lunes, 27 de julio de 2009

Homenaje a Mario Benedetti en la Casa Steinvorth

Homenaje a Mario Benedetti en la Casa Steinvorth

Gracias por la poesía

Pablo Mora, Julio Romero Anselmi y Manuel Rojas, unidos en un homenaje a Mario Benedetti. Foto Omar Hernández

(Freddy Omar Durán )

Tres poetas del Táchira, Pablo Mora, Julio Romero Anselmi y Manuel Rojas, en la Casa Steinvorth, ratificaron la grandeza del acervo literario de Mario Benedetti cuyo fallecimiento, el 18 de mayo, no hizo mella en una acerada posteridad ganada ya hace tiempo.

La irreverencia de Julio, la grandilocuencia de Pablo y la reflexión de Manuel propiciaron una velada de alto vuelo poético certificando al Táchira como tierra fértil para la poesía.

Pablo Mora hizo una revisión de la extensa literatura de Benedetti que abarca profusión de géneros. Leyó muchas de las líneas que le ha dedicado en su columna “Cuenta Abierta” del Diario La Nación, entre las que ha intercalado máximas del escritor uruguayo:

«La escritura puede ser como la fe: vas buscando cosas, por lo menos así le sacudo al alma un poco… Hubo cosas en el pasado que dolieron mucho, y que me dolieron mucho. También aparece eso en lo que uno escribe... ¿Habrá acaso una sola y final desolación? Le pregunto al azar al mudo sordo ciego.»

Manuel Rojas, amen de su propia lectura en alta voz de los poemas del autor de La Tregua y Gracias por El Fuego, compartió con el público su muy reconocida producción poética que lo sitúa entre las plumas consagradas del estado. Fue la oportunidad para recordar, no sólo al poeta que con verso sencillo y emotivo sabía magistralmente llegar a todos los corazones, sino al profundo pensador de la realidad latinoamericana.

Julio Romero Anselmi contribuyó además con el fondo musical de la velada, con los alegres sones de Eddie Palmieri y Carlos "Patato" Valdés. Entre Escarabueyes inéditos, manifiestos y relecturas, nos mostró a una faceta humana de Benedetti:
"Benedetti no se marcha del todo, su obra es imperecedera y cada vez que la abordemos Mario estará ahí, sonreído, y esa fragancia de vino tinto añejado y bocanadas de humo de cigarrillo que crean efímera neblina al exhalarlo. Mientras no leemos sus poemas, narraciones, ensayos y guiones, el viejo lobo barino estará de tertulia con Cortázar, Huidobro, Neruda, Jara, Zitarrosa y el Ché, ambientada con mate, café, vino, aguardiente, cigarros, pitillos, hachís, estragón, canto, guitarra, bandoneón y el sugestivo golpe del tongoneante candombe. Liviano ahora como una nube que se balancea en las fibras del aire y hace su irrepetible recorrido según el impulso del viento austro, Mario Benedetti dejó de guardia en el Sur del Sur a Eduardo Galeano y a Mercedes Sosa, mirando fijamente y sin anteojos a Facundo Cabral"(...) "-ha escrito Julio para su columna semanal del lunes de Diario La Nación.

