sábado, 11 de julio de 2009

TRIBUTO A HENRY MILLER


Henry Valentine Miller, o mejor conocido como Henry Miller a secas, nació un 26 de diciembre de 1891 en Nueva York y murió un 7 de junio de 1980 a los 88 años en Pacific Palisades, Los Ángeles. Sin duda alguna Miller fue un gran escritor y también fue un excelente pintor. Este ciudadano estadounidense cultivó el género de la novela y del ensayo. Su obra, supone uno, fue autobiográfica, sobretodo la novela. Sus mujeres, de quienes poco conocemos, como Beatrice Sylvas, June Smith, Janina Martha Lepska, Eve McClure y la japonesa Hiroko Tokuda debieron soportar, imagino, la crítica del mundo literario de la época. Es posible que exagere o especule en torno a su vida privada, pero uno intuye que debió ser así por lo irreverente y arriesgado al tocar cielo de un salto en cuanto al tema que, le sirvió de excusa para escribir un poco sobre su vida y quizás la de los amigos, amigas, compañeras y a lo mejor otro tanto sobre sus mujeres. Lo sensual, lo sexual, lo sibarítico y hasta lo aberrante en su temática influia en la sociedad de pre-guerra y/o post-guerra de Vietnan. Pero también influyó en él, dicen los críticos, el Surrealismo y el Dadaísmo, lo que le permitió, a la vez, influir en la Generación Beat, el Postmodernismo y a los militares pacatos que se montaban en los aviones para dispararle a pueblos enteros dominados por la nación más poderosa del mundo. Su obra suscitó una serie de críticas que rayaron en la exageración al denunciar, de manera directa, la hipocresía moral de la sociedad norteamericana. Pero no sólo ejerció influencia en Norteamérica, en Francia o en toda Europa, también influyó en Sur América, en los jóvenes de ese entonces que nos oponíamos, discreta e inocentemente, a todo tipo de invasión o experimento nuclear. Leer a Henry Miller significaba cruzar la raya entre la moral y las buenas costumbres. Para quienes conocían algo de literatura, al ver cualquier libro de este autor en nuestras manos (maldito en esencia, según la etiqueta que le había propiciado la sociedad puritana de mitad de siglo XX) inmediatamente cambiaban de semblante, de gesto, de humildad, para señalar con altivez la carátula y censurar al atrevido lector como pagano. A todo eso nos teníamos que enfrentar, a que nos miraran feo o nos ofendieran, sobre todo la gente que militaba en una religión, los curas y las monjas y cualquier señor o señora que añoraba la vida eterna en paz con Dios. Nosotros, jóvenes, muy jóvenes quizás, nos comprometíamos a leerle con entusiasmo, y a lo mejor con cierto prejuicio, es posible, pero nos satisfacía en el fondo la crudeza como abordaba la vida sibarítica de Norteamérica.
La juventud de Miller debió ser como la nuestra, frustrada en ciertas formas, cohibida, prejuiciada, sin embargo atrevida, sobre todo cuando estudió en el City College de Nueva York, o durante la Gran Depresión, o cuando se va para Francia en 1930, donde es testigo de la Segunda Guerra Mundial. Uno imaginaba su vida y sentía envidia, esa es la verdad, a pesar del hambre, de la miseria, de la bohemia en París, de su soledad, del riesgo que significaba vivir contra el tiempo, bajo el frío de los puentes; a pesar de todo eso que leía en sus obras y que admitía como una verdad no expuesta a la duda, uno lo veía como un héroe. Recuerdo cuando leí Trópico de Cáncer. Yo trabajaba en la Represa Uribante-Caparo, eso queda en el Municipio Uribante del Estado Táchira, Venezuela. Me desempeñaba como administrador de un club al que llamaban o llaman La Trampa. Allí aprendí, a través del contacto con gringos e italianos, a valorar la obra de Miller. Alguien allí me habló por primera vez de él, de sus libros y de su vida disipada e irrevernte. Entonces entendí que la literatura tiene un sentido mucho más profundo que un simple diseño de portada, de tamaño o de empastado, que va más allá del bien y del mal, que su valor tiene un significado histórico en la vida de un país. También conocí a Anaís Nin y su hermoso diario y lo degusté con plecer. Desde ese entonces me apasioné por adquirir cualquier otra obra de Miller: Primavera negra (1936), Trópico de Capricornio (1939), La pesadilla del aire acondicionado (1945-47), la trilogía La crucifixión rosa, compuesta por Sexus (1949), Plexus (1953), y Nexus (1960). Las naranjas del Bosco, obra que jamás he podido encontrar, y el estudio literario, El mundo de D.H. Lawrence en 1980, que tampoco conozco.
Por supuesto que no conozco una cantidad de obras que luego, años después, descubrí en una librería en Caracas, pero que ya no me interesaban como en los ochenta a ochenta y tres más o menos. Recuerdo algunas anécdotas sobre esos libros, sobre ese tiempo, o sobre el aire frío de la Represa Uribante Caparo, de Impregillo, la empresa italiana a la que le trabajé durante tres años y medio y de la que no me quedó un sólo papel como prueba de mi trabajo allá. Pero lo que jamás olvidaré de ese lugar es la convivencia humana con otras culturas, con personas que hablaban en idiomas diferentes al español, con rostros y gestos ajenos a mi idionsicracia, vestimentas, prendas, músicas extrañas, y ante todo la obra excéntrica de este temerario hombre de las letras que cambió un poco mi manera de concebir el hecho literario. Gracias Henry, gracias a la vida que me ha dado tanto, canta Mercedes Sosa, gracias a la palabra y a la suerte de encontrar un horizonte en la oscura noche de otros tiempos. Por ello rindo tributo, con el corazón en el puño, a la obra y al considerado, por muchos, el precursor del postmodernismo. Otros libros que nunca leí y quizás jamás lea: Max y los fagocitos blancos, 1938, El ojo cosmológico, 1939 , El mundo del sexo, 1940, El coloso de Marussi, 1941, La sabiduría del corazón, 1941, Un domingo después de la guerra, 1944, La sonrisa al pie de la escala, 1948, El tiempo de los asesinos, 1952, Opus pistorum (póstumo), 1983, Querida Brenda (Cartas a Brenda Venus) 1986, Noches de amor y alegría, 1952, Los libros en mi vida, 1963, Reflexiones sobre la Muerte de Mishima, Nueva York ida y vuelta, 1978, Pornografía y obscenidad, entre otras que algún día quisiera encontrar.

1 comentario:

  1. Saludos de otro sudaca que admira a Miller! aunque por otras razones, creo. Su anarquismo, su desenfado, su individualismo. Leí los "trópicos" con un verdadero entusiasmo que pocas veces experimento...¡Saludos!

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