domingo, 28 de marzo de 2010

Yady Sorleth Campo Ramírez


Yady Sorleth Campo Ramirez (yadycamp@hotmail.com)

Cuando me confirieron la enorme responsabilidad de comentar sobre la vida y obra de Manuel Rojas lo primero que pensé fue en lo extraordinario ser humano que es. Rodeado de artistas (su esposa Dexy y su hijo Odeysser), ha dedicado su vida entera a la literatura. Su norte es pues, la palabra, con todo lo que ésta conlleva. Con "La mano del moribundo" se afianza en lo abyecto y lo grotesco para traspasar los límites, romper las barreras, no seguir las normas. Se ubica pues, en esa generación de escritores contemporáneos que no se conforman con la linealidad del discurso, sino que obligan al lector a ser parte activa del texto, a vivirlo, experimentarlo y reinventarlo conforme se lee. Si bien este libro de cuentos no es la única obra de Manuel, puede considerársele (hasta ahora) su más logrado trabajo narrativo, ya que encierra en esos pasajes, toda la esencia literaria que consagra a los verdaderos artesanos de la palabra. A lo mejor estarán pensando -y con justa razón- que Manuel se ha dado a conocer más por su poesía, pero es en gran parte este libro, como muestra de sus destrezas narrativas, lo que lo convierte en un baluarte de las letras tachirenses.
Por otra parte, es presciso señalar, que aunque el motivo que nos convoca es rendirle un tributo a Manuel Rojas, el escritor, es mucho más justo y necesario reconocerle su labor como hijo, esposo, padre, amigo y promotor de la cultura, pues, es en estos predios donde radica su mayor valor humano. Tal vez es por lo mismo artista, tal vez es por lo mismo talentoso,pero definitivamente no puede hablarse de Manuel sin mencionar su gran carisma ante un mundo lleno de inequidades.
Finalmente, queda una tarea aún mayor que reconocerle a Manuel su talento: promover su obra, hacer que las nuevas generaciones la conozcan, se deleiten con ella. Queda sin lugar a excusas ni promesas inconclusas lograr que los jóvenes se acerquen a las historias ofrecidas en "La mano del moribundo", pues, sin los lectores, continúa siendo negro sobre blanco.

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