Homenaje a Mario Benedetti en la Casa Steinvorth


sábado, 11 de julio de 2009

TRIBUTO A HENRY MILLER


Henry Valentine Miller, o mejor conocido como Henry Miller a secas, nació un 26 de diciembre de 1891 en Nueva York y murió un 7 de junio de 1980 a los 88 años en Pacific Palisades, Los Ángeles. Sin duda alguna Miller fue un gran escritor y también fue un excelente pintor. Este ciudadano estadounidense cultivó el género de la novela y del ensayo. Su obra, supone uno, fue autobiográfica, sobretodo la novela. Sus mujeres, de quienes poco conocemos, como Beatrice Sylvas, June Smith, Janina Martha Lepska, Eve McClure y la japonesa Hiroko Tokuda debieron soportar, imagino, la crítica del mundo literario de la época. Es posible que exagere o especule en torno a su vida privada, pero uno intuye que debió ser así por lo irreverente y arriesgado al tocar cielo de un salto en cuanto al tema que, le sirvió de excusa para escribir un poco sobre su vida y quizás la de los amigos, amigas, compañeras y a lo mejor otro tanto sobre sus mujeres. Lo sensual, lo sexual, lo sibarítico y hasta lo aberrante en su temática influia en la sociedad de pre-guerra y/o post-guerra de Vietnan. Pero también influyó en él, dicen los críticos, el Surrealismo y el Dadaísmo, lo que le permitió, a la vez, influir en la Generación Beat, el Postmodernismo y a los militares pacatos que se montaban en los aviones para dispararle a pueblos enteros dominados por la nación más poderosa del mundo. Su obra suscitó una serie de críticas que rayaron en la exageración al denunciar, de manera directa, la hipocresía moral de la sociedad norteamericana. Pero no sólo ejerció influencia en Norteamérica, en Francia o en toda Europa, también influyó en Sur América, en los jóvenes de ese entonces que nos oponíamos, discreta e inocentemente, a todo tipo de invasión o experimento nuclear. Leer a Henry Miller significaba cruzar la raya entre la moral y las buenas costumbres. Para quienes conocían algo de literatura, al ver cualquier libro de este autor en nuestras manos (maldito en esencia, según la etiqueta que le había propiciado la sociedad puritana de mitad de siglo XX) inmediatamente cambiaban de semblante, de gesto, de humildad, para señalar con altivez la carátula y censurar al atrevido lector como pagano. A todo eso nos teníamos que enfrentar, a que nos miraran feo o nos ofendieran, sobre todo la gente que militaba en una religión, los curas y las monjas y cualquier señor o señora que añoraba la vida eterna en paz con Dios. Nosotros, jóvenes, muy jóvenes quizás, nos comprometíamos a leerle con entusiasmo, y a lo mejor con cierto prejuicio, es posible, pero nos satisfacía en el fondo la crudeza como abordaba la vida sibarítica de Norteamérica.
La juventud de Miller debió ser como la nuestra, frustrada en ciertas formas, cohibida, prejuiciada, sin embargo atrevida, sobre todo cuando estudió en el City College de Nueva York, o durante la Gran Depresión, o cuando se va para Francia en 1930, donde es testigo de la Segunda Guerra Mundial. Uno imaginaba su vida y sentía envidia, esa es la verdad, a pesar del hambre, de la miseria, de la bohemia en París, de su soledad, del riesgo que significaba vivir contra el tiempo, bajo el frío de los puentes; a pesar de todo eso que leía en sus obras y que admitía como una verdad no expuesta a la duda, uno lo veía como un héroe. Recuerdo cuando leí Trópico de Cáncer. Yo trabajaba en la Represa Uribante-Caparo, eso queda en el Municipio Uribante del Estado Táchira, Venezuela. Me desempeñaba como administrador de un club al que llamaban o llaman La Trampa. Allí aprendí, a través del contacto con gringos e italianos, a valorar la obra de Miller. Alguien allí me habló por primera vez de él, de sus libros y de su vida disipada e irrevernte. Entonces entendí que la literatura tiene un sentido mucho más profundo que un simple diseño de portada, de tamaño o de empastado, que va más allá del bien y del mal, que su valor tiene un significado histórico en la vida de un país. También conocí a Anaís Nin y su hermoso diario y lo degusté con plecer. Desde ese entonces me apasioné por adquirir cualquier otra obra de Miller: Primavera negra (1936), Trópico de Capricornio (1939), La pesadilla del aire acondicionado (1945-47), la trilogía La crucifixión rosa, compuesta por Sexus (1949), Plexus (1953), y Nexus (1960). Las naranjas del Bosco, obra que jamás he podido encontrar, y el estudio literario, El mundo de D.H. Lawrence en 1980, que tampoco conozco.
Por supuesto que no conozco una cantidad de obras que luego, años después, descubrí en una librería en Caracas, pero que ya no me interesaban como en los ochenta a ochenta y tres más o menos. Recuerdo algunas anécdotas sobre esos libros, sobre ese tiempo, o sobre el aire frío de la Represa Uribante Caparo, de Impregillo, la empresa italiana a la que le trabajé durante tres años y medio y de la que no me quedó un sólo papel como prueba de mi trabajo allá. Pero lo que jamás olvidaré de ese lugar es la convivencia humana con otras culturas, con personas que hablaban en idiomas diferentes al español, con rostros y gestos ajenos a mi idionsicracia, vestimentas, prendas, músicas extrañas, y ante todo la obra excéntrica de este temerario hombre de las letras que cambió un poco mi manera de concebir el hecho literario. Gracias Henry, gracias a la vida que me ha dado tanto, canta Mercedes Sosa, gracias a la palabra y a la suerte de encontrar un horizonte en la oscura noche de otros tiempos. Por ello rindo tributo, con el corazón en el puño, a la obra y al considerado, por muchos, el precursor del postmodernismo. Otros libros que nunca leí y quizás jamás lea: Max y los fagocitos blancos, 1938, El ojo cosmológico, 1939 , El mundo del sexo, 1940, El coloso de Marussi, 1941, La sabiduría del corazón, 1941, Un domingo después de la guerra, 1944, La sonrisa al pie de la escala, 1948, El tiempo de los asesinos, 1952, Opus pistorum (póstumo), 1983, Querida Brenda (Cartas a Brenda Venus) 1986, Noches de amor y alegría, 1952, Los libros en mi vida, 1963, Reflexiones sobre la Muerte de Mishima, Nueva York ida y vuelta, 1978, Pornografía y obscenidad, entre otras que algún día quisiera encontrar.

