POESÍA CONTEMPORÁNEA TACHIRENSE
BIBLIOTECA DE AUTORES Y TEMAS TACHIRENSES (BATT) POESÍA CONTEMPORÁNEA TACHIRENSE
DOS GENERACIONES
TALLER LITERARIO ZARANDA - DRAGONES DE PAPEL
RECOPILACIÓN: Manuel Rojas
BILBIOTECA DE AUTORES Y TEMAS TACHIRENSES (BATT)
N° 118
Asociación de Escritores del Estado Táchira
Comisión Editora de la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses: Director General: Ramón J. Velásquez. Primer Vice-Director: Marcos Ramírez Murzi. Segundo Vice-Presidente: Pablo Castro Becerra. Secretaria – Tesorera: Deisy Bracho.
Vocales: Edgar Flores, Gonzalo Vivas Díaz, Miguel Octavio Sosa, Teo Camargo, Gustavo Luis Velásquez, Ana Lucina García Maldonado, Camilo Daza Moros, Alba Parra.
Sub-Comisión de San Cristóbal: Rafael María Rosales, Aurelio Ferrero Tamayo, Rafael Ojeda, José Joaquín Villamizar Molina, Juan Tomás García Tamayo, Leonor Peña.
Impreso en Lito Lila C.A.
San Cristóbal – Estado Táchira – Venezuela
Abril 1995
Poesía Contemporánea Tachirense
ISBN 980-6263-85-5
Abril 1995
DRAGONES DE PAPEL:
Compilación: Freddy Nañez
Ilustración de portada: Osvaldo Barreto
Diseño gráfico: Sofía Wassouf Rangel
Prólogo: Adolfo Segundo Medina.
Corrección de texts: Inés Ruiz Pacheco
PRÓLOGO BIBLIOTECA DE AUTORES Y TEMAS TACHIRENSES
DOCTOR: Ramón J. Velásquez
En 1974, el Comité Directivo de la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses BATT solicitó a un grupo de jóvenes escritores, poetas y cuentistas, nativos del Táchira y estudiantes en los institutos de San Cristóbal su colaboración para presentar a los venezolanos, el testimonio de presencia de las nuevas generaciones que venían a continuar una tradición literaria que en sus comienzos tuvo nombres de la categoría de Luis López Méndez, ensayista, crítico literario, poeta y traductor de la poesía inglesa, compañero de José Gil Fortoul y figura fundamental de la primera generación de los positivistas venezolanos; de Samuel Darío Maldonado uno de los primeros antropólogos venezolanos, poeta, novelista, sociólogo y explorador de la sierra andina y de la Amazonía; de Emilio Constantino Guerrero, jurista, escritor, historiador, poeta, filólogo, autor del primer diccionario publicado en Venezuela sobre esta materia; de Pedro María Morantes (Pío Gil) jurista, poeta, novelista y polemista cuyos libros de denuncia contra la corrupción política perduran al igual que la novela “El Cabito”.
A esa generación de finales del siglo XIX la va a seguir la que integraron entre otros, Antonio Rómulo Costa, discípulo en Colombia de Miguel Antonio Caro y Marco Fidel Suárez, los dos grandes bellistas de América, Académico de la lengua, poeta y excepcional prosista y los poetas Epifanio Mora y Horacio Castro. A comienzo del siglo XX inicia Salustio González Rincones su excepcional obra poética rescatada por primera vez en 1977, por el crítico y poeta Jesús Sanoja Hernández. En la segunda década de este siglo continuarán esa tradición, Carlos Rangel Lamus, lector de Nietzche y de Marx, ensayista, y animador cultural de las nuevas generaciones desde su tribuna del “Liceo Simón Bolívar”; Amenodoro Rangel Lamus, escritor e historiador del proceso político del siglo XX, y José Abel Montilla, escritor y autor de de “Fermín Entrena”, novela sobre la participación del Táchira en la vida política nacional.
En el año 1918, con la aparición de la revista literaria “Bloques” en San Cristóbal hace acto de presencia una nueva generación de prosistas y poetas, tres de los cuales van a unirse con el grupo de intelectuales caraqueños que encabezan Jacinto Fombona Pachano y Fernando Paz Castillo. Se trata de Rafael Angarita Arvelo, cuentista, escritor y crítico literario que logra alcanzar gran autoridad nacional; Vicente Elías Moncada, triunfador en los primeros recitales que realiza en Caracas; Francisco Tamayo, poeta que muy pronto abandona sus grandes posibilidades líricas; el merideño Humberto Tejera, figura fundamental del grupo “Bloques” quien a poco por razones de persecución política abandona a Venezuela para ir a morir a México. El recuerdo de los días que Tejera vivió en San Cristóbal forma parte de los magníficos relatos y de los poemas a los pueblos andinos de su libro “Cinco Águilas Blancas” cuya única edición venezolana la realizó en 1980, la “Biblioteca de Autores Tachirenses”. Por los mismos años aparece una extraordinaria voz poética, Job Amado, náufrago de la bohemia.
