miércoles, 31 de marzo de 2010

PEDRO PABLO PAREDES


PEDRO PABLO PAREDES

CARTEL

ENTRE LOS NUEVOS: MANUEL ROJAS

El poema en prosa tiene, ya, larga data en nuestra lengua. Recordemos a Juan Ramón Jiménez, o a Gabriel Miró, o a Vicente Alexandre. O a Eduardo Carranza, a Vicente Huidobro, a César Vallejo, a Pablo Neruda, entre los hispanoamericanos. Todos ellos nos han demostrado, en libros entrañables, que la forma apenas tiene relación con el fondo.

Pues, a estos efectos, Venezuela tiene en mano un dato extraordinario. El primero a quien se le ocurrió, de pronto, abrirnos el currículo del poema en prosa fue el Libertador. “Mi Delirio sobre el Chimborazo” inaugura, en 1822, el desfile de tan significativa especialidad lírica. Y es pieza rigurosamente antológica. Tanto por su forma cuanto por su elaboración. Tanto por su originalidad, absolutamente indiscutible, cuanto por su autenticidad, absolutamente invulnerable. Y hay gentes, a estas alturas, que ignoran que Bolívar hubiera sido poeta.

Sobre la huella del Padre de la Patria, vienen ilustres continuadores del poema en prosa. Juan Vicente González y Eduardo Blanco. Manuel Díaz Rodríguez y José Antonio Ramos Sucre. Ramón Hurtado y Antonio Arráiz. Arturo Uslar Pietri y Antonia Palacios. Rafael Ángel Insausti y J. A. Escalona-Escalona. Orlando Araujo y Lubio Cardozo. Etcétera.

La tradición parece, dados los citados, suficientes. Sin embargo, el poema en prosa no ha convencido, todavía, a la mayoría lectora. Esta, muy en su punto como es comprensible, no cree sino en el poema en verso. El problema, sobre curioso, resulta de lo más interesante. Es un problema, para ser exactos, de formación. Y, sobre todo, de información estética. Ya hablaremos de esto en venidera oportunidad.

Hoy queremos hablar de nuestra nueva generación de escritores. Queremos hablar de nuestros nuevos, pues ¿Quiénes son ellos? Entre otros, son Antonio Mora, Luis José Oropeza, Marisol Pérez Melgarejo, Carmen Teresa Alcalde, Pablo Mora, Segundo Medina, Samuel Escalante, Etha de Ramírez, María Luisa Alonso. Y, para los efectos inmediatos de este cartel, Manuel Rojas.

Conocemos todos a Manuel Rojas. Lo vemos en el Concejo, donde trabaja. Lo vemos en el Taller Literario Zaranda de la Biblioteca Pública. Lo vemos en la Peña Manuel Felipe Rugeles. Lo vemos donde quiera que, en una y otra forma, dice presente a la actividad cultural. Y esto no es todo. También lo vemos en los trabajos que pone a circular en la prensa. Rojas, en resumen, se destaca como uno de nuestros más jóvenes plumarios.

Manuel Rojas acaba de inaugurarse con un libro de poemas en prosa: “Los Espacios Socavados” , litografía y Tipografía La Artística, San Cristóbal, 1994. La edición aparece bien diagramada y bien impresa y bien ilustrada. Contiene solamente diecinueve poemas. Se trata, como todo libro de poemas, de un libro breve.

El poeta, y es caso casi excepcional entre las gentes de su generación, sabe escribir. Maneja muy bien su lengua. Sabe, en suma, lo que hace. Lo sabe en cuanto al lenguaje; lo sabe también en cuanto a su tratamiento poético. Y lo estrictamente excepcional: se lanza al ruedo de los lectores con este volumen de poemas en prosa. Y conste: se trata de poemas, primero; y de poemas en prosa, después. ¿Qué más podíamos pedirle a este convecino que saludamos todos los días? ¿Y que nos demuestra que, como poeta en prosa, sabe su oficio? De tal manera lo sabe que, sin más ni más, todas las diecinueve piezas del libro son poemas. Para prueba nos basta, al margen de todo análisis, con reproducir uno no más: “El Hidalgo”:

“El jinete, muy apreciado por todos, cuyo sentido del recuerdo yacía inmolado, de pronto apareció en la primera gruta del camino – eso, a juzgar por la escena en la vida anterior- enarbolando una espada. Extraña situación para la pequeña aldea. Nunca se supo cuánto sufrió el hombre a la vera del camino, las lluvias, el torrente de piedras, las inundaciones, los escasos vericuetos del olvido cayeron sobre su tez amarillenta. En suma, se envejeció de espera (en aquella ocasión). Hoy vaga entre la multitud con un brazo mutilado y un ojo muerto, vaga a la deriva de un mundo que no reconoce su nobleza, ni teme a su espada, a su caballo, y por sobre todas las cosas, a su gran valor.”

Los Espacios Socavados” , en fin, merece la acogida y el aplauso de todos los lectores. Con Manuel Rojas le nace un nuevo poeta al Táchira.

domingo, 28 de marzo de 2010

Yady Sorleth Campo Ramírez


Yady Sorleth Campo Ramirez (yadycamp@hotmail.com)

Cuando me confirieron la enorme responsabilidad de comentar sobre la vida y obra de Manuel Rojas lo primero que pensé fue en lo extraordinario ser humano que es. Rodeado de artistas (su esposa Dexy y su hijo Odeysser), ha dedicado su vida entera a la literatura. Su norte es pues, la palabra, con todo lo que ésta conlleva. Con "La mano del moribundo" se afianza en lo abyecto y lo grotesco para traspasar los límites, romper las barreras, no seguir las normas. Se ubica pues, en esa generación de escritores contemporáneos que no se conforman con la linealidad del discurso, sino que obligan al lector a ser parte activa del texto, a vivirlo, experimentarlo y reinventarlo conforme se lee. Si bien este libro de cuentos no es la única obra de Manuel, puede considerársele (hasta ahora) su más logrado trabajo narrativo, ya que encierra en esos pasajes, toda la esencia literaria que consagra a los verdaderos artesanos de la palabra. A lo mejor estarán pensando -y con justa razón- que Manuel se ha dado a conocer más por su poesía, pero es en gran parte este libro, como muestra de sus destrezas narrativas, lo que lo convierte en un baluarte de las letras tachirenses.
Por otra parte, es presciso señalar, que aunque el motivo que nos convoca es rendirle un tributo a Manuel Rojas, el escritor, es mucho más justo y necesario reconocerle su labor como hijo, esposo, padre, amigo y promotor de la cultura, pues, es en estos predios donde radica su mayor valor humano. Tal vez es por lo mismo artista, tal vez es por lo mismo talentoso,pero definitivamente no puede hablarse de Manuel sin mencionar su gran carisma ante un mundo lleno de inequidades.
Finalmente, queda una tarea aún mayor que reconocerle a Manuel su talento: promover su obra, hacer que las nuevas generaciones la conozcan, se deleiten con ella. Queda sin lugar a excusas ni promesas inconclusas lograr que los jóvenes se acerquen a las historias ofrecidas en "La mano del moribundo", pues, sin los lectores, continúa siendo negro sobre blanco.