TRIBUTO A ALEJO CARPENTIER



De alejo Carpentier guardo el recuerdo de algunos libros: Los Pasos Perdidos, El siglo de las Luces, El Reino de este Mundo y el cuento Viaje a la Semilla. He querido leer a ¡Écue-Yamba-O! y El Recurso del Método, pero no he podido encontrarlos en las librerías de Caracas, sobre todo. Su obra ha influido en toda una generación amante del boom Latinoamericano, y ante todo - de manera directa-, en estudiosos de lo mágico religioso, la música afrocaribeña, la historia de América y el psicoanálisis. Fue uno de los mejores representantes de las letras de Cuba e incluso llegó a ser propuesto para el Premio Nobel de Literatura. Nació un 26 de diciembre de 1904 y murió un 24 de abrirl de 1980. Carpentier representa para mí el comienzo de una búsqueda interior que tiene que ver con los sueños, la religión (mal entendido por muchos este término) , la magia, los mitos, la música y los imaginarios populares de un pueblo en un momento estelar en el tiempo y en la historia . Recuerdo que asistía al Taller Literario Zaranda, allá por los ochenta y tantos, cuando leí los Pasos Perdidos, también leí en ese entonces Viaje a la Semilla, e hicimos un análisis de esa obra; un análisis no académico, por supuesto, pues allí ninguno era entendido en eso, sólo nos remitíamos a hacer ciertas consideraciones que tenían más que ver con el uso de la palabra que la forma, pero ante todo nos llamaba la atención el tema, el viaje inconciente hacia la infancia, incluso hacia el vientre materno. Éramos felices allí, un grupo de muchachos y muchachas amantes de la literatura; allí se nos iba el tiempo, sobre todo compartiendo libros, entre esos estos que he mencionado. Carpentier estaba de moda para ese entonces, es decir, era muy leído y a mucha gente del medio le llamaba la atención el tratamiento que le daba, Carpentier, al amor de pareja, en una obra tan confusa, tan difícil, como Los Pasos Perdidos, cuyo lenguaje o expresión rayaba en lo barroco, tanto así que la selva parecía ser otro personaje. Ese modo de narrar influyó en la literatura latinoamericana y llegó hasta nosotros, que nos hallábamos un poco o mucho, alejados del boom literario de ese entonces.
Uno se siente satisfecho cuando ha leído a esos grandes cultores de las letras, y de las ideas. Cuando descubre en ellos el conocimiento pleno de lo que están haciendo o lo que están por hacer, tal es el caso de Carpentier. Su conocimiento de América, como periodista y como escritor, le permitieron escribir sus obras en donde demostró conocer, en profundidad, la historia de este continente, eso lo percibe uno en El Siglo de las Luces. ¡Qué obra tan maravillosa esa! Recuerdo algunas escenas fugaces, la de la guillotina en el patio, o algo así, la cola para decapitarse, todo eso es terrible, pero lo que más recuerdo es el mar, la isla, la casona. Sin duda alguna Alejo Carpentier fue - o es- uno de los más grandes representantes de la literatura cubana y latinoamericana del siglo XX. Su compromiso con el partido comunista, su estrega a la Revolución Cubana, su amistad con André Bretón y con Fidel Castro, no le menguaron jamás su prestigio ni la influencia de su obra en las generaciones venideras.
Sé que algún día tendré en mis manos ¡Écue-Yamba-O! El Recurso del Método o El Concierto Barroco...es posible, y los leeré como a cualquiera de sus obras, con el afán de quien quiere aprender mucho más de América, de su historia y de su grandeza.