En los años finales de la dictadura de Juan Vicente Gómez, (1930-34) una gran actividad intelectual tiene como sede el liceo “Simón Bolívar” de San Cristóbal animada por Carlos Rangel Lamus. Estimula conferencias y recitales de los alumnos y fomenta la creación de bibliotecas de temas universales. Una revista con el nombre del submarino de Julio Verne, “Nautilus” recoge las prosas y los versos de los estudiantes. Por el mismo tiempo, un grupo de jóvenes escritores, varios de los cuales vivían en exilio dentro del propio país amparados por la fianza que el Presidente del Estado, general José Antonio González ante el dictador, se unían a los estudiantes liceístas en el empeño de romper la censura dictatorial y de actualizar su información acerca de los cambios políticos y culturales que se sucedían en el mundo. Entre los estudiantes del liceo, el contacto lo estableció el zuliano Ciro Urdaneta Bravo, adolescente dueño de una inmensa información literaria y de una envidiable colección de autores modernos. Ciro promovió reuniones semanales en la buhardilla de Antonio Quintero García, bautizada con el curioso nombre de “Estero Bellaco”. A las reuniones concurríamos el joven escritor merideño Pedro Romero Garrido, Ciro Urdaneta Bravo, Leonardo Ruiz Pineda, Miguel Moreno, Jorge Murillo, Anselmo Amado, Simón Becerra, Ramón J. Velásquez, Quintero García, de La Grita, cuentista, poeta, ensayista que había regresado a su tierra, prófugo de la policía política de Caracas que lo calificaba de “comunista peligroso”. Había estado en Rusia, vivió en Madrid, París, Bogotá y México. Sus cuentos, publicados en las revistas caraqueñas, igual que sus poesías se perdieron y al final de los días, después de su dolorosa muerte en Los Teques alguien sometió al fuego las carpetas de su obra inédita. Fruto de esas reuniones fue la creación de la revista “Antena” que por no poder figurar Quintero García, resolvimos Ciro Urdaneta Bravo y yo asumir públicamente su dirección, la cual, al día siguiente, nos fue prohibida por ser menores de edad. Para sustituirla fundamos “Mástil” dirigida por Pedro Romero Garrido. “El Mástil es una Antena”, escribió Quintero García. Un colombiano de apellido Ramírez fabricó los primeros clisés para ilustrar la revista con las primeras caricaturas de los autores universales pues en sus páginas publicábamos textos de Waldo Frank, Gorki, Unamuno, Gabriela Mistral, Erenburg, Marañón. La muerte de Gómez dispersó el grupo.
En la década de los años treinta viven en el destierro, pues son adversarios combatientes de la dictadura gomecista, Rafael de Nogales Méndez, autor de seis libros de relatos de interés mundial; Manuel Felipe Rugeles, consagrada figura de la poesía venezolana de este siglo; Juan Gugliemi, autor de “Andina”, la primera novela de un autor tachirense y Manuel Antonio Pulido Méndez, médico, escritor, biógrafo, filósofo y humanista de excepcional formación.
En la cronología de los grupos literarios de este siglo, a los de “Helios”, “Bloques” y “Mástil” seguirá en los años cuarenta el grupo “Yunque” promovido por Luis Felipe Ramón y Rivera, compositor musical, poeta, folklorista, escritor y quien rescató la música popular tachirense de finales del siglo XIX y de las primeras décadas del presente. Ramón y Rivera y su esposa Isabel Aretz son los autores de “Folklore Tachirense” (BATT) el mejor texto regional escrito en Venezuela sobre la materia. A Ramón y Rivera acompañaban en “Yunke”, Manuel Osorio Velasco, pintor, poeta y fundador de una escuela o estilo pictórico; los trujillanos Régulo Burelli Rivas y Pedro Pablo Paredes, el larense J. A. Escalona Escalona, poetas de renombre nacional y el escritor merideño Rafael Armando Rojas. Por el mismo tiempo el escritor y periodista Hernán Rosales F., desde un programa radial semanal y desde el grupo “Luis López Méndez” daba a conocer al gran público, la obra de los escritores y poetas de las sucesivas etapas de la cultura tachirense. Es la misma época del regreso a Venezuela de Raúl Soúles Baldó, médico graduado en la Universidad de París y dueño de una cultura humanística que va a convertir su casa en ateneo y su palabra en estímulo para los jóvenes que buscaban orientar su vocación literaria. Soúles Baldó era un erudito en estudio de los clásicos españoles.
