TRAZOS
MANUEL ROJAS
OCTAVO PROTOCOLO DE LOS SABIOS DE SIÓN: EL CONTROL DE LA ALIMENTACIÓN
“…y danos el pan de cada día…” Reza el Padre Nuestro Católico. El hambre en el mundo se extiende cada vez más. Ya no es solamente África, Haití, El Salvador, Bolivia o Guatemala. La pobreza a causa de falta de alimentos, enciende alarmas en los gobiernos del planeta, se ha convertido en un problema de estado. Y combatirla cuesta mucho dinero. Entre las grandes metas propuestas en las diferentes cumbres de mandatarios está la de contrarrestar, y si es posible eliminar, la hambruna de la faz de la tierra. Jesús dijo en una ocasión “a los pobres siempre los van a tener con ustedes, pero a mí no siempre me van a tener”. Y tenía razón. Cada día hay más pobres, gente enferma, desvalida, necesitada del pan de cada día. Sea por coincidencia o como un acto debidamente planificado el Octavo Protocolo nos lo advierte en el acuerdo de los Sabios de Sión, que se concertó en 1773, en la calle Judenstrasse, Frankfurt, entre el Sr. Mayer Amschel Rothschild y doce socios capitalistas judíos, adinerados e influyentes (de hecho, los Sabios de Sión) para estudiar un proyecto que controlaría toda la fortuna mundial. El Protocolo dice así: “[...] Nuestro poder reside también en una permanente penuria de alimentos. El derecho del capital, matando de hambre a los trabajadores, permite ejercer sobre ellos un control más seguro del que podría tener la nobleza con su rey. [...] Actuaremos sobre las masas a través de la carencia, la envidia y el encono que de ello resulta. [...] Todo propietario rural puede ser un peligro para nosotros, pues él puede vivir en autarquía. Esa es la razón por la que es preciso, privarlo a todo coste de sus tierras. El medio más seguro para alcanzar eso es aumentar los cometidos rurales, [...] llenar de deudas a sus propietarios. [...]”
Llama la atención que los agricultores de cualquier parte del planeta están en constante protesta, y por consiguiente desesperación. La falta de insumos, materia prima, semillas, nutrientes naturales, y tierras productivas ocasionan penuria, ansiedad, inconformidad, y desequilibrios económicos en el mercado. Además de los acuerdos asimétricos firmados entre naciones bajo presión y chantaje, como es el caso del programa de los Estados Unidos para las Américas (ALCA) cuya finalidad consistía en fijar condiciones donde una parte se beneficiaba en mejores condiciones que la otra, según lo ampliamente difundido por periódicos de toda Latinoamérica. De igual manera, influye la producción de bienes de consumo conocidos como “comida chatarra” que, abanderados con previa publicidad mediática, causan desnutrición y descontrol en el organismo. No es casual que la mayoría de los productos alimenticios estén bajo el poder de grandes transnacionales que suben los precios cada vez más y cuando se les ocurre, en una vil competencia en eso que ellos llaman marketing. Si entendemos que “Sembrar el petróleo” en nuestro caso venezolano es una prioridad, podríamos garantizar que los alimentos adquieran cierta soberanía ante la avalancha de enlatados, conservas, envases gaseosos, que propenden a convertirse en dieta diaria y obligada para la sociedad actual. ¿De dónde vienen las marcas mejor conocidas y consumidas por gran parte de la población? ¿Quiénes son sus dueños? Sabemos quienes son sus dueños y también sabemos que sus ingresos son elevadísimos mientras el productor agrícola muere en la miseria. Sólo me resta decir que, aún cuando los gobiernos intenten independizarse del todo del largo cordón umbilical que nos une con quienes manejan el negocio de los alimentos, con medidas de cualquier tipo, devaluaciones de la moneda, confiscaciones, nacionalizaciones, es casi imposible si no actuamos a tiempo, mediante estrategias que puedan contrarrestar esa situación, y avocarnos definitivamente a planificar con los agricultores programas que fortalezcan nuestra soberanía en materia alimenticia. Creo estar en lo cierto cuando considero que todavía estamos en manos y bajo el poder de los que gobiernan al mundo. Creo también que el Protocolo se ha cumplido. Y también creo que el pan hay que pedirlo como si fuera una dádiva, como en el Padre Nuestro: “Señor Patrón, danos el pan de cada día…” aunque no debería ser así. Tomado de “Las Sociedades Secretas y su poder en el siglo XX”, de Jan Van Helsig (Editorial Ewertverlag 1998) hormigasdepapel@hotmail.com y http://trazos-trazos.blogspot.com/
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