sábado, 4 de julio de 2009

TRIBUTO A JUAN RULFO

JUAN RULFO

Apenas dos libros hicieron de Juan Rulfo uno de los escritores más famosos de Méjico: El llano en llamas y Pedro Páramo. Estos dos libros los leí en Maracay, estado Aragua, recomendados por una escritora que daba la vida por estas obras. La biografía de Rulfo no es muy extensa sin embargo su proyección es enorme, comparable a la de Jorge Luis Borges, según una escuesta realizada por el sello editorial Alfaguara. Varios Premios especiales acompañan su vida literaria: El Premio Nacional de las Letras y el Premio Príncipe de Asturias, entre otros de menor cuantía.
Es paradógico el éxito de Juan Rulfo frente a tantos escritores mejicanos y latinoamericanos con más de veinte títulos publicados, pero sin la importancia ni la influencia que su obra ejerció en muchas generaciones de aprendices de escritor. Cuando leí a Pedro Páramo, allá en el barrio San Isidro o en la biblioteca pública de esa ciudad, sentí lo mismo que sintió García Márquez o Cortazar: asombro, admiración, reconocimiento, a uno de los más grandes hombres de las letras del munco de habla hispana. Recuerdo que, para ese entonces, esperaba con afán el ingreso a la Universidad Central de Venezuela, cosa no sucedió, y para sobrevivir terminé conduciendo un taxi de un vecino. Este trabajo me permitió leer mucho, casi todas las tardes bajo las ramas frondosas de algún samán, en la orilla del autopista o alrededor de una plaza. Y así fue como disfruté de grandes obras universales, luego de dos o tres carreras. A veces era más lo que leía que lo que trabajaba. En realidad no me interesaba ganar dinero, lo único que me preocupaba era cumplir con la cuota diaria que exigía el dueño y algo para comer. No pagaba arriendo porque vivía donde una tía, hermana de mi madre, en un principio, luego me mudé donde unos amigos. Leer el llano en llamas, los diecisiete cuentos que lo integran, fue para mí como vivir un poco entre el calor de Maracay y el intenso frío de Luvina. Además que, es una antítesis a lo urbano de esa pequeña metrópoli, que se pone de manifiesto en cuentos como Es que somos tan pobres, La herencia de Matilde Arcángel, La noche que lo dejaron solo, Acuérdate o El hombre. Pasé días difíciles allí, en muchas ocasiones me atracaron, en otras ocasiones me quedaba accidentado en plena vía pública, debía soportar el calor, un calor terrible y a menudo tenía hambre. Hay algunos libros que nunca recordaré donde los leí y cuando, pero estos dos jamás los olvidaré porque los relaciono con las circunstancias que me rodeaban para ese entonces.
Maracay es una ciudad de avenidas largas y anchas. Y la pobreza material que percibía en los cuentos de Rulfo la veía en los barrios del sur. Sin embargo su gente es amable y llevaba la vida con resignación. A mí eso me hacía sentir muy mal, por el hecho de no saber que hacer en el futuro, y cuando me planteaba ese tipo de reflexiones me refugiaba en la lectura, en un mundo contrario al que vivía, como el de Pedro Páramo. La neblina, el rostro de los personajes que regresaban en el tiempo para devolver la historia de un pueblo, los sueños por encontrar un antídoto contra el miedo, me hacían alejarme de la realidad. Entonces escribía poemas que tenían mucho que ver con alguno de los cuentos de El llano en llamas. Eso es lo que más recuerdo de ese momento en el estado Aragua.
Ese es el recuerdo más cercano que tengo sobre Juan Rulfo y su obra. Sus cuentos de corte rural en tiempos de la Revolución Mejicana y la Guerra Cristera, me llegaban con sabor a tequila, a todo eso que sabemos de Méjico, a tristeza de mariachis, a fiestas paganas, a la poesía de Octavio Paz, a Jalisco, a Luvina, a Macario Nos han dado la tierra, a La cuesta de las comadres, a La madrugada, a Diles que no me maten... en fin, valga este sencillo tributo a este hombre de las letras que me devuelve, ahora mismo mientras escribo estas remembranzas, un lado oscuro y terrible de mi vida; algo o alguien a quien no olvidaré... Sé que regresaré a sus páginas para redimirme, finalmente, con esa lumbre que me acompaña para iluminarme el camino, en la fría noche de un tiempo sin tiempo en la memoria de los días que se han ido, que se van poco a poco en la nostalgia del recuerdo...


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