Los años cincuenta señalan la presencia de nuevas voces poéticas que han de alcanzar ámbito internacional; Marco Ramírez Murzi, Juan Beroes, Dionisio Aymará. La mayoría de los escritores y poetas que hemos mencionado encontraron tantas dificultades para perseverar en su obra que se marcharon de su tierra nativa pues veían reducido su espacio por la indiferencia colectiva y frustrado su empeño de perfección.
Otros se fueron en su adolescencia y las exigencias de la vida les impidió retornar. Tales son los casos de Gustavo Ardila Bustamante, poeta, autor de maravillosos sonetos y cronista que realizó larga tarea en el semanario “Fantoches” y formó parte del grupo de humoristas que en Caracas integraban Leoncio Martínez, Job Pim, Leopoldo Ayala Michelena y Joaquín González Eiris; Marco Antonio Martínez, discípulo preferido de Pedro Grases y Ángel Rosenblat, filólogo, poeta y cuentista; Antonio Arellano Moreno, historiador, ensayista y recopilador de la poesía tachirense en su obra “Poetas y versificadores del Táchira”. En la actualidad, en Caracas, Fruto Vivas, Tulio Hernández y Fabricio Vivas se destacan como escritores, ensayistas y animadores de grandes empresas de trascendencia cultural. En Mérida, Humberto Ocaríz Espinel, médico, poeta, ensayista, biógrafo y quien a lo largo de los años ha realizado la más extraordinaria tarea de estímulo a sucesivas generaciones estudiantiles tachirenses que asisten a la ULA.
Durante casi cincuenta años un grupo de intelectuales tachirenses desafió todas las dificultades para permanecer en el Táchira como sacerdotes de un culto que contaba con pocos oyentes. Se trata de Aurelio Ferrero Tamayo, Horacio Cárdenas, Rafael María Rosales, Carlos Sánchez Espejo, Mardonio González, Gregorio Pérez Rojas y J. J. Villamizar Molina. Y como pregonero de la esperanza en la llegada de tiempos mejores para el culto de las letras y el arte, el maestro Pedro Pablo Paredes.
Los tiempos de la nueva cosecha que tanto reclamaba Pedro Pablo Paredes han llegado y a la invitación que no pudieron cumplir los jóvenes de1974, responde con creces la generación de los años ochenta con el testimonio de su obra como nuevos poetas, nuevos cuentistas, nuevos ensayistas.
Los volúmenes 113, 117 y 118 de la “Biblioteca de Autores Tachirenses” representan el cumplimiento del compromiso de la BATT de presentar un panorama de la cultura regional desde sus días iniciales hasta la presencia de las nuevas generaciones en los campos de la narrativa, el ensayo y de la poesía. Tiempo centenario que numerosos analistas de la historia de Venezuela califican como el siglo andino, no solamente por la preponderancia presidencial, sino por los grandes cambios nacionales ocurridos en esta centuria y en cuya realización han tenido determinante participación venezolanos nativos del Táchira.
Los nombres de Jesús Acevedo Sánchez, Carmen Teresa Alcalde, Leonor Peña, Antonio Mora, Virginia Chirinos, Manuel Rojas, Luz Marina Sarmiento, Adolfo Segundo Medina, encabezan la antología de la “Narrativa Contemporánea Tachirense” que presenta a diecinueve autores. La antología de de la “Ensayística Contemporánea Tachirense” comprende veinticuatro interpretaciones y acontecimientos y problemas escritos por Carlos Arreaza Bermúdez, Leonor Vega Febres, Elí Caicedo Pinto, Otto Rosales, Betina Pacheco, entre otros. Y la tercera de estas antologías está dedicada a la “Poesía Contemporánea Tachirense”. Son setenta y cinco composiciones que se presentan como muestra la obra que elaboran Pablo Mora, Freddy Araque, Osmar Mora, Luis José Oropeza, Marisol Pérez Melgarejo, Martín Gómez, Ruth Rincón, para señalar en sus nombres todo un interesante grupo de poetas.