miércoles, 8 de julio de 2009

TRIBUTO A ERNESTO SABATO

Ernesto Sábato se mantiene vivo en la historia de la literatura latinoamericana. Cuando leí el túnel por primera vez era apenas un estudiante de quinto año de bachillerato. Estudiaba administración y no lograba encajar en la realidad que debía asumir cuando tuviese que enfrentarme al trabajo. No me gustaba para nada lo que estudiaba y no me imaginaba en una oficina, enfluxado y encorbatado, con agenda en mano y en reuniones para discutir sobre ganancias o pérdidas. Ese era mi túnel personal del que no podría salir tan fácil, sin embargo el Túnel de Sábato sí me atrapó inmediatamente leí la primera página. Años después leí sus otras dos novelas: Sobre Héroes y Tumbas y Abadón el Exterminador. Jamás he leído sus ensayos. Castel, el personaje principal de El Túnel, se parecía en algo a mí, o quizás yo tenía miedo de parecerme a él. La obsesión por el teléfono y la inseguridad personal ante su pareja me parecían dos elementos importantes para entender esa obra. Pero yo temía caer en ese tipo de obsesiones. Recuerdo que la leía en una sentada y luego seguí leyéndola por partes, las que me causaban más curiosidad. Una obra corta que relacionaba, no sé por qué, con Aura, de Carlos Fuentes, aunque los temas y las circunstancias son diferentes. Para muchos críticos esta obra representaba la crisis política y social que vivía Argentina, y quizás latinoamérica en ese entonces. Para otros es un manifiesto existencialista de la época representado en el joven Castel, es el pesimismo, la oscuridad del alma, la falta de confianza y de creer en algo real, concreto, palpable, comprobable científicamente. La angustia o el miedo de Castel es el mismo miedo o angustia de cualquier ser humano que se siente solo y sin esperanza ante un mundo convulsionado, sin valores, sin fe. También podría ser el conflicto del artista ante su obra, el artista plástico (pintor en ese entonces) que enloquece por una mujer: María Iribarne. Es una novela terrible. Uno siente la marca de un conflicto que va más allá de la razón y que raya en lo paranoico, en lo tormentoso, en el fracaso, en una patología extraña. Poseer a María es una tortura. Nunca olvidaré la experiencia de leer esta obra cuando apenas estaba empezando a vivir y me costaba un poco comunicarme con el entorno, encajar, definirme. Esta obra me marcó de una manera definitiva. No era una obra para mi edad ni para entender el mundo que me rodeaba y quizás asimilarlo. Sin embargo influyó, porque luego descubrí que más allá del inquieto comunista que era Sábato, se asomaba el otro ser bajo la sombra del existencialismo. De hecho Sábato renunció, muchos años después, al partido comunista por no comprender la dictadura de Stalin.
Pero Sábato fue, ante todo, un gran investigador. Un científico, admirador de uno de mis más admirados filósofos: Bertrand Russell. Y creo que esa experiencia permitió desarrollar el escenario de lo que serían sus otras dos novelas, que en nada se parecen al Túnel. No obstante sus obras, las novelas, tienen la marca del existencialismo, y eso ya las salva del anonimato.
Su vida pública está llena de controversias, pero no quiero entrar en detalles políticos de una época en Argentina que desconozco, sobre todo lo que tiene que ver con el gobierno de facto impuesto por la llamada Revolución Libertadora en donde Sábato participó, en un principio, y luego renunció a causa de la tortura a obreros y ciudadanos comunes. Aunque no comparto algunas posturas de tendencias fascistas de Sábato, dicen los críticos, al menos considero una de sus declaraciones como loables:
Artículo bueno Wikipedia:Artículos buenos

"La formidable crisis del hombre, esta crisis total, está sirviendo al menos para reconsiderar los modelos. Y no es casualidad que en diferentes partes del mundo empiece a reivindicarse otro tipo de socialismo, más cercano a aquel que preconizaba Proudhon, o al que en nuestros tiempos han sostenido espíritus nobles y lúcidos como Mounier, entre los cristianos y Bertrand Russell, entre los agnósticos. [...] Un socialismo que respete la persona, que termine con la alienación y la sociedad de consumo, que termine con la miseria física pero también con la espiritual, que ponga la técnica y la ciencia al servicio del hombre y no, como está sucediendo, el hombre al servicio de aquellas. Un socialismo descentralizado que evite los pavorosos males del superestado, de la policía secreta y de los campos de concentración [...][38]

Debo decir finalmente que Ernesto Sábato es uno de los escritores más importantes en mi vida, y quizás en muchos venezolanos y latinoamericanos que leímos con devoción y con pasión sus novelas; quizás algún día pueda leer sus ensayos, por ahora debo leer una vez más El Túnel, un día de estos, cuando crea conveniente regresar a esos primeros libros de mi vida...

