el esquema ló-
gico de la existencia, es romper con el principio de causa y efecto. En
este caso, la muerte no puede sobrevenir en un cuerpo que no responde
a la temporalidad, a lo cronológico. Pero ¿es realmente satisfactorio
este deseo cumplido de una naturaleza inmortal? Al menos no mientras
se esté en la condición de ser “real”. Para el protagonista, al estar rela-
cionado de forma simultánea con toda la historia, con todas las geogra-
fías, con todas las ideas, el mundo se la presenta como algo irreconoci-
ble, incomprensible; la realidad puede ser cualquier cosa. Es la percep-
ción del extravío:
La plataforma de una esfera, un ente cercano, a lo mejor
una piedra, creo, se aproxima en el fondo de un grito. Será
como una torre babilónica, una muralla china o quiché, un
tótem irreverente, una botella anaranjada; qué se yo, pero
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eso, sea lo que sea, y todas las demás cosas me arrojan a
un estado de displicencia indescriptible (Rojas, 2006: 34).
De igual manera le sucede al protagonista de “La masa”, que con
el don adquirido, por un extraño fenómeno, de la dualidad de existencia
entre lo físico y lo espiritual, percibe la realidad con sentidos
hiperdesarrollados:
Era insoportable la actividad del viento, los latidos o
bombeos del agua, de la sangre, de la savia en el tallo de
los árboles de afuera. Los extraños sonidos semejaban el
palpitar de nervios en las manos del cirujano; el aleteo de
una mosca, el chasquido de una hoja seca en el pavimento,
la digestión en el estómago del niño, (…), la orina del perro
allá en el patio (…) ruidos infinitos, miles de estallidos…
(Rojas, 2006:42).
Tanto en “El prófugo” como en “La ejecución” Rojas plantea los
afanes del hombre por alcanzar la inmortalidad conservando la forma
física de la existencia. En el primero se logra con la magia, en el segundo
con la ciencia. Esta búsqueda de un fin común con medios tan opuestos
pareciera insinuar que el hombre aspira a convertir la ciencia en la ma-
gia del presente.
La tecnología y las nuevas formas espectrales
Si tomamos en cuenta la forma en que Derrida (2003) afirma que
actúan los fantasmas, asediando, estando en un lugar sin ocuparlo, de-
bemos admitir, entonces, que la tecnología de la comunicación es la
nueva manifestación del acontecimiento espectral. La televisión, con su
excesodepublicidadquebuscaunificarelgusto—convirtiendoalusuario
en una “masa” indiferenciada de consumidores—, es el ejemplo típico
del asedio en la actualidad, del carácter espectral de la tecnología. Ro-
jas no deja pasar desapercibida esta realidad, y la incorpora en su libro
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a través del cuento “Gajes del oficio” en el que la presencia de la televi-
sión es abrumadora:
Hoy le compramos un televisor de pulsera a la niña…
Es necesario comprar un portátil para el auto…
Al penetrar en la oficina, el señor Franz, enciende la luz
mostaza del centro; a su vez las innumerables pantallas del
fondo se iluminan presentando en cada una de ellas dife-
rentes escenas (Rojas, 2006:65).
La omnipresencia de la televisión manifiesta, al igual que el fantas-
madelreverendoWilliamsodeldemoniodentrodelcuerpodeAsdrúbal,
la absoluta posesión del ambiente y de la vida de los personajes por
parte del tecno-fantasma. De igual forma, su presencia se reproduce
por la soledad, que se mimetiza en los personajes. El señor Franz se
encierra en su oficina y allí, frente a las múltiples pantallas que compo-
nen el mobiliario “pasa el tiempo mientras le dura la crisis de soledad”
(Rojas, 2006:65). Luego, se marcha a su casa “Desde que entra va
encendiendo todas las pantallas hasta llegar a la cocina” y “Una vez
más se siente sólo” (Rojas, 2006:65).
En resumen se podría decir que el eje de los cuentos de La mano
del moribundoes la exploración del deseo de inmortalidad que alberga
el hombre, los caminos que busca el ser humano para alcanzarla. La
construcción de imaginarios que le permitan satisfacer este deseo. Ne-
garse aceptar la muerte como límite de lo humano. Por vía de la creen-
cia y de la fe en la inmortalidad del alma, por una fe ciega en las posibi-
lidades de la ciencia como capaz de manipular y controlar las leyes de la
Naturaleza y de transgredir los límites del Orden Divino, por las posibi-
lidades del mundo no racional. Desafortunadamente hasta ahora este
deseo no ha sido alcanzado, puesto que la inmortalidad, en el imaginario
colectivo, se ha presentado sólo como un horror, como una presencia
espectral que se repele.
Según lo que puede extraerse de los cuentos, para Manuel Rojas,
la muerte le da al hombre la inmortalidad, vive eternamente gracias a la
liberación, en el momento de la muerte, de su parte no-mortal, pero esta
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inmortalidad lo sumerge en una profunda soledad, marcada por la im-
posibilidaddeentrarencontactoconunmundoqueselepresenta“Otro”.
La obra de Manuel Rojas parece estar sustentada sobre una sola hipó-
tesis: la muerte y la soledad son las eternas compañeras del hombre.
Peor aún, es percibir que ante la inmensidad de la soledad que rodea al
ser humano sólo las imágenes de la muerte regresan de ultratumba para
llenar estas soledades. La soledad se convierte en el absoluto y pathos
de la narración de Rojas, quien más allá del optimismo que pretende
demostrar en “Gajes del oficio”, nos presenta a un individuo derrotado
ante la incomunicación, que ha perdido todo acercamiento con la vida
humana y que su único contacto es a través de las imágenes de una
pantalla de televisión, medio electrónico que ha suplantado la presencia
humana en nuestras vidas. La televisión usurpa el espacio de la vida, ya
no se vive, sólo se mira, no hay relación activa alguna. Se nos ofrece un
mundo entero, pero a la medida de la mirada. Como bien dice Blanchot
(1996), la práctica es sustituida por el pseudo-conocimiento de una
mirada irresponsable.
San Cristóbal, 2009
REFERENCIAS
Blanchot, M. (1996). El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila edi-
tores.
Derrida, J, (2003). Espectros de Marx. Madrid: Trotta.
Ferrater, F. (1984). Diccionario de filosofía. Madrid: Alianza Edito-
rial.
Freud, S. (1919). Lo siniestro. Consulta 23-08-2008. En: http://
www.galeon.com/elortiba/freud36.html
Morin, E. (1994). El hombre y la muerte. Barcelona: Kairós.
Rojas, M. (2006). La mano del moribundo y otros cuentos. San Cristó-
bal: Fondo Editorial Simón Rodríguez.
Rosenblat, M. (1984). Poe y Cortazar. Lo fantástico como nostalgia.
Caracas: Monte Ávila Editores.
Sartre, J. (1976). El ser y la nada. Buenos Aires: Losada.