En la tarea de recopilación y los interminables trámites efectuados para hacer posibles estas valiosas ediciones debe dejarse constancia expresa del empeño sin tregua realizado por Luis José Oropeza y Leonor Peña
Ramón J. Velásquez
PRÓLOGO DRAGONES DE PAPEL
En casos como éste, cuando a uno le piden prologar un libro una antología de poesía pensada y escrita por chamos jovencitos, ombligoverdes los más, uno puede equivocarse pensando que se encontrará con una avalancha de irreverencias, con un rosario de escatologías, con la furibunda e inmisericorde artillería de los protervos, los condenados, los díslocos, perturbadores, sediciosos, los protestatarios de todo y por todo y sin causa como muchos los tildan. Uno puede equivocarse, repito, al pensar que hallará en esos maltrechos papeles pero ¿qué digo, cuáles papeles si la bendita antología vino en disket? una ordinaria como ramplona sarta de testimonios amorosos, un destemplado discurrir de alegatos justificatorios de sus puerilidades, una insustancial retahíla de ocurrencias verbales de belleza y atributos poéticos. Puede equivocarse porque bueno, los ya mayores andamos siempre pensando que los chamos son inútiles, que no hacen sino joder y perder el tiempo, que son capaces de construir y subestimamos sus aptitudes, su talento, su razonamiento y su lógica. Uno puede equivocarse, sostengo, si no abrigamos, aunque sea, un poquito de fe, una pizca de optimismo, si no advertimos que, justamente, de la juventud es de donde surgen las transformaciones del mundo.
Y más puede equivocarse uno si no ha tenido la virtud de conocer a los autores de esos textos que ahora están en nuestras manos. En mi caso las equivocaciones están lejos de producirse porque he tenido la fortuna de compartir lecturas y encuentros con la mayoría de estos jóvenes: con Chucho, con Carmen Rosa, con Betsimar, con Lenín, con Ender, con Freddy, con Dimitra, Victoria y Dennis, y sé de su gran responsabilidad a la hora de ofrecer sus creaciones poéticas. Sé de la seriedad, la constancia, la disciplina en su hacer literario y cultural. Por eso no hay desatinos, no existe la posibilidad de errar en alguna apreciación con respecto a su obra si convenimos, prudentemente, en que aún tienen mucho camino por recorrer, que en poesía, como en todo saber nada está dicho de manera definitiva y por tanto hay que ir afinando, cada vez más, las aristas de nuestras creaciones.
He aquí entonces los textos de estos poetas jóvenes, recopilados por Freddy Ñañez para esta Antología publicada bajo el sello editorial de Nadie Nos Edita Editores. Ustedes, amigos lectores, convendrán conmigo en esta apreciación después de su lectura.
Los chamos piensan y escriben en serio. Trabajan la palabra con tesón, con voluntad, con economía y sustancia, con acomodo al sentido poético del verso, con belleza y dignidad. Su palabra no es vacía y asumen su compromiso con ella y con la poesía: “si la palabra no sirve para nombrarte, no me interesa de ella nada”… “Si se pudre como la carne o se diluye en el viento sin resonancia como las arenas del alma, seguiré callado entonces” (Chucho). Porque para ellos es preferible mantenerse en silencio, encerrarse en el mutismo antes que cometer el exabrupto de proferir banalidades, de regurgitar palabras huecas. América Martínez lo deja claro:
Adentro albergo a otra/ que no ha oficiado la urdimbre/
de frases hechas y lugares comunes
Y para que no quede duda de cuál es su posición y su determinación, Betsimar nos proclama su indeleble sentencia:
Habitaré tus bosques como duende/ antes que despiertes
Hablaré tu lengua y escribiré tu historia/ en las piedras de los caminos
Y como la palabra debe ser memoria, vivencia y denuncia, Carmen Rosa rompe el silencio para decirnos que no confía en sus problemas y por lo tanto ha destruido ese monólogo, el monólogo del habla superflua que no da cuenta de “tantos pobres que pululan”, ni de que “el perfecto resplandor//se esconde en la oscuridad” que “los otros viven por demás” que “las flores se inquietan y se marchitan” que “las circunstancias se tornarán sencillas//los jóvenes morirán// sus padres los enterrarán//cabizbajos y llorosos”.