sábado, 4 de julio de 2009

TRIBUTO A JUAN RULFO

JUAN RULFO

Apenas dos libros hicieron de Juan Rulfo uno de los escritores más famosos de Méjico: El llano en llamas y Pedro Páramo. Estos dos libros los leí en Maracay, estado Aragua, recomendados por una escritora que daba la vida por estas obras. La biografía de Rulfo no es muy extensa sin embargo su proyección es enorme, comparable a la de Jorge Luis Borges, según una escuesta realizada por el sello editorial Alfaguara. Varios Premios especiales acompañan su vida literaria: El Premio Nacional de las Letras y el Premio Príncipe de Asturias, entre otros de menor cuantía.
Es paradógico el éxito de Juan Rulfo frente a tantos escritores mejicanos y latinoamericanos con más de veinte títulos publicados, pero sin la importancia ni la influencia que su obra ejerció en muchas generaciones de aprendices de escritor. Cuando leí a Pedro Páramo, allá en el barrio San Isidro o en la biblioteca pública de esa ciudad, sentí lo mismo que sintió García Márquez o Cortazar: asombro, admiración, reconocimiento, a uno de los más grandes hombres de las letras del munco de habla hispana. Recuerdo que, para ese entonces, esperaba con afán el ingreso a la Universidad Central de Venezuela, cosa no sucedió, y para sobrevivir terminé conduciendo un taxi de un vecino. Este trabajo me permitió leer mucho, casi todas las tardes bajo las ramas frondosas de algún samán, en la orilla del autopista o alrededor de una plaza. Y así fue como disfruté de grandes obras universales, luego de dos o tres carreras. A veces era más lo que leía que lo que trabajaba. En realidad no me interesaba ganar dinero, lo único que me preocupaba era cumplir con la cuota diaria que exigía el dueño y algo para comer. No pagaba arriendo porque vivía donde una tía, hermana de mi madre, en un principio, luego me mudé donde unos amigos. Leer el llano en llamas, los diecisiete cuentos que lo integran, fue para mí como vivir un poco entre el calor de Maracay y el intenso frío de Luvina. Además que, es una antítesis a lo urbano de esa pequeña metrópoli, que se pone de manifiesto en cuentos como Es que somos tan pobres, La herencia de Matilde Arcángel, La noche que lo dejaron solo, Acuérdate o El hombre. Pasé días difíciles allí, en muchas ocasiones me atracaron, en otras ocasiones me quedaba accidentado en plena vía pública, debía soportar el calor, un calor terrible y a menudo tenía hambre. Hay algunos libros que nunca recordaré donde los leí y cuando, pero estos dos jamás los olvidaré porque los relaciono con las circunstancias que me rodeaban para ese entonces.
Maracay es una ciudad de avenidas largas y anchas. Y la pobreza material que percibía en los cuentos de Rulfo la veía en los barrios del sur. Sin embargo su gente es amable y llevaba la vida con resignación. A mí eso me hacía sentir muy mal, por el hecho de no saber que hacer en el futuro, y cuando me planteaba ese tipo de reflexiones me refugiaba en la lectura, en un mundo contrario al que vivía, como el de Pedro Páramo. La neblina, el rostro de los personajes que regresaban en el tiempo para devolver la historia de un pueblo, los sueños por encontrar un antídoto contra el miedo, me hacían alejarme de la realidad. Entonces escribía poemas que tenían mucho que ver con alguno de los cuentos de El llano en llamas. Eso es lo que más recuerdo de ese momento en el estado Aragua.
Ese es el recuerdo más cercano que tengo sobre Juan Rulfo y su obra. Sus cuentos de corte rural en tiempos de la Revolución Mejicana y la Guerra Cristera, me llegaban con sabor a tequila, a todo eso que sabemos de Méjico, a tristeza de mariachis, a fiestas paganas, a la poesía de Octavio Paz, a Jalisco, a Luvina, a Macario Nos han dado la tierra, a La cuesta de las comadres, a La madrugada, a Diles que no me maten... en fin, valga este sencillo tributo a este hombre de las letras que me devuelve, ahora mismo mientras escribo estas remembranzas, un lado oscuro y terrible de mi vida; algo o alguien a quien no olvidaré... Sé que regresaré a sus páginas para redimirme, finalmente, con esa lumbre que me acompaña para iluminarme el camino, en la fría noche de un tiempo sin tiempo en la memoria de los días que se han ido, que se van poco a poco en la nostalgia del recuerdo...