lunes, 20 de abril de 2009

ENSAYOS

lunes 20 de abril de 2009

SUBURBIO
Suburbio es una novela de John Cheever. No nos interesa mucho saber quien es John Cheveer, nos interesa un poco más saber que nos transmite en esta novela. La ciudad, como centro geográfico de la trama, es el pueblo de Bullet Park. Bullet Park es una ciudad pequeña que cuenta entre sus habitantes con “legiones de arruinados espiritualmente que se dedican a intercambiar esposas, perseguir a los judíos y luchar contra el alcohol” (pág. 13). Los protagonistas de esta historia son dos personajes con apellidos tan curiosos y vidas disipadas que causan cierta impresión. El uno, un tal Eliot Clavo. El segundo: Paul Martillo. Y la escena es una verdadera ensalada de argumentos. Ambos por supuesto van por caminos distintos, pero todo gira en torno a la enfermedad de Tony, el hijo del señor Clavo. La enfermedad de Tony es de tipo siquiátrica. Es, utilizando las palabras del mismo Tony: “una honda tristeza”.

La convalecencia de Tony tiene que ver un poco con esa dependencia obsesiva hacia la televisión o el fútbol; por lo que requiere de sicoterapia y en eso se va la mitad de la trama. Por otro lado el señor Martillo sufre de algo que él se empecina en llamar “cafard” que no es otra cosa sino melancolía o como él la sintiera “…pero más o menos por esa época comencé a padecer melancolía – un cafard- una forma de desesperación que a veces parecía tener formas tangibles” cuyo símbolo o fijación (en trance o depresión crónica) es el cuarto de las paredes amarillas. El señor Clavo, en condiciones opuestas, no escapa a este flagelo y termina consumiendo cierta clase de drogas que no le permiten ver la realidad. El final es patético; el señor Martillo, después de recorrer el mundo de ciudad en ciudad, de país en país, en una dimensión etílica, intenta asesinar a Tony en una iglesia, quien a su vez es salvado por el Swami Rutuela, un sacerdote de “El Templo de la Luz”, un loco que se cree profeta y enviado divino para sanar a los “enfermos del alma”. La novela está llena de humor y sarcasmo. 253 páginas de entretenimiento sano, de literatura profunda, de denuncia social y toma de conciencia por esta sociedad, o por Bullet Park, que puede ser Macondo, o Santa María, ciudades imaginarias, o San Cristóbal.Suburbio es la realidad de un mundo comprimido y sin esperanzas. Es el trauma de la desesperación humana en medio del caos de la tecnología y sus fantasmas cibernéticos, por decirlo de alguna manera. Es ese otro lado humano que necesita atención y al cual conocemos como alma en nuestra tradición religiosa occidental.Llamémoslos “espíritu” a la vida emocional del individuo, a su honda consternación, a su depresión existencial, a su soledad y sed de Dios, a su “verdad” inamovible y su llama ardiente por conocerse a sí mismo. Bullet Park es una ciudad norteamericana, que se encuentra cerca del río Wekonsett, y a escasos kilómetros de Nueva York. El espacio geográfico es lo menos que nos importa; lo que más nos debe interesar es nuestra gente que vive y padece en carne propia las consecuencias de una mala administración de la justicia y la democracia. Allí, en la palabra, quedarán para siempre nuestras nostalgias, contagiadas por los vientos de cambio que nos aproximan a una propuesta estética que busca, además, un acomodo en la resonancia apocalíptica de finales del siglo XX y comienzos del próximo. Bullet Park está entre nosotros, en el suburbio agonizante de voces que gritan su delirio y su depresión en medio de la ciudad de todos los días, con sus típicas huelgas, protestas estudiantiles, persecución a buhoneros e indocumentados, y las tradicionales intervenciones de quienes manejan el estado desde las cúpulas no menos tradicionales y fiesteras…

POESÍA Y ANTIPOESÍA EN AMÉRICA LATINA


Roberto Fernández Retamar, poeta y ensayista cubano, quien dirigió durante muchos años la revista Casa de las Américas, dictó una conferencia en el Congreso Cultural de la Habana, en enero de 1968, sobre dos vertientes de la poesía que constituían para el momento la novedad de la literatura hispanoamericana. El autor nos ofrece un panorama de la generación en boga para ese entonces y cuyos representantes aún permanecen en nuestra memoria literaria. Voces como la de Vallejo, Huidobro, Borges, Guillén, Neruda; años después: Lezama, Paz, Diego, Nicanor Parra, este último quien sería el máximo representante de “antipoesía” y Ernesto Cardenal, a quien Fernández Retamar tildó de ponente de lo que él llamó “poesía conversacional”, abrieron el camino para que la crítica hispana se interesara en la esencia del trabajo poético de esa época en que se desarrollaba la masacre de Vietnam.

Las bases para tan honrosa búsqueda parten de la misma sensibilidad del investigador. La sensibilidad ante la palabra como acto de ficción o como figura estética, nos permite acercarnos a una definición más o menos parecida a la de Fernández Retamar. Dos cosas diferentes, aparentemente, podrían ser los hilos que nos lleva a la araña misteriosa que encierra el contenido per se del arte poética: abstracción y belleza. No obstante la poesía es por consiguiente el género que no acepta etiquetas; no se le pueda conceptualizar a través de teorías semiológicas; no acepta categorías ni clasificaciones ortodoxas; qué importa que el poema tenga o no sentido o fin concreto. Qué importa que cuestione o no el entorno social, la historia del hombre, el mundo como sistema de cosas, la religión como institución moral, la guerra, la pobreza, la bondad, la maldad, el conflicto termonuclear de China, el alunizaje blando de la luna visto desde un satélite norteamericano, el posmodernismo ruso, el avance tecnológico-científico de La India, el amor como solución metafísica para sobrevivir en medio de esta profunda maraña de incertidumbres; qué importa que sea “antipoesía” o “poesía conversacional” si lo que realmente vale del poema es su naturaleza abstracta, su estética, su capacidad de mantenerse en el tiempo para convertirse en texto obligado del buen lector.
La poesía puede o no contener todos los problemas del mundo en un mínimo número de palabras, puede abarcar todos los sentimientos del hombre frente al conocimiento de su propia muerte. Puede, sin rodeos, ser el “otro yo del Dr. Merengue” en nuestra cotidiana manera de vivir. En virtud, en el Concurso de Poesía en 1997, de la Coordinación de Literatura de la Dirección de Cultura, resultó ganador, por unanimidad, “El Guardián de la Salamandra” de Elsa Marlene Sanguino”; de cuyo trabajo viene a mi memoria el siguiente párrafo: “Esa noche inventaron una historia/ adornada con arabescos de piernas/ y brazos/ con tormentas luminosas / caminos sutiles / hoy / un mandala flota en la superficie / del lago / en calma / … ¿ se debería clasificar el anterior poema? Para la selección de este Primer
Lugar, no se pensó jamás en una separación entre dos formas aparentemente distintas, sino por el contrario se buscó ante todo un estilo que superara los límites académicos o las estructuras de moda, respetando ante todo la dimensión del trabajo como diseño poético y no como “poesía conversacional o antipoesía”.
La charla de Fernández Retamar, en el Congreso Cultural de la Habana, provocaría un sismo en los intelectuales de ese entonces que hasta el mismo Fidel, supongo, debió cargar con las consecuencias de producción de poetas de la generación actual.






Reacciones:

0 comentarios:

Publicar un comentario en la entrada

No hay comentarios:

Publicar un comentario