Los chamos están en lo suyo, es decir, están en lo que concierne a todos. No andan por las ramas como aquel Barón de Calvino. Ellos expresan su desencanto, es cierto, pero también y a partir de aquél, su esperanza que es nuestra misma esperanza, la de quienes hacer rato doblamos la esquina y nos hemos resistido a valorar el profundo sentimiento de respeto y solidaridad que ellos albergan por la humanidad. Y tienen tanta fe que osan asegurar que “un soplo de aire bastará para corregirlo todo” (Chucho), por eso salen a revolcarse con la lluvia para preguntar:
Cuántas señas haré en aire queriendo pintar el silencio
Cuántos árboles nacidos de repente en la eternidad (Dennis)
o vienen a revelarnos el amor como “grilletes de este lar tembloroso//que clama tu presencia”(Dimitra); confluyen a las esquinas de la poesía para aventarnos en la cara que ellos no se morirán sin despedirse//sin regresar a media legua de ellos mismos (Ender), para contarnos que hay golpes en las puertas que son como “los de las malas noticias”, …”los de las tormentas”…”como los del amante celoso, la contrición del disoluto” (Freddy Durán); llegan y nos conminan, nos exigen, porque ante su palabra deberíamos postrarnos en ceremoniosa lectura, ya que son ángeles violadores de nuestra desabrida placidez; arriban descalzos, dignamente descalzos y nos someten a su prudente confesión:
Me regocijaba sorprendiendo murmullos al romper sus secuelas en las crestas de los muros, absorto en los sonidos crepitantes del reflejo de un clamor mudo, aspiraba la brisa de las tempestades en el ansia de un coleccionista de tragedias. Era el merodeador de los campanarios de iglesias paganas (Lenín)
He aquí entonces a estos jóvenes representantes de la nueva voz poética en el Táchira. Helos aquí con la certidumbre de que la palabra es la fuerza que sostiene al Ser con dignidad en los farragosos territorios de la existencia; palabra que es esperanza, optimismo, fe; palabra que es Verdad y conciencia, creencia y sueño; palabra de luz y sosiego y paz y vida. Helos pues aquí, ante nuestra mirada de incrédulos y equivocados.
Adolfo Segundo Medina
INDICE
Milagros Arellano
Enrique Ferrer
Raquel Gómez Martín
Geisha Carola Méndez S.
Ángel Osmar Mora
Antonio Mora
Pablo Mora
Dévora Morales
Adolfo Segundo Medina
Orlando Ortíz Araque
Luis José Oropeza
Mateo Parra
Marisol Pérez Melgarejo
Etha de Ramírez
Ruth Rincón
Manuel Rojas
Ernesto Román Orozco
Elsa Marlene Sanguino
Diego Sarmiento
Homero Vivas
Luz Marina Sarmiento
Dexy Ruiz Rodríguez
Daniel Parada
Erasmo Sayago Gámez
Leonor Peña
Carmen Rosa Orozco
América V. Martínez
Julio Romero Anselmi
Yildret Rodríguez Ávila
Iván Romero
Raúl David Márquez Casique
Annie Vásquez
Trina Michelangeli Milano
Betsimar Sepúlveda Hernández
Dennis R. Malpica
Dimitra Giagyzidakis
Ender Rodríguez
Freddy Durán
Argelia García Q.
Lenin Marcano
Miguel A. de los Reyes
Osvaldo Barreto
Pedro Pablo Vivas
Victoria Terán
Freddy Ñañez
POESIA TACHIRENSE
“La verdad poética siempre tiembla; porque en el momento en que las palabras salen a la página enunciándose bajo la égida de la poesía, pueden perder todo miedo” (Fuenmayor Víctor, Bajo Palabra de Amistad: los otros y el poeta. Universidad Central de Venezuela, 1992. Pág. 43). La poesía como elemento de la estética ha variado enormemente desde la poesía lírica venezolana del romanticismo, con la representación del poeta José Antonio Pérez Bonalde, e incluso desde Andrés Eloy Blanco, y su “Canto a España”, obra con la que ganó el Primer Premio en el certamen promovido por la Real Academia de la Lengua Española, abierto a los países hispano-parlantes (1924). O desde la llamada generación del 28, con la revista de vanguardia Válvula, que manifestó un pensamiento y conducta contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. Poetas heraldos de la nueva Venezuela que nacía como Edad del Chorro o del petróleo en medio de una consternación social. La generación del país Oil Concessions Royal Dutch-Shell.
