GAJES DEL OFICIO
Tributo a Ray Bradbury
- Hoy le compramos un televisor de pulsera a la niña para que se entretenga en las horas de ocio, dice la Sra. Patri a su marido.
- Es necesario comprar uno portátil para el auto, mejor, instalar uno en el puesto delantero y otro en el trasero, agrega el Sr.Franz.
Al penetrar en la oficina, el Sr. Franz enciende la luz mostaza del centro; a su vez las innumerables pantallas del fondo se iluminan presentando en cada una de ellas diferentes escenas. Allí pasa el tiempo, mientras le dura la crisis de soledad, después, con la caída de la tarde, regresa a casa, levemente excitado. Desde que entra va encendiendo todas las pantallas hasta llegar a la cocina. Los niños están entretenidos con la T.V. del jardín, la Sra. Patri con el de la recámara. Una vez más se siente solo, entonces le sube el volumen al televisor más cercano. El actor del momento es entrevistado y nadie puede perderse esa actividad (porque mirar la televisión es una actividad de los sentidos, recuerda haberlo oído en alguna parte). Los demás se acercan, reuniéndose fraternalmente. Los muchachos intentan imitar al entrevistado, mas, el acto resulta fallido. Ríen. ¡Al menos se intentó! Grita alguien. La imagen se ve clara. Ese único ojo mecánico, tan grande como la luna, desborda escenas de tiempos inmemoriales: la rubia del bikini azul, la cápsula para el olvido ¡cómprela! el auto espacial...La música ya no entretiene a nadie, al menos la que no está de moda y puede verse en la pantalla. Debe quedarse en casa en vista de la ola de violencia colectiva y... sin embargo anuncian en secreto pues no les es permitido hablar públicamente sobre el tema...
Arturito reparte los platos - nadie habla, están atentos en una escena de pistoleros de la década del 20 en Texas - y regresa al procesador de gas nacarado, que es el que más le gusta. Dos pastillas verdes (la de los vegetales) y una roja, a cada uno, de las cuales dejan la mitad. Terminan el almuerzo y se tienden cómodamente para ver el final de la película. Arturito sale al patio y contempla las dalias, los filamentos púrpura y otras flores; las aves le parecen extrañas, le atraen de tal manera que se propone curiosear en su pantalla algo de la memoria de un siglo. Piensa un instante, con esa facultad electrónica de los nuevos robots, que le confieren una gran información a los humanos. Luego atraviesa el jardín y se dirige a la mesa, levanta los platos y regresa a la cocina. Se dispone a controlar el lavador de platos, cuando escucha un ¡HURRA! Que lo saca del éxtasis. Ve con asombro como el Sr. Franz y la Sra. Patri están felices. Sonríen. Sus hijos al fin pudieron imitar al actor ¡Gracias a Dios! Sin duda alguna ganaron los pistoleros del oeste, piensa Arturito y continúa en la cocina.
Tributo a Ray Bradbury
- Hoy le compramos un televisor de pulsera a la niña para que se entretenga en las horas de ocio, dice la Sra. Patri a su marido.
- Es necesario comprar uno portátil para el auto, mejor, instalar uno en el puesto delantero y otro en el trasero, agrega el Sr.Franz.
Al penetrar en la oficina, el Sr. Franz enciende la luz mostaza del centro; a su vez las innumerables pantallas del fondo se iluminan presentando en cada una de ellas diferentes escenas. Allí pasa el tiempo, mientras le dura la crisis de soledad, después, con la caída de la tarde, regresa a casa, levemente excitado. Desde que entra va encendiendo todas las pantallas hasta llegar a la cocina. Los niños están entretenidos con la T.V. del jardín, la Sra. Patri con el de la recámara. Una vez más se siente solo, entonces le sube el volumen al televisor más cercano. El actor del momento es entrevistado y nadie puede perderse esa actividad (porque mirar la televisión es una actividad de los sentidos, recuerda haberlo oído en alguna parte). Los demás se acercan, reuniéndose fraternalmente. Los muchachos intentan imitar al entrevistado, mas, el acto resulta fallido. Ríen. ¡Al menos se intentó! Grita alguien. La imagen se ve clara. Ese único ojo mecánico, tan grande como la luna, desborda escenas de tiempos inmemoriales: la rubia del bikini azul, la cápsula para el olvido ¡cómprela! el auto espacial...La música ya no entretiene a nadie, al menos la que no está de moda y puede verse en la pantalla. Debe quedarse en casa en vista de la ola de violencia colectiva y... sin embargo anuncian en secreto pues no les es permitido hablar públicamente sobre el tema...
Arturito reparte los platos - nadie habla, están atentos en una escena de pistoleros de la década del 20 en Texas - y regresa al procesador de gas nacarado, que es el que más le gusta. Dos pastillas verdes (la de los vegetales) y una roja, a cada uno, de las cuales dejan la mitad. Terminan el almuerzo y se tienden cómodamente para ver el final de la película. Arturito sale al patio y contempla las dalias, los filamentos púrpura y otras flores; las aves le parecen extrañas, le atraen de tal manera que se propone curiosear en su pantalla algo de la memoria de un siglo. Piensa un instante, con esa facultad electrónica de los nuevos robots, que le confieren una gran información a los humanos. Luego atraviesa el jardín y se dirige a la mesa, levanta los platos y regresa a la cocina. Se dispone a controlar el lavador de platos, cuando escucha un ¡HURRA! Que lo saca del éxtasis. Ve con asombro como el Sr. Franz y la Sra. Patri están felices. Sonríen. Sus hijos al fin pudieron imitar al actor ¡Gracias a Dios! Sin duda alguna ganaron los pistoleros del oeste, piensa Arturito y continúa en la cocina.
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