Ya para ese entonces se empezaba a hablar de la también llamada post-modernidad y de la poesía madrigalera en la literatura latinoamericana, a través de algunos representantes del Sur como Fernán Silva Valdéz, Emilio Uribe, Sabar Ercasty y Oliverio Girondo. El ultraísmo y el creacionismo tuvieron su efervescencia en Buenos Aires, con el grupo Martín Fierro. Parra del Riego, Alberto Hidalgo, Vallejo, Juan José Tablada, rompían con todos los moldes tradicionales, pese a que sus temas ahondaban en la nostalgia india con formas exóticas de la sensibilidad moderna. El Dadaísmo, el Futurismo, el Cubismo, en Europa se debatían mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial. Vicente Huidobro empezaba a hacerse sentir. Se hablaba de neo-romanticismo, modernismo, Rubén Darío, Rimbaud, Whitman, Búfalo Bill, el Libro de la Jungla, en una atmósfera provinciana, antañona, anacrónica, aletargada, refrenada por la dictadura.
La generación del 18 abrió el camino a una nueva revolución de las ideas y la estética, en nuestro país. Influenciados por Bergson, según Paz Castillo, y no por el Spencer o Auguste Comte, a la cabeza del Positivismo, logró ocupar un espacio trascendental en la poética venezolana. Enrique Planchart, considera que nuestras raíces provienen de Francia, a través de Paul Valéry y Jules Laforgue, sin embargo lo más importante de esta influencia es la atmósfera de revolución, tanto de las ideas como de la estética, que significó un cambio rotundo en el esquema poético tradicional. Recordaremos siempre (quienes militamos en este extraño quehacer artístico ) los nombres de Antonio Arráiz, Rodolfo Moleiro, Jacinto Fombona Pachano, Luis Barrios Cruz, Luis Enrique Mármol, Pedro Sotillo, Julio Morales Lara, José Antonio Sucre, Andrés Eloy Blanco, Enriqueta Arvelo Larriva, Gonzalo Carnevali, Angel Corao, Pedro Parés Espino, Luisa del Valle Silva, Héctor Cuenca, Fernando Paz Castillo y Enrique Planchar, como precursores de una iniciación formal en la vida literaria de Venezuela, de insurgencia a partir de la posguerra civil produciendo una ruptura radical con un pasado donde prevalecía, ante todo, la huella de una actividad política positivista que no encontraba acomodo en el mundo de las nuevas ideas; quedaba atrás la sombra de la Escuela Impresionista, para dar paso a un sinfín de emociones de orden estético, filosófico e histórico: poetas malditos, simbolistas, generación del 98 español, controversia entre modernistas y posmodernistas … Conociendo los rasgos comunes de esta generación podemos comparar las siguientes generaciones. Mario Torrealba Lossi señala una serie de rasgos comunes entre tres poetas que corresponden al mismo ciclo: Paz Castillo, Moleiro y Planchart; que son, entre otros: “El paisaje nunca es visto de modo objetivo, sino que parece reflejo de otro que ha plasmado en la imaginación, marcada tristeza y recogimiento con giro a una serenidad última, exaltación de la noche y de su mágica urdimbre celeste, condición que emana del sustratum romántico, exiguo culto a la galantería declamatoria y predominio, al contrario, de reflexiones filosóficas y morales, constante alusión a la soledad”, que es, a juicio del propio Lossi, el parentesco de más afinidad y hacia el cual desembocan los diversos enunciados. A estos rasgos se unen el sentimiento de la belleza, de lo bello bueno, la creencia en la perfección de la obra de arte, en su supervivencia, en su unidad y trascendencia, todo ello fruto de la actitud idealista (Liscano, Juan. Panorama de la Literatura Venezolana, pág. 180). Por supuesto que estas características no arropan a todos los poetas ya mencionados de dicha generación, pues, en el caso de Andrés Eloy Blanco se advierte una marcada tendencia a conservar rasgos del costumbrismo o realismo natural que se inclinan, incluso, a lo juglaresco, popular y particular gracia humorística. Ramos Sucre se escapa totalmente del cuadro anterior, con caracteres diferentes y modos peculiares que le han situado en el pedestal de la poética de todos los tiempos en nuestro país y en Latinoamérica. Se ha hecho mención de rasgos anteriores pues éstos nos permiten desarrollar un estudio de mucha más profundidad en la poesía del Táchira a finales del siglo XX.
Curvas rosas. Curvas azules
A 100 km. entramos en la brutalidad
-velocidad pura del animal-
La valla a 30 cm.
¡más allá de la AUDACIA …!
En 1938 nació el grupo Viernes, integrado por Pablo Rojas Guardia, Rafael Olivares Figueroa, Vicente Gervasi, Pascual Vanegas Filardo, Luis Fernando Alvarez, José Ramón Heredia, Oscar Rojas Jiménez, Fernando Cabrices, Angel Miguel Queremel y Otto De Sola. Grupo que duró hasta 1941. El mejor reconocimiento poético de este grupo es al merecido poeta Vicente Gervasi, con “Mi Padre el Inmigrante”.
En 1946 nace Contrapunto, que estuvo compuesto por un grupo heterogéneo de escritores, pensadores y artistas plásticos. Sus fundadores fueron Andrés Mariño Palacio y Héctor Mujica. Lo integraron: José Ramón Medina, Eddie Morales Crespo, Pedro Díaz Seijas, Antonio Márquez Salas, Alí Lameda, Ernesto Mayz Vallenilla, José Melich Orsini y Luz Machado. Duró hasta 1949.
Cantaclaro aparece en 1950. El consejo de redacción estuvo conformado por Miguel García Mackle, Jesús R. Zambrano y José Francisco Sucre Figarella. Primer y único número de este grupo que tuvo que padecer la represión de la dictadura de Pérez Jiménez, dos años después de ser derrocado Rómulo Gallegos, el primer presidente de Venezuela, elegido por la vía del sufragio, y que le sirvió como estandarte a Cantaclaro durante su única proclama revolucionaria a favor de la democracia.
1958 fue un año políticamente decisivo para la vida social venezolana. En este mismo año aparece el grupo Sardio, integrado por importantes figuras del acontecer literario en el país y con un deseo de romper definitivamente con el fantasma de las dictaduras, entre otros: Adriano González León, Luis García Morales, Guillermo Sucre, Gonzalo Castellanos, Elisa Lerner, Salvador Garmendia, Rómulo Aranguibel, Rodolfo Izaguirre, Edmundo Aray, Francisco Pérez Perdomo, Efraín Hurtado, Héctor Malavé Mata y Antonio Pasquali. El último volumen de Sardio se publicó en 1961.
Los años sesenta constituyeron un período de intensas confrontaciones en el aspecto político y cultural. En este marco histórico en la vida pública nace el grupo “El Techo de la Ballena”, compuesto, entre otros, por Caupolicán Ovalles, Juan Calzadilla, Edmundo Aray, Adriano González León, Francisco Pérez Perdomo, Carlos Contramaestre, Efraín Hurtado, Dámaso Ogaz y Daniel González.
En 1980 surgió el grupo Tráfico, integrado por una generación de poetas jóvenes que expresaban todo su cansancio urbano y desencanto político, a través de una estética que podría definirse como “realismo crítico poético” y que encontró asidero en voces como las de Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin, Igor Barreto, Rafael Castillo Zapata, Miguel Márquez y Alberto Márquez. El grupo Tráfico representa el último manifiesto literario en la literatura nacional, en un siglo de programas, talleres, peñas, grupos, que han trascendido en la historia de las letras venezolanas. Este grupo duró hasta 1981, pero sus representantes están en la palestra y se erigen como puntos de referencia de la poesía de finales de siglo XX en el país. En este mismo año (1980) nace en el Táchira (San Cristóbal), el Taller Literario Zaranda, con una duración de quince años de actividad y con la publicación de un volumen por cada un año, hasta 1995; consagrándose en el grupo de más trayectoria y continuidad en la literatura nacional y regional, como queda demostrado con las breves reseñas realizadas a los diferentes grupos y talleres que trascendieron en la historia de la poética venezolana.
En cuanto a las letras de la región, nos debemos a dos grandes poetas, Premios Nacionales de Poesía, como lo son Manuel Felipe Rugeles y Juan Beroes. Y en lo que se refiere al desarrollo de una poética no exagero al afirmar que el Táchira es una zona de escape hacia lo contemplativo y lo nostálgico que viene, quizás, de los fantasmas que habitan nuestras montañas. La historia de nuestras letras tachirenses nos indica, a través de Rafael María Rosales, Ramón J. Velásquez, Pedro Pablo Paredes, de Antonio Arellano Moreno y más recientemente del Prof. Elí Caicedo Pinto, que el Táchira es una tierra prolífica en poesía y arte. No considero necesario ahondar en detalles en torno a grupos o poetas nacidos o formados en esta tierra de gracia, sin embargo es de suma importancia mencionar los más resaltantes (grupos y poetas) que trascendieron tanto por su obra como por su aporte a la literatura de la región. Grupos y revistas como Bloques, Helios, Antena, Mástil, Nautilus, La Junta Pro-Arte, Yunke, Signo, Ariel, Peña Literaria “Luis López Méndez”, el grupo “Juan Maldonado”, Peña Literaria “Manuel Felipe Rugeles”, Peña “Andrés Eloy Blanco”, Cueva Pictolírica, Grupo Literario “El Parnasillo” y el Taller Literario Zaranda, representan la actividad literaria desarrollada en el siglo XX, desde 1915, con Ramón Leonidas Torres, quien funda la revista “Bloques”, y finaliza en 1995, con el poeta Antonio Mora, al frente del Taller Literario Zaranda. Estos grupos convocaron a un buen número de escritores, poetas y filósofos románticos, modernistas, positivistas y existencialistas, que sirvieron de motor para impulsar a las nuevas y actuales generaciones de artistas que buscan la dirección hacia el futuro del siglo venidero. Nombres como los de Luis López Méndez, Samuel Darío Maldonado, José Gil Fortoul, Samuel Darío Maldonado, Pedro María Morantes, Emilio Constantino Guerrero, Epifanio Mora, Horacio Castro, Salustio González Rincón, José Abel Montilla, Manuel Felipe Rugeles, Juan Beroes, Eleazar Silva, Raúl Soules Baldó, Rafael Angarita Arvelo, Vicente Elías Moncada, Humberto Tejera, Vicente Dávila, Francisco y Fernando Tamayo, José León Escalante, Saúl Moreno, Rogelio Yllarramendy, Alejandro Fuenmayor, Amenodoro Rangel Lamus, Carlos Rangel Lamus, Antonio Rómulo Costa, E. Loynaz Sucre, Pedro León Arellano, J. R. González Uzcátegui, Flor Niño, Amalia y Josefina Tamayo, Antonio Quintero García, Job Amado, Pedro Romero Garrido, Román Eduardo Sansón, Ciro Urdaneta Bravo, Juan Gugliemi, Leonardo Ruiz Pineda, Manuel Osorio Velasco, Augusto Cárdenas Becerra, Rafael Pinzón, José Domingo Colmenares Vivas, José D. Rico, Antonio Pérez Vivas, Miguel Moreno, Simón Becerra, Ytalo Ayestarán, Ramón Velásquez, Ramón J. Velásquez, Luis Felipe Ramón y Rivera, José Ignacio Olivares, Marco Antonio Rivera Useche, Luis Eduardo Montilla, José Clemente Laya, Rafael de Nogales Méndez, José Manuel Rodríguez Uribe, César Casas Medina, Francisco Luis Bernárdez, Horacio Cárdenas, José Antonio Escalona Escalona, César Casas Medina, Pedro Pablo Paredes, Antonio Silva Sucre, R. Armando Rojas, Gustavo A. Nieto R., Isabel Torres de Suárez, Aurelio Ferrero Tamayo, Régulo Burelli Rivas, Oscar Enríquez Chalbaud, Tulio Vivas, Fabricio Vivas, Tulio Hernández, Humberto Ocariz Espinel, Carlos Sánchez Espejo, Mardonio González, Gregorio Pérez Rojas, Pedro García López, Antonio Arellano Moreno, Camilo Balza Donati, Rafael María Rosales, Marco Ramírez Murzi, Dionisio Aymará, Anselmo Amado, Luis Anselmo Díaz, Mardonio González, Juanita Pulido, Rafael Guerrero, Rubén Darío Becerra, Mirian González, Agustín Guerrero Marciales, Clara Silva, Ramón Carrero Mora, Pedro José Soto Ortiz Juan Michelangelli, Luis Rafael Olivera, Elio Jerez Valero, Salvador Weg, María Luisa Alonso, Germán Pérez Chiriboga, María del Carmen Suárez, Eunice Escalona, Emiro Duque Sánchez, J. J. Villamizar Molina y uno de nuestros más grandes poetas de esta región como lo es Eduardo Zambrano Colmenares y tantos otros nombres que se me escapan de la memoria, sellan esa gran edad de oro de la idiosincrasia y pensamiento tachirense de todos los tiempos, cerrando así una página trascendental en la historia regional: el siglo andino, calificado así por eminentes estudiosos de la crítica literaria nacional.
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ResponderEliminarFe de erratas, años después: en el prólogo de Los dragones de papel, el poeta Adolfo Segundo Medina cita un poema de mi autoría (La mirada de sibila) pero se lo asigna equivocadamente a Lenín Marcano.
ResponderEliminarDebería decir:
Me regocijaba sorprendiendo murmullos al romper sus secuelas en la cresta de los muros, absorto en los sonidos crepitantes del reflejo de un clamor mudo, aspiraba la brisa de las tempestades con el ansia de un coleccionista de tragedias. Era el merodeador de los campanarios en iglesias paganas (Miguel)
Siempre se agradece la difusión de estos trabajos.
Miguel A. (Zapata) de los Reyes